Así es un día probando los 'calzoncillos antipedos' en el trabajo

La marca Shreddies ha desarrollado un calzoncillo con un panel de carbono activado que absorbe todos los olores de las flatulencias

3, 2, 1… ¡puf! Un calor incómodo se extiende por mi culo mientras miro a mi alrededor con disimulo. Aunque no puedo evitar sentir cierta vergüenza por mi escatológico experimento, mis compañeros de oficina continúan absortos frente a los ordenadores ajenos al drama que se desarrolla entre mis glúteos. Tras 10 segundos de tensa espera, en los que siento cómo el gas intenta escapar y alcanzar las narices de mis indefensos colegas, puedo cantar victoria: parece que los calzoncillos atrapapedos funcionan. O al menos funcionan si estás sentado en una silla de oficina y controlando tu esfínter con la maestría de un ninja.

Pero, antes de dar los detalles más fétidos de mis 24 horas enfundado en esta prenda revolucionaria, empecemos por el principio. Hace una semana una noticia destrozó mi mente por completo: la compañía británica Shreddies había desarrollado toda una línea de ropa antipedos. Y cuando digo línea me refiero a calzoncillos, bragas, pantalones vaqueros e, incluso, un pijama antipedos. Por cierto, si te animas a regalárselos a tu pareja en Navidad los tienes en la web por 90 euretes —una pequeña inversión en algo que podría salvar la magia de tu relación—. 

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Por una vida un poco menos apestosa

El caso es que en su web afirman que sus creaciones son a prueba de los intestinos más perjudicados: “Las prendas filtradoras de flatulencia de Shreddies disponen de un panel de carbono activado que absorbe todos los olores de las flatulencias … Gracias a su naturaleza altamente porosa, los vapores de los olores se quedan atrapados y neutralizados por la ropa, que se reactiva sencillamente lavando la prenda”. Sin dudarlo un segundo, contacto con ellos y una semana después mis bóxers atrapapedos están en la oficina.

Nunca había hecho un unboxing con tanta ilusión. A primera vista, los support boxers, así se llama el modelito que me han enviado, parecen una mezcla de calzoncillos caros rollo Calvin Klein y un culotte de ciclismo del Decathlon. Básicamente son unos boxers con una cinta negra bastante chula en la cintura y un refuerzo más grueso a lo largo de la raja del culo que tiene la textura y el grosor del neopreno. Según la web de Shreddies, el diseño de estos support boxers está pensado para resaltar el paquete a la vez que protegen de las ventosidades siendo un punto más seguros que el modelo básico. El precio también es más caro: 45 euros frente a los 30 del modelo más básico.

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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Un remedio eficaz para tus 14 pedos al día

Pero lo primero que llama la atención más allá del producto es que los calzoncillos antipedo llegan junto a unas instrucciones en las que se explican las posturas más indicadas para soltarse un viento sin apestar al personal: en pie o sentado pero siempre con las piernas juntas. Nada de espatarrarse ya que, según el manual,  “no deberían existir huecos en la apertura de las piernas”. Vamos que lo que consiguen estos gayumbos es un efecto invernadero total en tu ojete atrapando los gases derivados del azufre —los que huelen a muerte y destrucción— y liberando los gases inodoros —el 99% de un pedo se compone de oxígeno, nitrógeno, dióxido de carbono, hidrógeno y metano—.

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“El tejido de Shreddies consigue eliminar el sulfuro de hidrógeno y el metil mercaptano con tanta eficacia que puede filtrar olores 200 veces más fuertes que la emisión media de una flatulencia”, explican desde la empresa aunque, eso sí, dejan claro que la manera más eficaz de usarlos es liberando el pedo lenta y silenciosamente ya que el tejido debe ir filtrando progresivamente los gases antes de dejarlos salir. Una heroicidad si pensamos que la persona promedio suelta una media de 14 pedos al día y que en muchas ocasiones es virtualmente imposible controlar su salida. Y, quien no me crea, que vaya a una clase de yoga o al gimnasio.

