Tengo un hermano autista y siento que soy una privilegiada

Alguna vez, antes de calzarme para salir de casa, me doy cuenta de que las zapatillas no están en mi cuarto. En cualquier otro hogar, lo normal sería buscar y preguntar si alguien las ha visto. En mi casa no hace falta molestarse, si no están a la vi

Alguna vez, antes de calzarme para salir de casa, me doy cuenta de que las zapatillas no están en mi cuarto. En cualquier otro hogar, lo normal sería buscar y preguntar si alguien las ha visto. En mi casa no hace falta molestarse, si no están a la vista, están tiradas en la calle.

No están ahí por una riña amorosa y tampoco es que en mi familia hagamos limpieza por la vía rápida, es que convivo con una persona, que aunque no hable no tiene ningún problema en mostrar su opinión sobre ciertos objetos arrojándolos, literalmente, por la ventana.

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No tengo un recuerdo concreto del momento en el que mis padres me explicaron que es lo que le pasaba a mi hermano mayor. Ese momento en el que te explican que su hijo, nueve años mayor que tú, va a ser en realidad como tu hermano pequeño.

No lo recuerdo, porque tener un hermano autista ha sido algo que ha formado parte de mi vida desde el principio y no te preparas ante eso, sencillamente lo tienes y te ves viviendo en una contradicción constante.

Es agotador y, aunque sea difícil de creer, bonito a la vez, convivir con alguien que en una misma mañana es capaz de tirarte tu sujetador y tus libros a la calle y cuando le echas la bronca y le obligas a que te acompañe a buscarlo, te coge de la mano y te sonríe haciéndote sentir que para él, bajar contigo, es un planazo de tarde. Y tú piensas: "Qué cabron, me hace bajar de resaca y al final lo único que quiero es achucharle".

Estas manías que hacen que mi hermano se deshaga de los objetos sin ningún tipo de pudor, son las mismas que le llevan a mirarme fijamente mientras me aparta las lágrimas de la cara cuando he llorado desconsolada delante de él. Y esto tiene más efecto que un “no llores” o “tía, no te rayes”. Porque esas lágrimas le molestan y no tienen que estar en la cara de su hermana.

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Una tarde en la calle, un grupo de chavales en plena edad del pavo, estaban señalando a mi hermano, riéndose y haciéndole burlas. Yo tenía ocho años y mi padre me paró en seco con un: “Tssts. No merece la pena”, cuando vio que me iba a acercar a decirles algo.

Yo quería decirles que no era motivo de burla. Que hace ruidos con la boca porque no sabe hablar, que no para de moverse porque es nervioso o que mueve las manos como las mueve, sencillamente porque le da la gana. Pero efectivamente, no merecía la pena.  Yo no sé por qué mi hermano hace lo que hace pero, cuando yo iba a buscar camorra con aquellos chicos en su defensa, él estaba tan a gusto. Era y sigue siendo una persona feliz y efectivamente, no hacía falta sermonear a nadie. La lección no me la estaba dando mi padre, me la estaba dando mi hermano mayor.

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No todos los autistas son iguales ni tienen las mismas manías, porque al igual que cada persona es un mundo, cada autista es dos a la vez. No viven en un mundo aparte, tienen uno perpendicular en el que te dejan participar y cualquier persona con un hermano autista, sabrá que eso es más valioso que cuando el hermano mayor te deja las llaves del coche o cuando tu hermana te presta el vestido que tanto te gusta. En mi caso, él me lo tirará por la ventana, pero bueno, cada uno ejerce de hermano mayor a su manera.

Nunca me ha gritado cuando me lo merecía, ni me ha ayudado con los deberes. Me ha enfadado multitud de veces y me ha cabreado aún más no poder quedarme a gusto diciéndole de todo y lo peor, me ha hecho sentirme impotente cuando el que lloraba era él y no podía averiguar qué le pasaba.

Pero luego está ahí, mirándote y sonriéndote, como una manera de decirte que formas parte de su mundo. Haciéndote sentir una privilegiada.