La filosofía de estos boxeadores de barrio enseña más que los blogs de autoayuda

El confinamiento y la pandemia nos han enseñado que idealizar la mente está bien, pero el cuerpo es lo que te mantiene con vida

“Hay que ser fuerte, tener suerte, ir a matar, respetar y apretar los dientes”. Lo predijo Isaac Real el “Chaca” en sus letras. Boxeador profesional, cantante, grafitero y ahora confinado en casa tras dos meses de esfuerzos sobrehumanos de preparación para ganar el primer combate del año, cancelado por el virus más mencionado del s.XXI. En un limbo entre los saqueadores de supermercados y los dibujantes de arco iris con carita sonriente, están los otros: “Tras el shock inicial ahora solo pienso en que la lucha ahora está fuera del ring. La lucha está en equipo, como sociedad”.

A él le tocó de refilón la época del Vaquilla y esquivó algunas balas en la calle. Vio a otros caer, pero él supo cómo escapar de los líos: curró en la obra durante 10 años y llegó donde quería estar: campeón de España y de Europa de boxeo, en peso superwélter. El histórico gimnasio de boxeo Gallego Prada fue su impulsor. Fundado en una callejuela de un barrio humilde de L´Hospitalet del Llobregat, no se contentó con sacar de la calle a algunos chicos del barrio. Los hizo campeones, les tejió una carrera protegiendo su integridad física y derechos como deportistas, les hizo libres, sabios y humildes. Chaca coincide con Aristóteles. Con otras palabras, vale, pero la esencia es la misma “la victoria más dura es la victoria sobre uno mismo. Déjate de comparar y tú a lo tuyo”.

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Dicen que en USA ya podría estar descorchando botellas de 800 dólares cada día, pero en el barrio de La Torrassa las cosas no son tan sencillas. Y quizá está bien así, porque su furia se convierte en un torbellino de ganchos y directos en el ring por los que ya puede colgarse siete cinturones de campeón, tanto nacionales como internacionales. Y además, sigue luchando contra la deshonra histórica de los deportes de puño frente a la elevación de los oficios de letra y la suciedad moral de los moralistas. “Y si la puta va al río, nadie se quiere mojar. En la calle sangre fría, en la casa flamenco. Tú no me das respeto, me lo da el obrero”, canta.

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Abstraída entre sus esculpidísimos pectorales, un maldito mármol griego quebrado por tatuajes que honran a su familia, el Chaca nos da la clave de lo que igual necesitamos tener en mente ahora: “No se derriba al contrincante con la fuerza, sino con la mente”. Más creencias falsas se derrumban cuando conozco a Melania Sorroche ‘La Choni’, representada pronto también por el gimnasio de L´Hospitalet y lúcida como un ángel de la providencia. A mí me imponen las chicas de mirada ruda y pelo rapado, porque me chillaban “¿qué miras?” buscando pelea cuando salía del cole. Pero cuando La Choni abre la boca, caigo rendida a sus pies.

Le pido que pose con una sonrisa, aunque su primer impulso es hacerlo mostrando la fiereza del matón que se espera en los medios. Su filosofía la lleva tatuada: “no pain, no gain”. La aplica también ahora, que tampoco pudo competir en la misma velada donde iba a competir El Chaca este año, tras semanas de estrictos entrenamientos. “Todo esto lo estoy viviendo con miedo y respeto. Lo peor ha sido el desamparo al ver lo que estaba pasando en el mundo, más allá de mí”. Melania me cuenta que con 15 años empezó en el boxeo. “Mi madre trabajaba en un gimnasio y le pidió a un profesor que me enseñara defensa personal, por lo que pudiera pasar. Desde ese momento, no he parado de pelear”.

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Hasta llegar a ser dos veces campeona de Europa y tercera del Mundo, además de ser la mejor boxeadora Libra por Libra de España. Para hacerse una idea de lo que es capaz de hacer, solo hay que saber cómo aguantó una peritonitis de alto dolor para poder luchar por el Cinturón IBF Intercontinental. “Me decían que parara, que no lo hiciera. Era un dolor extremo, vómitos, no había podido dormir. Pero mi palabra es mi palabra, así que peleé. Pero una vez en el ring, al apenas rozarme, me caí de bruces”. Explica las cosas como si leyera un cuento para niños: parca en palabras, inteligente en sus silencios. Melania brilla tanto como su cinturón que anuncia ‘Choni’ cuando hace sus apariciones en público. Antes de despedirme, me explica su secreto: “Lo bueno, cuesta. Y mucho. Pero TODO llega”.

Al gimnasio llegan cada día chicos decididos a convertir rabia en superación, aburrimiento en voluntad. Cristian tiene 22 años y lleva 5 años entrenando a destajo flipas con él como el prota del primer vídeo que lanza el Gallego Prada para aprender boxeo desde casa. Su madre no acaba de entender qué hace “Yo le digo que no solo doy golpes, que esto es un estilo de vida”. Su entrenador es su gurú. “Yo vine con una idea en la cabeza: me voy a pegar. Y él me enseñó que esto es rigor y disciplina. Y que si tú das un golpe porque sí, vas a recibir otro mucho peor”.

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Definitivamente, otra lección de vida. Todos entramos en el mundo con la insensata esperanza de realizar nuestras aspiraciones hasta que el destino nos enseña que nada es nuestro. Ni nuestras metas, ni nuestras piernas, ni nuestros ojos, ni nuestras posibilidades. Ya lo dijo Schopenhauer, pero también lo explica Vanessa, que ahora tiene 18 años, y me cuenta que su frustración se alivió con el boxeo, donde ha aprendido a sufrir y a disfrutar. También tiene que luchar cada día por que la traten igual por ser mujer. “En los sparrings, si a veces subo al ring con un chico no me quieren pegar. Y eso me perjudica, porque así no aprendo”.

Ellos son el reverso del discurso complaciente, de la idea de creernos que lo elevado es solo la mente, mientras que ahora tenemos conciencia que lo que queremos intocable es el cuerpo. Por algo el hombre primero aprendió a pelear y después a pensar.