Así es un partido de quidditch, el deporte del universo Harry Potter que se juega en la vida real

Que los jugadores vayan sobre palos de plástico y no sobre escobas de madera es la primera y única decepción que me llevo cuando asisto a mi primer partido de quidditch real. Bueno, eso, y que no vuelen, claro​​​​​​​

No lo tengo nada claro cuando llego al Lonbo de Arrigorriaga, un pueblo de Bizkaia donde se celebra la sexta jornada de la Liga Norte de quidditch entre los Gasteiz Gamusins, los Bizkaia Boggarts y los Blue Gryffins Burgos. Tengo resaca y la impresión de que estoy en un nido de frikis, así que me siento en las gradas con mis gafas de sol, mi pitillo y mi cerveza. "Aquí no se puede fumar ni beber", me avisa uno del equipo. Genial. Lo apago y escondo la lata debajo de la chupa. En el campo, los jugadores entrenan entre risas y en las gradas los aficionados animan con sus lechuzas de peluche mientras comen oreos. ¿De qué coño va todo esto?

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El quidditch —la ‘u’ se pronuncia, como en las películas— es el intento de trasladar ese deporte fantasioso nacido del universo Harry Potter el niño mago más famoso, lo digo por si acaso has vivido las dos últimas décadas en un universo paralelo sin televisión al mundo real. Las reglas, complejas y en constante cambio —van por la novena revisión— imitan a las de la saga. Muy muy básicamente, consiste en pasarse un balón —quaffle— e ir avanzando por el campo hasta encestarlo en uno de los tres aros del contrario. Mientras, otros jugadores se lanzan balones más pequeños y de otro color —bludgers— para intentar marcar al contrincante y eliminarlo temporalmente. Dicho para muggles o ‘no-magos’ en la jerga, es una mezcla entre rugby, balonmano y balón prisionero con un tubo de plástico entre las piernas.

Empieza el partido

El árbitro grita "Brooms Up!" algo así como ¡Escobas arriba!, el equivalente mágico de un silbato. Parece que empieza el partido. Intento prestar atención a lo que pasa, pero, joder, pasan muchas cosas. Hay bolas por todas partes, no entiendo del todo cuándo es falta o cuándo acaban de marcar un tanto. Y sinceramente, tampoco acabo de entender quién va ganando. Pero los aficionados parecen estar disfrutando, así que, qué demonios, yo también grito cuando ellos gritan. "Cada vez hay más público", me comentan. "Los amigos y familiares, cuando les invitamos, al principio dicen ‘qué frikada’, pero luego flipan con el contacto que hay". En el campo, los jugadores empiezan a sudar, se golpean entre ellos, gritan y caen al suelo.

"Yo antes era jugador de rugby, pero me lesioné, casi pierdo un ojo", me explica Aritz, del Gasteiz Gamusins. "No hacía nada de deporte y me animé a jugar. Hay menos riesgo y la forma física no es tan importante", apunta este impresionante bigardo de casi dos metros que juega contra una quinceañera de metro y medio. "Hay una regla de inclusión", me explica esa joven, Aitziber. "De los siete jugadores que hay en cada equipo, no puede haber más de cuatro del mismo género, y se reconocen los géneros no binarios".

De repente, un hombre vestido de amarillo con una pelota de tenis colgando del culo comienza a correr por el campo. Casi me atraganto con la birra que estoy bebiendo a hurtadillas. "Es la snitch", me explican. Cogerla da un mogollón de puntos cuántos, depende de las reglas del momento, lo que hace que casi ganes el partido inmediatamente. Aunque, a diferencia del libro, no es una bolita mágica con personalidad propia. "Es muy complicado ser la snitch, tienes que estar el mismo tiempo en un lado y en otro, no puede haber favoritismos". La escena no deja de ser, cuanto menos, cómica. "En el futuro, tal vez se usen drones". Eso estaría mejor, sí.

El reconocimiento como deporte

"La mayoría de árbitros primero han jugado como snitchs", me explica Xabi, tesorero de la Asociación de Euskadi de Quidditch. Hay varios sobre el terreno. No me extraña: pasan tantas cosas en un segundo de juego que estoy al borde de la esquizofrenia. Me cambia de tema: "El problema es que no quieren reconocer el quidditch como deporte y darnos dinero. Hay como unos 300 jugadores y una veintena de equipos oficiales en España. Queremos federarnos y poder tener seguro médico". Cuando dice eso, una compañera suya me explica que se lesionó y tuvo que mentir en la consulta. Xabi retoma la palabra. "Y es viable, apenas hay gastos: los 100 euros de alquilar el campo, la equipación y poco más. Lo pagamos todo los clubs, se autogestiona… ¡Vamos!". Se levanta y aplaude. "Ese es Artur, y ha cogido la snitch. Es el mejor ‘buscador’ de Bizkaia fijo, y puede que de España, es un máquina". Creo que significa que han ganado el partido. No lo tengo muy claro, pero yo también me levanto y aplaudo.

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En lo que empieza el siguiente partido, charlo un poco con los jugadores. "Qué os gusta más, ¿las películas o los libros?", pregunto. "Yo no he visto ni leído nada de nada", me espeta uno de los jugadores. La respuesta me pilla fuera de juego. "Yo sí, solo las películas, pero tampoco me gustan demasiado". Vaya. ¿Esto no era una cosa solo para frikis?. "Creo que esto es 50-50", me aclara una de las jugadoras. Entonces, ¿qué despierta tanto interés en este deporte? "Es un reto constante, y es muy divertido", apuntan unos. "Hay muy buen ambiente, y mucha camaradería. ¡Lo que no significa que no quieras ganar!". "Es algo nuevo, joven", dicen otros. "Y es inclusivo", reivindican. "¡Y engancha!". Joder, pues no se que tendrá, pero yo desde luego, quiero probarlo.