¿La peor decisión de mi vida? Me tatué el logo de una empresa para que me contrataran

72 horas al borde del colapso desde que aquella oferta de trabajo y todavía no sabemos si somos genios o fracasados

Hola, soy Albert Rius, estoy en Buenos Aires y la he liado pardísima. Bueno, yo y mi compañero Haroldo Moreira. Como has visto en la imagen, nos hemos tatuado el logotipo de una agencia de publicidad en la muñeca para encontrar trabajo de creativos publicitarios y ahora mismo estamos al borde de un ataque de nervios. Y digo esto porque el próximo mail que aparezca en la pantalla del móvil podría mandarnos a Madrid o a México. En realidad, han sido 72 horas al borde del colapso desde que aquella oferta de trabajo… Eh, espera. ¡Acabo de recibir un email de otra agencia! Santo Cristo del Amparo, qué es esto… Un segundo, que pillo el móvil para avisar a Haroldo y te sigo contando.

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Dos tattoos y muchas ganas de comerse el mundo

Perdón, supongo que con tanto sobresalto me he olvidado de ti y me imagino que necesitarás un poco de contexto para entender nuestra historia. Volvamos al 31 de octubre en el primer día de El Ojo de Iberoamérica, un festival internacional de publicidad en Argentina en el que seleccionaron una de nuestras propuestas como aspirante a conseguir uno de los premios de nuevos talentos. Aunque soy de Barcelona y Haroldo de Guatemala, nos conocimos hace dos meses al comenzar un curso en la escuela de creativos Brother Buenos Aires, con la diferencia de que él diseña y yo redacto. Juntos conformamos lo que se conoce como una dupla creativa.

Hasta aquí todo normal. Dos jóvenes que después de la universidad siguen estudiando para encontrar una oportunidad interesante dentro del mundo laboral. Te suena, ¿verdad? El caso es que decidimos comprarnos una entrada de El Ojo de Iberoamérica para vivirlo por primera vez y, de paso, ver la profesión por dentro y hacer networking. Una vez allí, y después de asistir a un par de charlas, nos pusimos a la cola para pillar un café mientras charlábamos sobre cómo definir una idea de lápices de colores de nuestra carpeta de trabajos —nah, cosas de creativos—. Todo era normal hasta que llegó ‘el momento’. 

Digo ‘el momento’ porque fue ese preciso instante en el que un desconocido se acercó por detrás y soltó su primera bomba verbal: “esa idea la trabajamos en mi agencia, pero la tuvimos que descartar porque se hizo hace 20 años”. Cuando todavía estábamos mirándonos con cara de WTF al misterioso tipo, nos explicó que luego otra agencia la hizo y ganó premios el año pasado o el anterior. En ese momento Haroldo estiró el cuello para leer su acreditación y reconoció al susodicho. Era Beto Nahmad, director creativo ejecutivo de VCCP Spain, una agencia muy creativa con sede en Madrid. 

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

Hay making of? Toc toc... chicos, aparezcan! 👊

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La oportunidad de nuestra vida: cagarla o triunfar

Charlamos un rato acerca de otra movida de plagio publicitario y soltó su segunda bomba verbal: “Sinceramente, si esa idea la tuvisteis vosotros, es que pensáis bien. Se la compré en su día a mi equipo y, por ende, significa que os la compro ahora a vosotros también. Me gustaría teneros en mi equipo en Madrid. El único pero es que los jóvenes como vosotros ganáis un par de premios y os vais a otra agencia con más nombre. No tenéis compromiso”. Nos dio la típica tarjeta con su nombre, email y logo de la agencia, y se despidió mientras nos instaba a enviar nuestros trabajos al email de la tarjeta. 

Nos quedamos pensando —mientras seguíamos flipando— acerca de cómo ese interés no debía quedarse únicamente en palabras en una bandeja de entrada llena de correos más importantes. ¿Cómo podíamos demostrar ese compromiso y hacer que no se olvidara de nosotros? Exacto. Tras una tarde-noche de idas de olla y de barajar distintas opciones, durante la mañana del 1 de noviembre decidimos tatuarnos el logotipo de la agencia de publicidad de Beto. Compromiso y locura, al fin y al cabo, además de que el logo está bien y tiene historia. 

