'En estado salvaje', una cruda reflexión sobre los abusos de los hombres poderosos a las mujeres

El libro En estado salvaje es una dolorosa reflexión de Charlotte Wood sobre la utilización del poder por parte del hombre para utilizar a la mujer

Nos situamos en julio del año 2006. Donald Trump acude a un torneo de golf mientras Melania, su esposa, se recupera de haber dado a luz al hijo de ambos, Baron Trump. En aquel entorno de magnates y empresarios se encuentra Stormy Daniels, una actriz porno a la que Trump no tarda en pedir el número de teléfono. Aquella noche el ahora presidente de los Estados Unidos la invita a cenar y es en ese instante donde empieza su infidelidad. Nada menos que 130.000 dólares es lo que le han pagado los abogados de Donald Trump a la actriz, cuyo nombre real es Stephanie Clifford, para que guarde silencio sobre el que sabrían que sería un enorme escándalo sexual si alguna vez saliese a la luz. Más allá de la polémica que encierra este caso particular, es terriblemente sencillo encontrar distintos relatos similares a lo largo de la historia y, siempre, encabezados por hombres que Donald Trump.

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De hecho, Stephanie Clifford bien podría protagonizar también el último libro de Charlotte Wood, En estado salvaje. En su lugar hay diez hermosas mujeres: Isobel Askell, Hetty, Yala Kovacs, Maitlynd, Barbs, Rhiannon, Lydia, Leandra, Joy y Vera que tendrán que aprender qué son. “Qué son todas. La amiguita del ministro y esa puta de Skype y la perra asquerosamente fea del crucero, la tía a la que se follan a la vez por delante y por detrás, el polvo de una noche, la enésima fulana y la puta ambiciosa a quien se cepillan todos. Ellas son lo que pasa cuando no cierras tu maldita bocaza de furcia”. Así es como Wood presenta, a través de las voces de Vera y Yala Kovacs —quienes irán relatando la historia—, una pequeña pincelada de lo que es importante en el libro: no ya saber dónde estás sino aprender qué eres y, por tanto, qué tienes en común con el resto de chicas.

El relato

El libro está escrito con un lenguaje cuidado, metafórico y cruelmente dulce. A modo de cuentagotas la historia va mostrándole al lector que las diez mujeres han sido protagonistas de algún tipo de escándalo sexual relacionado con un hombre de poder y que, en algunos de los casos, el contacto fue realizado sin consentimiento alguno, es decir, varias de ellas fueron violadas. Este contexto sale a la luz después de conocer la terrible situación en la que, de repente, se encuentran las protagonistas: están secuestradas y retenidas en medio de la nada, con sus cabezas afeitadas, sin sus pertenencias, vestidas con trapos y botas duras que hacen que sus pies sangren. Obligadas a marchar como militares bajo un sol abrasador mientras cargan pesadas vigas, acabando su aterradora jornada encerradas en celdas que recuerdan a las jaulas de las perreras. Tres personajes misóginos custodian y maltratan a las protagonistas: Boncer, con una porra siempre a su lado es quien golpea a las mujeres sino hacen lo que se les dice; Teddy, una especie de hippie que desprecia a aquellas que no le bailan el agua y Nancy, la desagradable ‘enfermera’ sin ningún tipo de empatía por nada ni nadie. 

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En este punto es curioso advertir que estos tres personajes, entendidos como los ‘malos’ de la historia, no lo son realmente, al menos no en el fondo. Y no solo este dato es imprescindible: Boncer, Teddy y Nancy, no saben la razón de que esas mujeres se encuentren retenidas. Ellos solo siguen órdenes. Una realidad que luego les juega una mala pasada. Varias han sido las ocasiones en las que el libro de Charlotte Wood se ha comparado con la espléndida novela de Margaret Atwood, El cuento de la criada, en este caso el secuestro no es político: las mujeres son drogadas y posteriormente secuestradas. Son tratadas como un problema que debe desaparecer y esa es la razón por la que están en medio de ninguna parte, en un rincón aislado de Australia del que no es posible huir.

El nudo

La trama de la obra de Charlotte Wood experimenta un giro cuando los barracones en los que se encuentran las protagonistas junto a los personajes que las vigilan es olvidado. Durante la primera parte del libro se nombra a Hardings, un personaje que, al parecer, podría estar al mando de todo y que entrará en acción en un momento u otro. Cuando esto parece que no va a suceder, los retenidos son todos: no solo las diez mujeres sino también Boncer, Teddy y Nancy. Ellos tampoco pueden salir de allí. Y así comienzan a pasar los meses: la comida escasea, las retenidas se pasean ‘libres’ por la zona y cada uno va cumpliendo un pequeño papel que hace que el argumento vaya generando conflictos paralelos, lazos de confianza y relaciones inesperadas.

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El papel del poder

Aunque esa es la trama, es decir, el nudo de la historia, la profundidad radica en cómo un grupo de hombres ocupando diferentes puestos de poder ha tenido el alcance y la capacidad de conseguir hacer desaparecer a diez mujeres. Ellas pasan de ser un objeto sexual, deseado y utilizado a conveniencia a ser el rastro de un hecho que no debe conocerse, que no puede hacerse público y que justamente no puede salir a la luz por lo que implica para ellos –y siempre para ellos- que esto se conozca. Las diez mujeres tienen que desaparecer por no haberse callado cuando tuvieron la oportunidad y entonces ¿no podrían ser ellas la imagen extendida de Stephanie Clifford o de Monica Lewinsky? La diferencia está en que estas últimas tuvieron la suerte, de momento, de no ser tratadas como un objeto que era necesario destruir pero ¿y las que no conocemos? ¿existen? ¿dónde están? Este es, en parte, el mensaje del libro: mujeres en estado salvaje porque el poder ha querido. La negra lectura sociopolítica junto a un relato a la vez duro y hermoso hacen de esta obra una muestra a puertas abiertas de la prisión —invisible por cierto— que podría vivir una mujer. Incluso nosotras. Ellas. Todas.