Un pañal de pedos, literalmente

El pasado viernes fue el día escogido para darle rienda suelta a mis esfínteres en el lugar en el que más esfuerzos realizo cada día por contener mis gases fétidos: en el trabajo. Saqué los bóxers de la bolsita y me los puse. Al principio la sensación era extraña, una mezcla de llevar un culotte de ciclista, una compresa con alas y unos pañales para adulto todo en uno. Además, daban bastante calor por lo que en verano ponerse uno de estos podría afectar seriamente a tus espermatozoides. Aunque lo cierto es que a los pocos minutos te acostumbras y que, al final, resultarían bastante cómodos si no fuera por el recalentamiento genital que provocan. 

El primer test lo realicé por la mañana en casa: nada más ponérmelos me tumbé en la cama junto a mi pareja y me solté el primero. Nada, no olía a nada. Mi novia seguía durmiendo plácidamente y yo sonreía satisfecho en la oscuridad del dormitorio. No era para menos, el día anterior me había preparado a conciencia para la experiencia con mis atrapapedos: comí un bote de fabada Litoral, para cenar un batido de proteínas del gimnasio y por la mañana me tomé un café bien cargadito. Transportaba una bomba letal en mis intestinos y no podía esperar para soltarla en el curro y probar mis calzoncillos.

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El desafío de currar sin ser descubierto

Llego a la oficina y comienzo a apretar la tripa como si no hubiera un mañana. El primer pedo sonoro ya que el primero me lo había tirado sin avisar fue un momento de alegría, desconcierto e indignación en la oficina. Alcé la voz y dije: “¡Gente! ¡Ya viene!”. La reacción de mi jefa y mis compañeros al escuchar el sonoro ‘Prfff’ no tuvo precio por mucho que supieran que era para un artículo. Pero, más allá del impacto de ver a tu compañero de curro soltándose un pedo con todas sus fuerzas, del olor nada de nada. Esa cosa funcionaba demasiado bien y mi entrepierna acumulaba el calorcito de los gases acumulados.

Consciente de que tendría que llevar el producto al extremo, dediqué toda la mañana a intentar que mis compañeros se diesen cuenta de mis olorosas malas intenciones. Hice de todo: acercarme a sus mesas con cualquier excusa y soltarlo silenciosamente, pasar por entre las mesas en modo fumigación y separar al máximo las piernas para intentar que se escaparan los gases. Pero nada, nadie se quejó y yo no conseguía oler nada por más que quisiera asfixiarlos. Eso sí, con los pedos más concentrados y las piernas completamente abiertas era posible sentir cierto olorcillo, pero nadie sería capaz de percibirlo aunque estuviera a mi lado.

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La incómoda salvación de los pedorros 

Tras toda una jornada laboral llevando a mis intestinos al límite me rendí ante la tecnología antipedos. Los Shreddies funcionan, de eso no hay duda, pero ya te digo no es lo más cómodo que te puedes poner y ni quiero imaginarme lo que deben ser los vaqueros o el pantalón de pijama. Supongo que personas con muchas reuniones de trabajo o con el síndrome de colon irritable, por ejemplo, son una especie de bendición que justifican los 45 eurazos que cuestan. Pero para el común de los pedorros la cosa es un poco exagerada. Quizás para el día en el que te despiertas con el cuerpo jotero o con resaca y no quieras castigar a tus compañeros de piso, pero poco más. 

La alegría que sentí al comprobar con el primer pedo que la cosa funcionaba solo se pudo comparar con la alegría de quitármelos y volver a mis boxers del H&M de toda la vida. Sentir el frescor y el tacto del algodón en mi escroto jamás había sido tan mágico. No me arrepiento de la experiencia de haber probado los calzoncillos y es muy probable que algún día me los ponga si presiento que no ando muy fino y que la podría liar —quizá los meto en la mochila para casos de emergencia—, pero si no tienes un problema digestivo grave no le veo mucho el sentido. Además, ¿a todos nos gusta el olor de nuestros pedos, no? Y yo ya echaba de menos los míos.