No está diagnosticado, ni siquiera aparece en los libros de ciencia. Los investigadores no se han atrevido a analizarlo, pero ya hay infinitas teorías merodeando los barrios bajos de Internet: la metamorfosis de Uma Thurman nos hace sentir mejor.
Dicho así, puede que no tenga mucho sentido, pero no es tan macabro como parece cuando lo escuchas. Al igual que Renée Zellweguer, la señorita Kill Bill ha decidido 'maquillarse' exageradamente el rostro y hacer que todo el mundo recuerde con nostalgia una de las mejores fotografías de la historia: la portada de la película Pulp Fiction.
Repentinamente, Uma está en boca de todos, no hay un país en el mundo que no hable de sus imágenes antes y después del gran cambio que lució en el estreno de su nueva serie casualmente. Además de infinitos delirios sobre el machismo, el juicio hacia las mujeres en este tipo de casos y la profunda influencia del ser humano como ser morboso, mi pregunta es la siguiente: ¿Por qué lloramos por Uma?
Sí, en la oficina o hablando por teléfono con tu madre que jamás vio la saga de Tarantino. El caso es que a todo el mundo le afectan estas cosas virales, la empatía brota milagrosamente de la nada para que digamos frases tan bonitas como "con lo guapa que estaba Uma", "se ha destrozado esa carita", "era súper atractiva, no sé cómo ha podido" o "todas hacen lo mismo". Es precioso, pero sobre todo es contradictorio.
La tía buena de Pulp Fiction se ha convertido en una pobre actriz perdida en el camino de la vida, la fea de la clase. Ahora Uma es nuestra nueva amiga del cole. Tenemos que consolarla, y para eso no hacemos otra cosa que compartir sus imágenes en las redes sociales. Maldita sea, Uma, te queremos.
Somos tan predecibles que cuando vemos que alguien comete el más mínimo error compadecemos sus actos con excusas que utilizamos para nuestra cadena de quehaceres rutinarios. Nos reconforta ver la paja en el ojo ajeno.
Conseguimos que la protagonista de Bridget Jones diese la vuelta al mundo con 'la cara lavada', que Christina Aguilera y su imagen 'amplificada' fuesen la búsqueda perfecta, y que el bótox de Nicole Kidman reblandeciese nuestro corazoncito. Es como tu foto de la comunión o la falda que llevabas a los botellones.
Ellas son una especie de laxante para el autoestima del común de los mortales. Sabemos que nunca fuimos Uma Thurman y que Kidman siempre nos ha parecido una estirada, pero también sabemos que el morbo es un placer superior. La posibilidad de estar a la altura de estos personajes a menudo de otro planeta es nuestro consuelo.
Nos gusta verles sufrir y nos pone que por un segundo sean igual que nosotros, incluso peores.