Cantautor y agresor: el músico que me marcó con una herida incurable

Tenía 17 años y poca experiencia. Él, mayor que yo, no se conformó con pedirme las fotos gratis. También quería sexo

Hay recuerdos y experiencias que uno lleva dentro y que absolutamente nadie sobre la faz del planeta sabe que han ocurrido. Aunque parezca que siempre hablo de movidas dramáticas no soy mucho de abrirme con determinadas cosas, y menos con aquellas que me han afectado a nivel vital, pero creo que hoy es el momento de hablar sobre algo que me pasó con 17 años.

Esta decisión reveladora no ha sido gratuita, así que os pongo en contexto. Hace unos días me entrevistaron para un programa de Radio3 y a los pocos minutos de conversación me preguntaron que de dónde venía lo de “Selva”, ya que en todas mis redes, exposiciones, artículos etc. aparezco con el seudónimo Gómez Selva pero nadie tiene claro si es mi segundo apellido o algo impostado. Así como a nivel social me suelo presentar por mi nombre real, desde 2012 intento que se me conozca por este seudónimo a nivel profesional. Y es que la presencia de esta palabra tropical no es algo fortuito, sino que la utilizo a raíz de una desafortunada experiencia que sufrí a finales de 2012 en Murcia.

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En septiembre del año del fin del mundo maya, yo acababa de empezar a estudiar la carrera de Bellas Artes en la Universidad de Murcia, y como todo el mundo que haya pasado por este grado sabe, no es algo barato precisamente, así que no tardé mucho en buscarme algún curro de fin de semana para pagar los kilos de óleo y carboncillo. Estuve trabajando de fotógrafo para algunas salas de la ciudad cubriendo conciertos, eventos, y cualquier mierda que se me ofreciese que implicase hacer fotos con flash. Hasta aquí todo normal. Sin embargo, aquí empieza mi dramita; el cual espero que entendáis que por contexto y edad fue imposible de gestionar para mí, que ya os veo deslegitimándome por habérmelo callado hasta ahora, que nos conocemos.

El caso es que un músico de la zona venía a tocar a una sala de Murcia y me contactó por caralibro para que fuera al concierto a hacerle algunas fotillos, continuada su oferta de un clásico “no tengo dinero para pagarte pero te menciono cuando suba las fotos”. Estas mierdas ya no las trago, pero oye, con 17 años y ante un músico de su calibre en 2012 ya era conocido, y ahora tiene más de 500.000 oyentes en Spotify decidí aceptar el encargo. Yo al tío ya lo conocía porque un chaval de mi pueblo había cantado en una canción suya, y la verdad que me gustaba bastante el rollo que se traía.

Unos días antes del concierto estuve hablando con él por chat para saber qué tipo de fotos quería, horarios, etc. y ya de paso estuvimos hablando de la vida, de sus canciones, y de un proyecto que yo estaba haciendo de fotografía y poesía. La movida es que en una de sus canciones menciona varias frases que me gustaban mucho y que yo le pedí prestadas para mi proyecto titulado “Selva Gris”, que os podéis imaginar de qué iba Selva Gris = Ciudad. Hicimos buenas migas vía telemática la verdad, y me apetecía mucho que llegase el día del concierto ya que me había aprendido todas las canciones del último disco, a ver si yendo en plan fan soltaba algo de pasta por las fotos.

Ahora cierra los ojos e imagina que estás en una sala de conciertos hasta arriba, siendo el fotógrafo oficial del músico que está tocando, pudiendo moverte por donde quieras y sintiéndote importante con 17 años por hacer un trabajo de gratis con el que crees que te vas a dar a conocer en las salas de la ciudad gracias a la promo que te va a hacer el rata del artista en su página de facebook. Efectivamente, te sabes todas las canciones y una señora te dice de coña que deberías subirte a cantar en vez de hacer fotos.

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Una vez terminado el bolo, y después de que varias fans se hagan selfies con sus Nokias 808 en el escenario, te acercas al artista para darle la enhorabuena y agradecerle la experiencia. El músico te empieza a hablar cada vez más cerca, te pregunta por tu piso, a ver si está cerca, a ver si te apetece ir con él, te agarra de los testículos y te aprieta mientras te pregunta que si alguna vez has follado con un chico, o bueno, quizá seas demasiado joven, incluso virgen, pero bueno no te preocupes que él te enseña cómo se hace, no te va a hacer daño, o eso te dice al oído mientras el resto de gente parece no coscarse de nada. Alguien de la sala lo llama para preguntarle algo, así que te dice que ahora mismo vuelve, y tú, con la cara pálida sin saber muy bien qué acaba de ocurrir, sales de la sala y te vas a casa andando con la mirada perdida. Una vez en tu piso, enciendes el ordenador y editas las fotografías con el cerebro en modo automático para mandárselas por correo a este músico lo antes posible, ya que eres una persona muy profesional y a pesar de todo no quieres quedar mal con él. Te acuestas y te duermes sin hablar ni una sola palabra con tus compañeros de piso. Y a la mañana siguiente te piras al pueblo a comer a casa de tu abuela con tus padres sin decir ni pío sobre nada de lo ocurrido.

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Y ya está, eso es lo que pasó. Durante mucho tiempo no he sabido cómo gestionar el asunto, ni siquiera recuerdo bien cómo me sentí al día siguiente, ni cuándo fue la primera vez que se lo conté a alguien lo sabrán 3 o 4 personas. Nunca llegué a escribirle nada al músico en cuestión, simplemente enterré el recuerdo con varias capas de cemento y seguí mi vida, aunque de vez en cuando asoma entre los escombros. Eso sí, a la mañana siguiente a la noche del concierto leí un post suyo en el que contaba indignado que le habían robado la funda de la guitarra con sus honorarios del bolo dentro, además de la guitarra claro; ese día descubrí lo que era eso del “karma”. Quizá el hecho de escribir esto y hacerlo público sin revelar la identidad del artista genere algún revuelo; no es mi intención. O quizá pase desapercibido como tantos casos que aparecen en medios relacionados con artistas de renombre y de los que la gente se olvida al de un par de días. En cualquier caso, si cuento esto es porque en su día no supe enfrentarme a ello, y solo me veo con el escaso valor como para insistiros en que enfrentéis estas situaciones con tolerancia cero y que no dejéis que nadie os haga este tipo de heridas, porque nunca curan.

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