El infierno de vivir puerta con puerta con un prostíbulo asiático en Barcelona

Los vecinos del número 104 de la calle Sepúlveda en Barcelona han vivido rodeados de puteros las 24 horas del día

Un botón rojo pintado con spray en el telefonillo y un letrero de “no queremos un prostíbulo en el edificio” en el portal me advierten de lo que estoy a punto de presenciar: uno de los puticlubs más cutres y surrealistas de Barcelona. Desde que unos ciudadanos chinos alquilaron la vivienda para montar un burdel hace dos años, los vecinos del número 104 de la calle Sepúlveda han vivido rodeados de puteros las 24 horas del día. Por allí pasan abueletes, universitarios, currelas y hasta tíos trajeados. Un ‘no parar’ motivado por los precios ‘low cost’ de las cinco prostitutas chinas que no salen del piso ni para fumarse un cigarro: 30 euros por un polvo de 20 minutos, 40 euros la media hora y 60 euros la hora entera segúnrodeados de puteros. Una ‘obra maestra’ del marketing que incluye frases como: "muy, muy guapas y muy muy jóvenes y muy cachondas, sumisas y viciosas. Ven rápido".  

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Tras subir las escaleras y cruzarme con un jubilado que me saluda con una sonrisa pícara —en plan ‘me has pillado cabroncete’— toco el timbre del entresuelo 4º. La imagen que me encuentro no tiene desperdicio: un señor chino en chanclas me abre la puerta con cara de indiferencia mientras una bola de discoteca de colores gira en el techo. Es lo que parece una especie de recibidor o sala de espera pero adornado con pañuelos y un sofá en el que, según me cuentan los vecinos, este hombre se pasa las 24 horas del día. “Bienvenido, señor”, me dice mientras me invita a pasar con gesto forzado. “Oh, vaya. Perdona, me he equivocado”, le respondo mientras me invento una excusa para no tener que entrar en su negocio 100% ilegal. Mi intención no es contar qué ocurre de puertas para adentro —algo que tampoco requiere mucha imaginación— sino de puertas para afuera.

Vecinos que conviven con puteros

“Cuando algún putero se equivoca y me toca al timbre salgo con el móvil en la mano y les digo: ‘otra foto para el Facebook’”, explica con indignación Puri García, la vecina del entresuelo 3º y cuyo timbre tocan cada día más de 30 hombres por error. “¿Qué harías tú si a las 4 de la mañana alguien te pica al timbre no una vez, sino 50? Llega un punto que tienes los huevos demasiado hinchados”, añade Bernat García, el vecino del entresuelo 1º. Son ellos los que, saturados por la situación que viven cada día y cada noche, están preparando una demanda por vía penal de la comunidad de vecinos tras dos intentos frustrados por la vía civil. “Hubo hasta una redada de Mossos d'Esquadra con detenidos, pero a la media hora el puticlub funcionaba como si nada y ahí siguen”, denuncian.

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Motivos no les faltan. En el tiempo en el que el prostíbulo lleva funcionando han visto de todo, literalmente. “Un abuelo apareció durante una redada y fingió demencia senil para no acabar en comisaría. También me pasó que me tocaron a la puerta y, como resulta que estaba esperando a alguien, dejé la puerta abierta y se me metieron los puteros en casa. Tuve que echarlos como pude porque eran extranjeros e iban borrachos”, cuenta Bernat que explica que, por suerte, desde hace unos meses los chinos han colocado un vigilante de seguridad por las noches que acompaña a los clientes desde el portal al piso prostíbulo. “Al menos ahora podemos dormir por las noches, pero durante el día es un no parar. Sobre todo a principios de mes, cuando los puteros cobran la nómina o la pensión. El otro día vimos un abuelo en silla de ruedas saliendo del piso”, apunta Puri.

El auge de los prostíbulos chinos en viviendas

Los prostíbulos asiáticos en las viviendas de Barcelona son un fenómeno en auge desde el 2016 y, a pesar de los esfuerzos de la Consejeria de Interior de Cataluña y el Ayuntamiento de Barcelona, continúa creciendo. El problema reside en que al tratarse de una actividad alegal, el único motivo para justificar una intervención directa de las fuerzas de seguridad pasa por que se produzcan denuncias por proxenetismo, explotación laboral o estancia ilegal. De hecho, las operaciones contra las mafias de explotación de mujeres asiáticas son una constante en la capital catalana y en los últimos años permitieron  los esfuerzos de la Consejeria de Interior de Cataluña y el Ayuntamiento de Barcelona, dos de las organizaciones que explotaban a mujeres que llegaban a España tras adquirir deudas de hasta 15.000 euros que debían pagar con su trabajo sexual. 

