Durante un corto periodo de tiempo, uno de los clichés más repetidos de la música, “Sexo, drogas y rock&roll” no fue solamente una frase manida. Se convirtió en un estilo de vida que quiso ser universal. El sexo libre como respuesta a las rígidas normas de la puritana sociedad burguesa, las drogas como una forma de autoconocimiento y el rock&roll como banda sonora de una nueva generación que aspiraba a algo más que a terminar la carrera, encontrar una trabajo estable y fundar una familia.
Fueron los predecesores directos de la generación milenial y vivieron su época de esplendor a mediados de los años sesenta. El punto álgido de este movimiento tuvo lugar durante la primavera y el verano de 1967. Durante aquellos meses, el mundo entero volvió los ojos a San Francisco, el epicentro de la contracultura hippie.
En San Francisco, se habían establecido algunos de los poetas de la generación Beat liderada por Allen Ginsberg y Jack Kerouac, precursores directos de los “flower children”, y allí se encontraban la universidad de Berkeley, fuertemente politizada, y una importante comunidad de artistas y bohemios. En el ambiente, el rechazo a la guerra de Vietnam y la explosión cultural juvenil de la primera generación nacida tras la Segunda Guerra Mundial.
El antecedente directo del verano del amor tuvo lugar en invierno y se llamó Human Be-in, un evento cultural en el que el propio Ginsberg tomó parte y en el que también participó el profesor Timothy Leary, profeta del uso recreacional del LSD que, por cierto, fue completamente legal hasta 1966. Treinta mil personas se dieron cita en el Golden Gate Park durante aquellos días.
Desde aquel momento, con la ayuda de los medios de comunicación, que asistían atónitos al surgimiento y expansión de este nuevo movimiento, miles de jóvenes atraídos por esta nueva forma de entender la vida comenzaron a peregrinar a San Francisco y comenzaron a instalarse en el barrio de Haight-Ashbury, por aquel entonces un suburbio con un puñado de casas victorianas destartaladas las mismas que hoy en día se venden a varios millones de dólares la unidad y constituyen una de las postales más conocidas de la ciudad. Hunter S. Thompson, autor de Miedo y asco en Las Vegas, lo rebautizaría como Hashbury juego de palabras con las palabras Hash, Hachís, en inglés.
Ese verano nacieron los festivales al aire libre tal y como los entendemos hoy. El primero de la historia fue el Fantasy Fair and Magic Mountain Music Festival y, una semana después, el 16 de junio, el Monterey Pop, en el que hasta 90.000 personas se dieron cita para convivir durante tres días y escuchar a Jimi Hendrix, Jimi Hendrix, Otis Reading o The Who.
Entre los grupos que pusieron la banda sonora de aquellos meses hay que añadir también a Jefferson Airplane, Quicksilver Messenger Service y Greatful Dead, instalados en la ciudad y miembros activos del movimiento hippie. John Phillips, de The Mamas & The Papas, fue el autor de San Francisco be sure to wear flowers in your hair, canción utilizada para promocionar el festival de Monterey y un éxito inmediato.
Hasta cien mil personas se dieron cita en San Francisco las autoridades se vieron rápidamente desbordadas para participar en este experimento social que no se limitó, ni mucho menos, a una reunión de jóvenes con ganas de pasárselo bien, que también. Se abrieron la Free-Store, una tienda completamente gratis donde se podían intercambiar todo tipo de productos y la Free-Clinic, un centro médico gratuito para atender a los participantes que se ocupó principalmente de dos problemas: los malos viajes de LSD y las enfermedades de transmisión sexual. Surgieron periódicos y emisoras de radio, grupos de teatro, foros de debate y se organizaron todo tipo de actividades culturales.
La atención mediática y la curiosidad por este nuevo movimiento cultural no tardaron en traer a la ciudad a un montón de curiosos que recorrían las calles principales del barrio montados en autobuses turísticos. Uno de los lemas más populares, “Conócete a ti mismo”, surgió en este momento: era lo que gritaban los jóvenes a los visitantes principalmente norteamericanos de clase media, la generación de sus padres que se acercaban hasta Hashbury para ver con sus propios ojos qué estaba pasando allí.
Con la llegada de septiembre, la gran mayoría de jóvenes volvió a sus lugares de origen y retomó sus estudios universitarios. El 6 de octubre se dio por concluido el Verano del Amor con la celebración de un funeral, “The death of the hippie”, organizado, entre otros, por Mary Kasper, que dejó claro cuál era el siguiente paso a seguir: “Llevad la revolución a donde viváis y no volváis aquí porque esto se ha acabado”.
El verano se había terminado, y aunque es innegable que dejó tras de sí un rastro de drogas, mendicidad y cierta violencia en aquel barrio de San Francisco y no consiguieron los objetivos marcados de terminar con el capitalismo y el imperialismo norteamericanos, muchos de los valores que aquellos jóvenes promovían calaron en las generaciones venideras, se extendieron a muchas otras partes del mundo y su eco llega hasta nuestros días. Peace&Love.