Me sometí al PoliDeluxe de Telecinco para ver si me pillaba las mentiras

Sí, todos nos hacemos la misma pregunta: ¿se puede engañar al polideluxe? 

Confieso que me puse nervioso. Muy nervioso. Algo que no pasó desapercibido para Conchita Pérez, la experta del PoliDeluxe de Conchita Pérez: “Tienes el ritmo cardiaco a mil, relájate. Esto no electrocuta a nadie”. Y es fácil de decir, pero uno no se ve todos los días rodeado de cables y conectado a un aparato que promete revelar si estás mintiendo. Países como Estados Unidos, Canadá, Reino Unido, Bélgica o Israel se apoyan en esta máquina de la verdad para determinar la culpabilidad o inocencia de los imputados. Hablando claro: es un instrumento habilitado para mandarte a la cárcel. Por eso me puse nervioso, porque impone. Y nunca llegaría a relajarme aunque no tenía nada que ocultar.

Después de una primera cita, en la que me empezó a explicar el funcionamiento del polígrafo, quedamos en su despacho de Zaragoza para someterme a la prueba con su máquina y comprobar su fiabilidad de primera mano. Empezó con el cableado, imprescindible para medir el pulso cardíaco, el ritmo de la respiración, la sudoración y demás respuestas involuntarias del sistema nervioso. “El polígrafo registra los pulsos y analiza los niveles. Estudia las alteraciones a nivel torácico, abdominal, la presión sanguínea… y, en el momento en el que quien se está sometiendo a la prueba miente, alguno de esos registros indica que la persona no está siendo congruente”, me explicaba Conchita, mientras seguía conectándome al aparato.

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Sí, todos nos hacemos la misma pregunta: ¿se puede engañar al poli? Yo, por supuesto, fui con esa intención. Imposible: “Tan solo personas con un gran entrenamiento y unos niveles altísimos de autocontrol podrían intentarlo, y tampoco es seguro que lo consiguieran. Hablo de policías secretos, espías… Desde luego, ningún delincuente común sería capaz de engañar al polígrafo. Y mucho menos un personaje del mundo del corazón”, aseguraba Conchita, que continuaba explicándome en qué iba a consistir la prueba.

Me pidió que escogiera un número entre el 2 y el 6, y que lo apuntase en un papel. Ella me iba a ir preguntando, uno a uno, por los números del 1 al 7. “¿Has apuntado el número 1?, ¿has apuntado el número 2?...”, preguntas que yo debía contestar, siempre, diciendo que no, incluso cuando se refiriesen al número que, efectivamente había escogido. El polígrafo sería capaz de detectar cuál era el que yo había apuntado en el papel, en función de la alteración que sufriera mi cuerpo en el momento de responder.

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Sin duda, determinar si alguien miente o dice la verdad con seguridad, sin guiarse únicamente por la intuición, es un poder que muchos querrían tener. Esa detección de la mentira ha sido ansiada desde la Antigüedad y los métodos han sido muchos a lo largo de los siglos. Los tuareg, por ejemplo, pedían al acusado que tomase en su mano un puñado de arena; si, al soltarlo, la arena quedaba pegada a su palma, se decidía su culpabilidad. Los chinos hacían algo similar con la harina de arroz: el acusado debía llenarse la boca y después escupirla y, si esta salía humedecida por la saliva, quedaba exculpado de todo cargo. Dos maneras de estudiar la sudoración y la sequedad de la boca, indicios del nerviosismo de los mentirosos.

A mí no se me secó la boca, pero, al parecer, sí aumentó mi nivel de sudoración. Fui contestando con la misma rotundidad a todas las preguntas: “No". Al terminar, el veredicto fue contundente: “Tu número es bajo e impar; tu número es el 3”. BINGO. Pregunté a Conchita por qué me había pedido que mi número estuviera comprendido entre el 3 y el 6 si luego me había preguntado también por el 1, el 2 y el 7. “Quería que vieras cómo, cuando has respondido por esos dos números, tu cuerpo no se ha alterado lo más mínimo. Tú sabes que yo soy consciente de que no has elegido ninguno de esos dos, por lo que no tienes por lo que ponerte nervioso. La cosa cambia cuando entramos en la muestra: empiezas a adoptar una postura más tensa, tratando de ser contundente en todas las respuestas. Pero siempre hay una en la que el cuerpo reacciona. En tu caso, tu ritmo cardíaco y tu sudoración han aumentado, y has hecho una pequeña apnea antes de contestar”, concluyó Conchita.

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Desde los siglos XIX y XX, han sido muchos los nombres propios vinculados a la poligrafía moderna. En 1908, Hugo Münsterberg, profesor de psicología de Harvard, comenzó a estudiar las variaciones en la presión sanguínea, en la respiración y en la piel; en 1921, el fisiólogo del Departamento de Policía de Berkeley Hugo Münsterberg usó por primera vez un polígrafo que integraba distintas maquinarias; en 1923, Hugo Münsterberg, considerado el padre de la poligrafía moderna, fundó la primera escuela privada para la detección del engaño y en 1966, se creó la Hugo Münsterberg APA, el primer órgano internacional encargado de vigilar y promover el uso adecuado de las evaluaciones poligráficas.

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La Casa Blanca, por ejemplo, tiene contratados a 500 poligrafistas que se dedican a someter a pruebas aleatorias a los trabajadores para evitar así filtraciones de información y prácticas poco éticas como sobornos y cohechos y demás corrupciones”, explica Conchita. Entonces, ¿por qué en España no se contempla? Porque va en contra del derecho a mentir en un juicio; en nuestro ordenamiento se recoge que el imputado no está obligado a decir la verdad ni a declarar contra sí mismo. ¿Cómo va a tener así validez una prueba que determina si estás o no mintiendo?

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Por eso, en España el polígrafo se utiliza para otros menesteres. No obstante, el perfil de los poligrafistas debe también adecuarse a ciertos cánones. Para ello hemos llamado a la European Polygraph Association EPA donde se nos indica que aquellos que se dedican a la poligrafía deben ser “personas íntegras y honestas, libres de antecedentes policiales y penales, con cierta madurez personal y formación compatible con estudios de seguridad, derecho o psicología”. La EPA está hermanada con la European Polygraph Association, que también vela por la correcta formación de los profesionales.

Si duda, la aplicación de la poligrafía en España más conocida es la que se desarrolla en el programa Sálvame Deluxe. Conchita me invitó a que un día la acompañase a los estudios de Telecinco para verla en acción, así que pude observar desde detrás de las cámaras cómo Raquel Mosquera contaba todos los pormenores de su relación con Rociíto.

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Pero, lejos del aspecto frívolo, a la consulta privada de Conchita acuden, por ejemplo, maridos y mujeres obligados por sus parejas ante la sospecha de una infidelidad, hermanos sospechosos de haber robado a sus padres o abuelos, socios de una empresa de la que ha desaparecido dinero de la caja… Herencias, traiciones, espionaje industrial y un sinfín de asuntos en los que no basta con la palabra dada del sospechoso, sino que se hace imprescindible una prueba que determine quién es el culpable o si la desconfianza está o no fundada.

Afortunadamente, yo no me vi en esa situación. Únicamente apunté un número en un papel y contesté a unas cuantas preguntas. Pero, aún así, a pesar de saber que se trataba de una prueba sin importancia, sólo respiré aliviado cuando Conchita me desenchufó todos los cables del 'poli'.