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El problema en este caso es que, como explica la administradora del edificio, Montserrat Gil, más allá de que no se haya podido demostrar la explotación de las jóvenes asiáticas, la persona propietaria del inmueble es un empresario venido a menos que, asediado por las deudas, decidió alquilar el piso a los proxenetas y que, según la opinión de los vecinos, solo acude a él para cobrar el dinero del alquiler en mano. “Sabemos que ni siquiera existe un contrato para este alquiler”, explica Gil quien apunta que, para colmo, el principal responsable y beneficiado por la situación es imposible de localizar. 

Lentitud y falta de soluciones en la administración

Tanto Bernat como Puri están cansados de los comentarios de “paciencia, paciencia” de los agentes de policía y de fallos administrativos como el que recientemente impidió la clausura de la vivienda por parte del ayuntamiento. “La lentitud de la policía y el ayuntamiento es pasmosa. Si yo abro un negocio sin licencia me dura 10 minutos, pero aquí llevan dos años ejerciendo. Hace 15 días deberían haber salido del piso y aquí siguen”, comenta la vecina con hartazgo. Por su parte, Bernat se plantea incluso mudarse, a pesar de que adquirió el piso hace un año junto a su pareja por casi medio millón de euros. “A ver quién coño se viene aquí sabiendo lo que hay montado. Si yo llego a saber que hay un puticlub compra el piso su puta madre”, se lamenta. 

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Esto no es una cuestión de moral sino de convivencia. “Contra la prostitución no tenemos nada, pero que se vayan a un local en condiciones”, resume Puri que, paradójicamente, o mejor dicho, porque no le queda otro remedio, tiene que mantener una relación cordial con sus vecinos proxenetas. “Ellos son muy educados y los primeros que no quieren problemas. Sobre todo al principio nos intentaron sobornar con champán y una pata de jamón, incluso pagándonos la cuenta en un restaurante sin que lo supiéramos. Pero es que no puede ser”, dice la vecina. Sin embargo, Bernat recalca que el buen rollo que ellos intentan mantener para garantizar la convivencia hasta que la situación se resuelva, está muy lejos de la posición más beligerante de vecinos de las plantas superiores.

“Algunos se están tomando la justicia por su mano. Un vecino echó botes de salfuman por la escalera, casi nos ahogamos. También los hay que les metían la mierda de los perros en el buzón. Al final son conductas que perjudican a todos los vecinos y no solucionan nada. Nuestro mayor temor es que esta situación se prolongue y algún día un vecino se líe a hostias con un putero y tengamos un disgusto serio”, se lamenta el vecino que culpa a “las altas esferas” de la administración de su inmovilismo en la cuestión: “Nuestra indignación es con los que no están haciendo nada a pesar de las denuncias de los vecinos. Ya que desde ningún lado se nos está haciendo caso, al menos hacer ruido en los medios de comunicación”. Por su parte, Puri se muestra un poquito más optimista con el desenlace: “Espero que estén tardando porque quieran desmantelar toda la organización”. 

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Volviendo al rellano y tras hablar con Puri y Bernat la puerta del prostíbulo se abre y un avergonzado cliente sale rápidamente. La vecina no puede evitar su indignación y suelta: “mira, por ahí se va tan feliz otro putero”. En los cinco minutos que tardamos en despedirnos otros cinco clientes entran y salen del entresuelo 4º. “A 30 euros el polvo esta tarde ya habrán recaudado unos 1.000 euros”, calculan. Aunque se lo tomen con resignación, uno no puede evitar irse del lugar con una profunda sensación de indignación. Indignación por las condiciones indignas en las que estas cinco chicas ejercen su actividad —probablemente sin ningún tipo de cotización o prestación—, indignación porque a los puteros con los que me he cruzado parecía importarles una mierda su situación o la de los vecinos, e indignación porque esta gente se tendrá que gastar un pastizal en abogados para que este antro cierre sus puertas y el timbre rojo deje de sonar.