El drama de un tío de 37 años que acaba de descubrir Whatsapp por primera vez

Desde entonces, su rutina a comenzado a rebosar con apps que jamás usará, mensajes de WhatsApp absurdos perturbando su reposo y el resto de sus colegas ejerciendo como trols despiadados.

A pocos meses de la salida mundial del Iphone 8 todavía hay personas que, situados en la delgada línea entre la cutrez extrema y la genialidad, optan por mantener el Nokia roñoso que usaban en el instituto. Ni WhatsApp, ni Instagram, ni Pornhub para los ratos de intimidad en el lavabo de la facultad o curro. Nada. Libre albedrío en el mundo analógico de los outsiders de la era digital. Dicho en otras palabras: inmune a los grupos de la muerte y a los bombardeos a base de fotos del ‘negro de WhatsApp’.

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“De repente mi vida se ha vuelto muchísimo más exigente”, se lamenta Alberto B. Durán, un ingeniero industrial de 37 años de Barcelona. Desde hace siete años, el único objeto vibrante que reposó en sus bolsillos fue su flamante Nokia C2-01, una maravilla tecnológica que presumía de tener una cámara de 3,2 megapixels, Radio FM y 46MB de memoria interna. El pasado viernes, un accidente inesperado —su fiel teléfono dejó de cargar— le obligó a caer en las garras de un smartphone.

Desde entonces, su rutina a comenzado a rebosar con apps que jamás usará, mensajes de WhatsApp absurdos perturbando su reposo y el resto de sus colegas ejerciendo como trols despiadados. “Como ya les avisé de que no me mandaran gilipolleces, en efecto, lo primero que me mandaron son unas buenas pollas y vídeos de estos de ‘sorpresita’”, resume con pesar Alberto que, sin embargo, no perdió el tiempo para actualizarse de golpe.

“Lo primero que hice fue mirarme un tutorial y desactivarme lo de la confirmación de lectura y la hora de la última conexión”, asegura el ingeniero que, sin embargo, no ha conseguido librarse del acoso de un enemigo mucho más trolífico que sus colegas: su padre de 78 años. “No lo ha llegado a hacer, pero ya me ha comentado que me mandará alguna foto subida de tono. Tío, no sé si estoy preparado para compartir este tipo de cosas y comentar la jugada con mi padre”, dice.

Sabe que algún día, en el momento menos esperado, una vibración le avisará de que acaba de recibir una delicatessen vía paternal. Otro asunto es su particular visión sobre el tema de los grupitos de Whatsapp que tampoco tiene desperdicio: “Me ha dado la sensación de que la gente está un poco hasta los huevos de los grupos”.Resultado de imagen de whatsapp group gif

Su teoría es simple. Se apoya en la tesis de que el número de gifs y chuminadas por minuto en los grupos de colegas o del curro ha saturado el mercado. “Yo he llegado nuevo a esto y me he agobiado enseguida y creo que a la peña que lleva años le pasa igual. Aunque bueno ya te he dicho que lo primero fue aprender como bloquear y pirarme de los grupos. Todo lo necesario para no agobiarme”, reflexiona con cierta nostalgia por todo lo que, de golpe y porrazo, ha dejado de hacer.

“Nunca había tenido la necesidad de mirar la pantallita. Si iba en el metro pues me ponía a pensar, a mirar al de delante a ver qué hacía o al otro, a pensar dónde tenía que ir o me sacaba un libro. Tampoco es que fuera siempre con un libro pero tenía más opciones. No es que fuera un incomunicado, sabía que al llegar a casa podía mirar el mail o el Facebook”, apunta. De hecho, su nostalgia es tan enorme que se resiste a deshacerse de su querido Nokia.

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“Pues conseguí revivirlo con otra batería pero no lo apago por si se muere. Ahora solo lo uso de despertador pero es que el puto smartphone no hace nada de ruido”, concluye antes de hacer un último apunte trascendental: “no me lo has preguntado, pero hoy escuchaba a dos personas discutir que si los móviles nos habían hecho más tontos. No estoy de acuerdo, yo creo que ya éramos tontos antes. Ya está, solo quería decir eso”. Está claro, su Nokia no era símbolo de su cutrez, sino de su genialidad.