Así fue el mes que pasé en el gimnasio con más ‘ciclados’ de Valencia

“Tete, con ese bracito no vas a follar nada”. Con esta contundente frase uno de los ciclados más chungos de Mislata, la ciudad dormitorio con más centímetros de bíceps 

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Para el que no lo sepa —quizás no tuvisteis el privilegio de vivir en la Valencia de principios de los 2000— la palabra 'ciclado' era y sigue siendo la que definía al chaval que, sin tener ni puta idea de qué es realmente el bodybuilding, se dedicaba a pincharse anabolizantes y a entrenar exclusivamente el tronco superior hasta adoptar forma de croissant. De hecho, la forma más rápida para identificarlos era mirar sus piernas y aplicar una ley matemática infalible: tu nivel de ciclado es inversamente proporcional al grosor de tus piernas.

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Tras colocarme un bote gigante de whey protein, una caja de whey protein y otra de whey protein, estaba preparado para convertir mi cuerpo en algo digno de ser llamado ‘tete’. Jamás olvidaré mi primer entrenamiento allí. Nada más atravesar el torno, un penetrante olor a sobaco inundó mis fosas nasales. Caminando por el largo pasillo que llevaba a la sala de las pesas, las dudas comenzaron a asaltar mi mente. Estaba bastante cagado, la verdad. Al entrar me pareció estar viviendo una de esas pelis de vaqueros en las que el forastero entra en el salón del pueblo.

Un silencio abismal irrumpió en el lugar y solamente un ‘chein’ —onomatopeya producida por uno de los ciclaos en el press banca— surcó la habitación. Fue entonces cuando saqué fuerzas de la flaqueza y me fui directo a la barra de dominadas. Pensé que aprovechar mi escaso peso para sorprenderlos a todos me abriría las puertas del ‘universo cíclico’. La técnica funcionó y, según bajé, el ‘Ruso’, un tipo del rango más alto de la jerarquía ciclada y emisor principal de los ruidos ‘chein’, vino a darme unos sabios consejos fruto de su experiencia.

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“Nano, esto es fácil. Te metes un mes comiendo arroz con pollo y batiditos tres veces al día y después te metes un ciclo. En tres meses estás ‘to tocho’”, resumió el ‘Ruso’ ante la mirada de aprobación de sus subordinados que, aprovechando su momento de reflexión filosófica, corrieron a colocarle más peso en la barra de bíceps, unos 30 kilos a cada lado. Era la grandeza personificada del ciclado valenciano, un monarca rodeado de un séquito que lo imitaba en sus hábitos y que entrenaba en torno a él actuando como un equipo de Fórmula 1 a la hora de cambiarle los pesos.

Sería muy difícil describir la cara de satisfacción de todos los ciclados de aquel lugar cada vez que este tipo —que fácilmente llegaba a los 100 kilos— añadía un nuevo disco de 20 kilos a la barra del press banca. Incluso uno de ellos llegó a preguntar cómo hacer el ruidito del ‘chein’ en cada levantamiento. La respuesta de ‘el Ruso’ quedó marcada a fuego en mi memoria: “Nano, cuando sientas que el pechete te va a explotar sacas el ‘chein’ y tiras el triple. Es como darle un guantazo a un pavo, que lo sueltas y te quedas ‘to agusto’”.

Resultado de imagen de rafa mora gifAsí pasé las dos primeras semanas entre conversaciones sobre dietas para secar, cócteles de suplementos, Cipionato, Sustanon, cocaína, salas de rayos UVA, etc. Cada día que acudía a aquel lugar acumulaba 2-3 frases que garantizaban mi integración en la manada. En aquel universo paralelo, tener conocimientos sobre tuning, el último tronista de MYHYV o enseñar las fotos de las tías que te habías ligado el finde era un seguro de vida. Sin embargo, el tema máximo de conversación, el súmmum de todo aquello, era Ibiza.

Básicamente, decidir a qué discoteca de Ibiza irías a quitarte la camiseta el próximo verano era tu máxima aspiración intelectual cada invierno. No era lo mismo irse a Bora Bora a meterse cubatas y coca, entre las alemanas y el ‘Spiderman’, que tirar de pasta y alquilarse un yate entre varios colegas o frecuentar el VIP del Pacha. La jerarquía de los ciclados se definía también por la cantidad de silicona que aspirabas a toquetear en verano. No es vano, todas aquellas horas quemadas entre hierros durante el largo invierno deberían resumirse en una rubia de bote con los morros y las tetas operadas.

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Debo reconocer que al final de mi experiencia allí entendí perfectamente el objetivo de meterse tanta mierda en el cuerpo, de quemar tu piel en los rayos y de levantar hierros como un poseso. No tenía nada que ver con la salud, el bienestar o la estética. La verdad por detrás de los ciclados era que los centímetros podían alimentar más el ego de estas personas que los batidos de proteína. Lo que estos chavales no podían obtener sintiéndose orgullosos de sus logros en otros aspectos de la vida, lo obtenían con un brazo de 38 centímetros, un BMW M3 y una su Ylenia particular. Tal para cual.

Ojo, no estoy criticando a las personas que practican el bodybuilding, nada más lejos. Lo jodido era ver como el Pitu, el Chino, el Isaías y demás fauna en torno al 'Ruso', que realmente eran buenos tipos la mayoría jodían su salud por algo tan absurdo, tan superfluo, tan Gandia Shore. En fin, no voy a ir de moralista por la vida. La verdad es que en aquel mes aprendí muchísimo, hice grandes amistades y se me puso un cuerpo Danone. Pero mirándolo con perspectiva, me convencí de que la extinción de los verdaderos ciclados —ahora la mayoría presume de hacer crossfit en Instagram— fue un gran favor a la humanidad. Jamás os olvidaré, tetes.


*Los nombres de los ‘ciclados’ ha sido modificado para preservar su intimidad.