Han pasado 200.000 años desde que los primeros Homo Sapiens se diesen el festival en la calidez de una cueva. Lejos de saciarse, las ganas de follar de nuestra especie han permanecido inalterables a lo largo de milenios, culturas y censuras. Por el camino, ese indómito pálpito sexual ha sido manantial inagotable de inspiración para todo tipo de poetas y poetisas. Desde los albores de la civilización grecorromana al último hit reguetonero, en los pergaminos medievales y en los cochambrosos baños de las discotecas de pueblo. El verso pornoerótico es omnipresente. Pudorosos, manténganse alejados. He aquí una breve selección del poema carnal.
Safo de Lesbos, Antigüedad

Cuna de la palabra escrita, la Antigüedad es el lienzo donde las primeras civilizaciones de la historia imprimieron en rima sus inquietudes genitales. Por desgracia, un pueblo tan libertino como el griego, amante de las orgías, devoto de la homosexualidad y famoso por la legalidad de la prostitución, nos ha legado poquito de esa lujuria en sus poemas. Como ejemplo, estos versos de la poetisa Safo de Lesbos, descripción elegante del universal calentón:
Fuego sutil dentro mi cuerpo todo Presto discurre; los inciertos ojos
Vagan sin rumbo; los oídos hacen
Ronco zumbido.
Cúbrome toda de sudor helado; Pálida quedo cual marchita hierba;
Y ya sin fuerzas, sin aliento, inerte
Parezco muerta.
Seis siglos después, en Roma, cuna de la depravación, del todo vale si mi sangre ardiente lo pide, el verso erótico sube de tono. No obstante, bien podrían considerarse una nana en comparación con la realidad sexual de la época: Tiberio viciado a la pederastia, Nerón entregado al incesto maternal o Calígula transformando su palacio en un colosal burdel. Marco Argentario, poeta romano, nos habla de una experta sexual capaz de resucitar a los muertos:
A la bailarina de Asia, a ésa que se mueve con gesto pícaro desde la punta de sus uñas delicadas,
celebro, no porque se apasione tanto, no porque ponga
así o asá delicadamente sus manos delicadas,
sino porque sabe bailar incluso sobre una clavija
gastada, y no evita las arrugas de la vejez.
Besa con la lengua, estimula, abraza; y si levanta sobre ti
sus piernas, sacará tu tranca del Hades.
Pietro Aretino, Medievo

Una vez el cristianismo se ha impuesto al paganismo grecorromano, follar con libertad se convierte en un pecado mayúsculo. Con todo, los tabúes y la represión no pueden contener el aliento libidinoso que habita dentro del ser humano. El arte encuentra formas sutiles de hablar de sexo. Y luego, más allá de cualquier sutileza, encontramos al poeta renacentista veneciano Pietro Aretino, alborotador de pudores. Los versos de su Sonetos Lujuriosos podrían pasar por lírica reguetonera si viniesen acompañados de un buen ritmo dembow:
II Pon esta pierna sobre la espalda,
y sácame del miembro ya la mano,
y si quieres que empuje fuerte o despacio,
despacio o fuerte, con el culo baila.
IV Mete un dedo en mi culo, papacito,
y clávame la pinga poco a poco;
alza bien esta pierna y haz buen juego,
menéate después sin cortesías.
Baudeleire, Modernidad

Con la Modernidad en escena, los cimientos de la religión se tambalean. La razón toma el mando de todas y cada una de las dimensiones culturales, incluida la poesía. Paradójicamente, este florecer del sentido crítico propicia la irrupción de una forma de entender el mundo que niega y transgrede la propia Modernidad que la hizo nacer: el Romanticismo, lleno de erotismo y dolor. La melancolía sensual de Baudeleire es un ejemplo paradigmático:
Al destino que ahora me cautiva seguiré fiel, como un predestinado.
Dócil mártir, sumiso condenado
cuyo fervor el cruel suplicio aviva,
Consumiré mi odio y mi pasión bebiendo los nepentes y el veneno
en las agudas rosas de tu seno
donde nunca ha latido el corazón.
Mucho menos enigmático y fino es este otro fragmento lírico atribuido a Espronceda, el gran romántico español:
Venció a la humanidad; quedó rendida la fuerza mujeril; más él, sediento
siempre y siempre con ansia coñicida,
leche despide y mancha el firmamento,
dejando allí su cólera esculpida
del carajo en eterno monumento.
Pablo Neruda, siglo XX

Época de vanguardias, de experimentación artística. El autor se sitúa en el centro de la obra, en el centro del verso, en el centro del polvo. La industria del porno aún no ha llegado a los hogares, por lo que la agresividad sexual de este poema de Pablo Neruda, conocido como Material Nupcial, bien pudo suponer un clavo ardiendo para los onanistas más empedernidos:
La pondré como una espada o un espejo, y abriré hasta la muerte sus piernas temerosas,
y morderé sus orejas y sus venas,
y haré que retroceda con los ojos cerrados
en un espeso río de semen verde.
La inundaré de amapolas y relámpagos, la envolveré en rodillas, en labios, en agujas,
la entraré con pulgadas de epidermis llorando
y presiones de crimen y pelos empapados.
La haré huir escapándose por uñas y suspiros, hacia nunca, hacia nada,
trepándose a la lenta médula y al oxígeno,
agarrándose a recuerdos y razones
como una sola mano, como un dedo partido
agitando una uña de sal desamparada.
Daddy Yankee, siglo XXI

Y pisamos tierra conocida. Los tabúes enferman y mueren poco a poco. Las prácticas sexuales se diversifican. Las aplicaciones de sexo esporádico proliferan. Nunca, en ningún otro periodo histórico, fue tan sencillo echar un polvo. Hoy, más que nunca, en una sociedad que respira sexo, escribir sobre erotismo se ha vuelto redundante. Una tarea de nostálgicos, de aquellos que se resisten a dejar en manos de Luis Fonsi y Daddy Yankee la métrica porno:
Ven prueba de mi boca para ver cómo te sabe Quiero, quiero, quiero ver cuánto amor a ti te cabe
Yo no tengo prisa, yo me quiero dar el viaje
Empecemos lento, después salvaje.
Frente a estas líneas, que tanto tanto, de verdad TANTO hemos oído en la radio desde el pasado enero, el autor colombiano Jacobo Cardona propone una mezcla de tosquedad y sentimiento que brilla como pocas. Él cierra este artículo, pero la rima sexual persistirá más allá de lo que alcanza nuestra mirada. Mientras existan las ganas de follar, habrá esperanza. Y, afortunadamente, no parece que eso vaya a cambiar nunca.
I Tu coño, hermoso
coño, con sus pelitos
y sus pliegues babosos,
arrugados, calientes,
donde me resisto
a la maldad del mundo.
II Sentada en la silla,
lanzas la pelota de ping pong.
Corro en cuatro patas,
la agarro con la boca
y te la llevo de nuevo.
Revuelcas mi pelo
a modo de felicitación.
Lentamente abres las piernas
y allí meto mi cabeza.
No llevas ropa interior.
Te lamo como si tu coñito fuera una paleta.
Me aprietas contra ti
y siento, por momentos,
que me falta el aire.