Así son los smartphones, el Whatsapp y el internet que vi en Corea del Norte

No nos dejarían solos ni un momento por el resto del viaje y se dividirían los roles: ella guiaba el recorrido y él respondía las preguntas.

Hace poco tiempo viajé a Corea del Norte. Compré un tour en el que acordaba no tomar ninguna decisión hasta que termine el viaje. Cuando el tren llegó a la estación de Pyongyang, esperaba a mi contingente de veinte turistas de todo el mundo —periodistas diciendo que trabajamos de otra cosa— la señorita Song y el señor Jong, los guías que se harían cargo del grupo.

Tenían en el pecho el mismo pin: la efigie de los dos líderes “eternos”, el papá y el abuelo de Kim Jong Un. Ella se cubría con una chaqueta negra hasta los pies y tenía una sonrisa nerviosa enmarcada por un acné adolescente sin maquillar. Él lucía un traje perfecto con camisa blanca y corbata azul. No nos dejarían solos ni un momento por el resto del viaje y se dividirían los roles: ella guiaba el recorrido y él respondía las preguntas.


Lo que sigue es un fragmento del libro Dos Caras de una Misma Corea que escribí con Julián Varsavsky y que se presenta el 25 de abril en la librería Altaïr de Barcelona:

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Para usar Internet los norcoreanos tienen que ir al Museo de Ciencias. Allí hay 2.000 ordenadores conectados a la Kwangmyong, una red limitada a las fronteras del país. Pero para los estudiantes eso es Internet. Salvo algunos altos dirigentes, nadie tiene acceso a la red internacional. En la Kwangmyong no todo el material son vídeos de los Kim, también hay contenidos audiovisuales que el régimen descargó del exterior y puso a disposición de los ciudadanos, sobre todo partidos de fútbol y documentales sobre animales. En el recorrido me acomodo en un sillón mullido frente a una exhibición de submarinos en miniatura.

— ¡No se puede sentar ahí! ¿No ve el cartel? —me grita Song. Ese pequeño cartel informa: “Aquí se sentó el Gran Líder Kim Jong Il”.

Seguimos caminando y entro a una sala de conferencias vacía buscando una silla que no sea sagrada. Reposo un rato y descubro que sobre las mesas hay unas tablets de fabricación nacional norcoreana.

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Últimamente se ha difundido aquí el teléfono móvil y la red local ya tiene tres millones de abonados. La mayoría de los aparatos vienen de China, llamar al exterior está penado con prisión y hay redes internas de chat que emulan al Whatsapp para los que tienen smartphones. El Departamento de Seguridad del Estado cuenta con la Oficina 27 especializada en actividades encubiertas de inteligencia para controlar frecuencias de telefonía móvil.

Según Amnistía Internacional los norcoreanos descubiertos utilizando teléfonos móviles de contrabando para llamar al extranjero van presos. Los aparatos legales impiden recibir cualquier tipo de señal que venga del extranjero, ni siquiera a quienes vivan cerca de la frontera con Corea del Sur, China y Rusia: la incomunicación hacia afuera debe ser total. Pero esto no siempre funciona y muchos exiliados con familia en Corea del Norte consiguen ilegalmente una línea norcoreana y se acercan a la frontera a llamar a su familia.

En el museo se difunden logros tecnológicos con toda clase de láminas y maquetas informando que Corea del Norte está clonando animales e investiga sobre vacunas. La Kumdang es una de ellas, hecha a base de extractos de ginseng. Sería útil para combatir desde diabetes hasta la disfunción eréctil. La Kumdang tiene su propia página web en inglés y en ruso con el slogan "toda persona tiene derecho a estar sana". Después de dos días de inyecciones –dice la web–, la gente se siente “fuerte, fresca y feliz". En la pestaña 'Dónde comprar' se advierte que es posible hacerlo en Moscú.

El régimen combate virus biológicos pero los virtuales los usaría a su favor. El 24 de noviembre de 2014 un grupo de hackers autodenominado 'Los guardianes de la paz' se infiltró en los sistemas informáticos de Sony Pictures Entertainment en Estados Unidos. Los datos robados y publicados incluían información personal sobre los empleados, mensajes privados de correo electrónico, niveles salariales de los ejecutivos y copias de películas entonces inéditas. ¿El motivo? El estreno de la película en la que matan a Kim III: The Interview. El ataque se atribuye a los ciberguerreros de los servicios de inteligencia norcoreanos. Pero la polémica solo sirvió para promocionar la película.

Antes de salir del Museo de Ciencias nos llevan a una última sala.

— Les pido disculpas pero por el frío no podremos ir al Renungrado, al Munsú ni al Palacios de los Deportes —anuncia Song.

El Estadio Reungrado Primero de Mayo tiene capacidad para 150 mil espectadores, el más grande del mundo. Se llena cada vez que juega la Selección de Fútbol. El parque acuático Munsú está plagado de toboganes y piscinas de olas artificiales; miles de norcoreanos pasan allí sus veranos. El Palacio de los Deportes es un edificio de 350 mil metros cuadrados con espacios para 18 disciplinas: de allí salen los habituales medallistas olímpicos en levantamiento de pesas, tiro, gimnasia artística y tenis de mesa.

— Pero al menos ustedes podrán divertirse aquí en la sala de juegos — dice Jong.

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Lo invito a jugar haciéndoles señas, me mira raro pero acepta un partido de tenis. Comienzo quebrándole el saque pero se recupera y me gana 6-2, 6-2. Yo tengo una consola como estas en casa y él no, ¿cómo es posible que juegue tan bien? Le pido traducción a Song y la madre me explica que vienen todos los fines de semana al museo.

El niño va al simulador de submarino. Cuando queda libre pruebo a pilotarlo y se mueve hacia arriba y abajo: vibra al chocar con una piedra y emite un sonido agudo a medida que se hunde. Por eso cuando se sumerge del todo se me taponan los oídos. Disparo algunas bombas teledirigidas contra el enemigo norteamericano y rápidamente gano la partida. No se puede elegir el bando y es fácil triunfar.

— ¿Alguna vez ganó Estados Unidos en este juego? —le pregunto a Jong.

— ¿Alguna vez nos ganó en la vida real? —responde.