Después de la sesión de tinta, fuimos en busca del director creativo por el festival. Para encontrarlo cuanto antes, involucramos a compañeros de escuela, profesores y otros profesionales, pero nada. No aparecía por ningún lado, y lo más probable era que ese día se marchara. Éramos dos chavales con su primer tatuaje 100 % inservible en un cuerpo lleno de incertezas. El drama era real, pero conseguimos hablar con los organizadores de El Ojo de Iberoamérica y nos tranquilizaron ya que Beto era jurado y debía estar allí hasta 3 de noviembre.

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Las ofertas nunca llegan solas

En fin, pasamos la noche contando nuestra peripecia a diestro y siniestro —nos sentíamos unos héroes de la publicidad— y llegamos al tercer día, nerviosos como flanes, dispuestos a poner un desenlace a esta historia. Bueno, eso creíamos. Como he explicado antes, uno de nuestros proyectos fue elegido finalista de la categoría de nuevos talentos. El ‘premio’ por llegar hasta ahí era que un publicista de los tochos evaluaría nuestros trabajos, hecho que dio a este relato otro vuelco frenético.

Resulta que nos tocó un capo de la publi llamado Javier Campopiano, algo así como un Messi de la publicidad iberoamericana. Le enseñamos la carpeta de trabajos hasta recalar en la pieza de los lápices de colores, campaña que él sabía que se había hecho, y tuvimos que explicar toda la historia de estos últimos dos días. No tendría trascendencia si no fuera porque Javier Campopiano pronunciara unas palabras que nos volvería a sacudir nuestro sistema nervioso: “¿Qué pasaría si os ofrezco una plaza en mi agencia en México? Pero, por favor, no os tatuéis el logo de mi agencia”. Nos dio el email para enviar nuestro porfolio y a las dos horas ya habíamos contestado.

Pero como el viernes dio para mucho, un rato después vimos a Beto y le enseñamos el tattoo. No se lo podía creer y nos pidió que le enseñáramos vídeos del making of. Sin problema, lo teníamos todo filmado. Comenzó a hacerse fotos con nosotros, llamó a otros colegas y en ese momento éramos el centro de atención de todos. “Después de la reunión que tengo, miramos de cómo cerrar esto”, soltó mientras desaparecía entre el tumulto. Al rato salió y se puso a hablar, atención al dato, con Javier Campopiano. ¡Las dos personas que se habían interesado por nosotros eran amigos! No quisimos interrumpir por si nos perjudicaba y, cuando Beto se fue, lo perdimos de vista. No podía ser. No habíamos cerrado nada y el tatuaje volvía a ser inservible. ¡¿Pero qué estaba pasando?!

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Al día siguiente, y quizás con algún kilo menos fruto de los nervios, el mismo director creativo ejecutivo de VCCP Madrid comenzó a publicar en sus redes que nos estaba buscando. Incluso la propia agencia lo publicó en sus redes y su CEO preguntó en su Facebook si debían o no contratarnos. ¿Tú lo harías? El caso es que, tras hablar con ellos, nos dijeron que nos harían una propuesta el 5 de noviembre para irnos a Madrid desde Argentina. 

Una decepción, una oportunidad y una hostia de la vida

Pasamos el domingo más lento de nuestras vidas mientras mirábamos vuelos transoceánicos y, al fin, llegó el email con la oferta laboral: tres meses de contrato en prácticas sin cobrar NADA. Pfff, la historia de siempre, una oportunidad a cambio de trabajar gratis. Como os he dicho al principio, estábamos decepcionados, y más sabiendo que en teoría el talento que deberíamos tener lo aprobó Beto días atrás, así que decidimos rechazar la oferta, sobre todo porque mi dupla, Haroldo, no puede trabajar en España si no es con un contrato laboral.

Y en este punto estamos. De la primera agencia van a hacernos una mejor oferta y ahora acabo de recibir el email de la segunda diciendo que, si no vamos a Madrid, que miremos de con Javier Campopiano a México. ¡Madre del amor hermoso, no tengo ni idea en qué lugar del mundo voy a lucir mi tatuaje! Una cosa: me he liado a contarte todo esto y no he avisado a Haroldo. En fin, que todavía no sabemos si lo de hacernos los tatuajes ha sido la mayor genialidad o la mayor estupidez que se nos podía haber ocurrido.

Quizá Beto tenía razón y los mileniales no tenemos compromiso o quizá sean las empresas las que no se comprometen. Quizá seamos una mezcla de genios y estúpidos a partes iguales, pero lo que tenemos claro es que, ya sea en México o en Madrid, nuestra locura solo acaba de empezar. 


Historia escrita por Jordi Llorca a partir de la entrevista a Albert Rius.