El 14 de diciembre de 1975, Félix Francisco Casanova, un poeta canario de 19 años, escribió el último verso de su último poema.
"Eres un buen momento para morirme".

Es difícil saber qué es verdad y qué leyenda sobre Casanova. ¿Quién era ese rockero con la melena de Jim Morrison y la pluma de un simbolista francés? ¿Sería verdad que tenía un magnetismo fuera de toda lógica? Sus allegados decían que había en él un aura de misterio y que su atractivo era tan animal que era difícil no mirarlo cuando entraba en una habitación. También dicen y lo confirman sus diarios, que se titulan Yo hubiera o hubiese amado que pasaba la mayor parte de su tiempo leyendo sin parar. Cuando no leía, escuchaba música, tocaba la guitarra en su grupo de rock alternativo, Hovno "mierda" en checo, o escribía poemas. Muchos de los cuales dejan entrever su obsesión con la muerte.
"Las fotografías
de hermosos jóvenes muertos
en trajes de baño
son casi siempre
el más perfecto
de los recuerdos".
La muerte y el sexo son dos temas principales en su producción. Es más, muchos de sus poemas tratan, específicamente, sobre adolescentes bellos, melancólicos y suicidas.
"No quisiera ponerte nerviosa.
Es la primera vez que algo
nos va a separar,
porque es la primera vez
que te produciré auténtico
miedo".
Su novela, El don de Vorace, está protagonizada por un joven muy atractivo que busca experiencias extremas para sentirse vivo. El problema es que nada le conmueve. Poco a poco, va aguzando su comportamiento autodestructivo hasta el punto de que descubre que quiere morir. Pero entonces descubre cuál es su maldición: es inmortal.

Con todo este bagaje, no es raro plantearse si aquella fuga de gas mientras se daba un baño pudo no haber sido un accidente. Su poesía, desde luego, parece querer gritarnos lo que él no decía en voz alta. Su fijación por la muerte, su mirada melancólica, la certeza de que había algo oscuro y peligroso en su interior. En sus poemas, parece querer alejar a los demás y, a la vez, suplicar su compañía.
"A VECES, CUANDO LA NOCHE ME APRISIONA
suelo sentarme frente a una cabina
telefónica
y contemplo las bocas que hablan
para lejanos oídos.
Y cuando el hielo de la soledad
me ha desvenado, los barrenderos moros
canturrean tristemente
y las estrellas ocupan su lugar,
yo acaricio el teléfono
y le susurro sin usar monedas".
Sin embargo, puede que la tragedia hubiera sido, realmente, una coincidencia. Puede que esa oscuridad que Casanova veía en sí mismo fuera únicamente la oscuridad de todos nosotros, jóvenes, buscando un hueco que no encontramos.
"No quiero estar en un hospital,
no quiero estar en un cementerio,
no quiero estar en un hogar,
no quiero estar en la calle.
En la gran matriz del mundo
no hay sitio para mí".
Puede que la persona que amamos sea, simple y llanamente, un buen momento para morirnos live fast, die young. Tal vez Casanova, simplemente, captara a la perfección qué significa sentirse tan solo rodeado de personas, susurrando palabras a un auricular aun a sabiendas de que no hay nadie al otro lado. A lo mejor fue, sencillamente, un chico normal con una enorme sensibilidad poética. Quién sabe. Lo que está claro es que su poesía trasciende su leyenda. Y que, provocada o no, su muerte prematura fue una pérdida para nuestra literatura.