Cuando el viento frío de febrero todavía se cuela por debajo de la camisa, llega el ecuador del mes, con el día más cálido de invierno, San Valentín. Un día destinado a la exaltación del amor y la pasión, en el que los corazones emparejados permanecen confortables a pesar de que la temperatura todavía cale en sus cuerpos, tras las idas y venidas en busca de bombones y flores, o de la postal de turno para su pareja. Es el día de los enamorados y de las palabras dulzonas y, por lo tanto, casi por contrato social, permitimos que el ambiente edulcorado y acorazonado impere a lo largo y ancho de occidente. Pero no siempre fue así.

De hecho, Valentín, el padre de esta festividad, fue uno de los tres santos mártires del siglo III, decapitado durante la época del Imperio romano por promover el cristianismo mientras Roma intentaba acabar con esta nueva fe. Cuenta la leyenda que este sacerdote casaba a los jóvenes soldados romanos en secreto bajo el rito católico, algo prohibido entonces, pues se consideraba que los hombres serían mejores soldados si no tenían ataduras. Siguiendo con la leyenda, Valentín fue también el inventor de las notitas de amor, pues durante su encarcelamiento se enamoró de la hija del guardián de la celda, y antes de ser ejecutado le dejó una epístola firmada con tres palabras: “de tu Valentín”.
Pero el origen de algunos elementos del imaginario del día de los enamorados puede llegar más lejos todavía: hasta la mitología del mundo clásico. En la Metamorfosis de Ovidio, Cupido es el dios del amor, un infante alado con un arco y dos tipos de flechas: las de oro, de afilada punta, que enamoran; y las de plomo, obtusas, que crean repulsión. Ovidio relata que el niño, hijo de la bellísima diosa Venus, consiguió castigar al poderoso arquero Apolo, el Sol, después de que este le ofendiera. “Aunque tu arco pueda acabar con las fieras más temibles, el mío te atravesará a ti”, dijo Cupido, y le clavó una flecha de amor a Apolo, que se enamoró perdidamente de la bella ninfa Dafne, a la que el pequeño dios del amor ya le había clavado una flecha de repulsión antes.
Y es que, tal y como se revela en la Metamorfosis, Cupido, hijo de Marte, el dios de la guerra, también tenía una faceta impía, igual que la que mostró Al Capone en su ya famosa matanza de San Valentín, el 14 de febrero de 1929. Asesinó a sangre fría a siete miembros de una banda rival, descubriendo su más cruda faceta y desechando la máscara de carisma que se había ganado entre la sociedad. Así pues, vemos que a lo largo de la historia del día de San Valentín ha habido una lucha constante entre opuestos, entre amor y odio, en la que el rojo de la pasión lo ha bañado todo.
