El principal problema del éxito es que es muy difícil alcanzarlo, pero una vez has llegado a la cima, es muy fácil caer. Todas las caídas duelen, pero el efecto que la hostia tendrá sobre ti dependerá de lo que hayas construido en tu cabeza mientras estabas en lo alto. Hay dos tipos de triunfadores: los que aceptan que antes o después perderán, y los que no lo hacen. Porque si hay algo que la historia nos ha demostrado una y otra vez en todos los aspectos de la vida es que nadie es invencible, y sobra decir que aquellos que se lo creen son los que más sufren las consecuencias de la inevitable caída.
Ronda Rousey era de ese tipo de persona. Una mujer que desde adolescente estaba acostumbrada a destacar, y que con solo 17 años ya participó en los Juegos Olímpicos en la disciplina de yudo. Pero este deporte, pese a haber logrado ser subcampeona del mundo y bronce en los Juegos de Pekín, no era su verdadera especialidad.
La Strikeforce y después la Ultimate Fighting Championship, la mayor empresa de artes marciales mixtas del mundo, la destaparon como lo que realmente era: una bestia capaz de ganar combates en apenas unos segundos. Gracias a una llave de brazo difícil de contrarrestar, ganó sus cinco primeras peleas por sumisión alzándose con el título de campeona del Peso Gallo, el cual defendería con éxito hasta en siete ocasiones.
Tal vez demasiado éxito. La facilidad con la que ganaba combates se le subió a la cabeza de sus doce victorias hasta la fecha, solo tres han durado más de un minuto, y rápidamente empezó a destacar por su prepotencia y sus continuas faltas de respeto a las rivales que la retaban. A una persona así, no le hizo ningún favor el pedestal en el que la tenían subida los fans de la UFC ni ser considerada por la ESPN la mejor atleta del planeta. Tanto se creyó su fama de invencible, que llegó a retar al mismísimo Floyd Mayweather.
Lo dicho, Ronda Rousey era de esas personas que no tenían asimilado que la derrota podía llegar. Y llegó. El 15 de noviembre de 2015 Holly Holm mandó a Rousey a la lona en 59 segundos con una gran patada bien combinada con puñetazos, demostrando que hasta los que suben más alto tienen que bajar.
Hace un par de semanas Ronda dio una entrevista en el programa de Ellen Degeneres, su primera aparición pública tras la derrota, y explicó con exactitud lo dura que fue la caída: "Estaba literalmente sentada pensando en quitarme la vida. En ese momento pensaba que no era nada, que no podría volver a hacer lo que hacía y que nadie daría una mierda por mí sin eso".
Había pasado de estar en las nubes a hundirse en un pozo muy profundo. Por suerte, su pareja y también luchador Travis Browne, la ayudó a salir de él y evitar que la derrota se convirtiese es una verdadera desgracia. Porque otra cosa que también nos ha enseñado la historia es que del mismo modo que todos podemos caer, también todos podemos levantarnos y aprender de las derrotas.
No sabemos si Ronda Rousey habrá aprendido algo o si volverá a ser aquella luchadora con aires de semi-diosa, pero lo que ha dejado claro es que se ha levantado y que quiere recuperar lo que Holly Holm le quitó.