Recorrer el camping del Sonorama el domingo por la mañana es encontrarse frente a frente con la resaca, el cansancio, la falta de sueño y, quizás, un punto de tristeza por otra edición que se acaba. Pero también es encontrarse de cara con la euforia y los ojos brillantes, puede que por alguna sustancia, pero desde luego también porque se acaba de ser testigo de algo muy especial. Como el niño que baja por primera vez de una montaña rusa y quiere volver a montar. Simplemente, es mejor pensar que hay cosas que no terminan del todo: el domingo empieza la espera hasta el siguiente Sonorama.
El festival, consciente de que tener la capacidad de dar cabida cada año a unas cuarenta mil personas más de 45.000 esta vez según datos de la organización durante tres noches en un pueblo que no llega a las treinta y cinco mil es un caramelo demasiado dulce como para no intentar sacarle todo el provecho posible, amplió su radio de acción: actividades y conciertos programados desde el lunes y bombazo para la fiesta de presentación del miércoles ese cuarto día de festival que sigue sin convertirse en oficial: Los planetas. Con medio recinto abierto, sin mercadillo, puestos de comida y con muchas plazas libres todavía, los granadinos ofrecieron un espectáculo plano, más bien aburrido. Un muestrario oscuro, hierático y casi monográfico de ese flamenco rock en el que andan metidos desde hace unos discos y en el que, muy de vez en cuando, se colaron joyas como Pesadilla en el parque de atracciones, Reunión en la cumbre o, para terminar, Qué puedo hacer. Hubo tiempos mejores.
Y llegó el jueves. Primer día oficial y jornada marcada en rojo desde hacía meses en la historia del indie español, sea eso lo que sea: debut de Raphael en la cita que se ha convertido por derecho propio en referente de la música independiente española. Hubo ocasión, mientras el recinto se iba poblando de jubilados de jubiladas, para ir calentando motores y disfrutar de artistas como el portugués David Fonseca, que defendió repertorio en el escenario principal aunque aún a la luz del día o Niños Mutantes, auténticos teloneros del cantante de Linares que terminaron, como no podía ser de otra manera, interpretando a dúo con el público su versión de Como yo te amo. Mientras la edad media de los asistentes subía hasta límites insospechados para el Sonorama, pudimos escuchar en el escenario Castilla y León a uno de los grupos más interesantes de la penúltima hornada, los catalanes Egon Soda, que tras un primer disco homónimo y enorme siguen defendiendo en 2014 su segundo trabajo, publicado el pasado curso: “El hambre, el enfado y la respuesta. El difícil segundo disco de Egon Soda”.
Para las 22:40, hora prevista del concierto de Raphael, la explanada principal era un hervidero intergeneracional. Curiosidad entre los más jóvenes y fenómeno fan conservado en formol entre los mayores. Grupos de señoras desperdigados entre un mar de modernos, porros y cachis de cerveza que, de haber tenido melena, a buen seguro se la hubieran soltado.
Para las doce ya se había roto el hechizo. Raphael ofreció lo que puede ofrecer: un concierto de Raphael, y perdido el impulso inicial de Mi gran noche, el carrusel de melodías sesenteras y letras cursis empezó a aburrir a buena parte del público que aprovechó el concierto para cenar o asaltar las barras. Decía Juanjo Asenjo, directo del festival, que le parecía muy bonito que gente que nunca había estado en el Sonorama acudiera por primera vez. Lo es. Pero hay que tener cuidado con no echar a las otras cuarenta mil que llevan viniendo dieciséis años.
Iván Ferreiro, Doble Pletina, Layabouts y We are standard, que siguen brillando con sus versiones de The Clash, se encargaron de devolver las aguas a su cauce y rematar una jornada que vino marcada por el cantante andaluz pero que ofreció buena música en todas las franjas horarias y escenarios.
El viernes fue día grande en la plaza del Trigo, minúsculo emplazamiento en el centro del pueblo que se convierte en punto neurálgico de las matinées arandinas. Entre bodegas atestadas, calles a rebosar y manguerazos de agua para mitigar el calor, los murcianos Perro, melocotonazo apadrinado y grupo revelación del 2013 gracias al disco Tiene bacalao, tiene melodía hicieron olvidar la resaca y pusieron a todo el mundo a bailar con jitazos como Gran ejemplo de juventud o La reina de Inglaterra. Después de Correos, segundo grupo de la mañana en la plaza, llegó la sorpresa del día, insinuada minutos antes a través de la app del festival: Niños Mutantes hacían doblete en el festival, esta vez para darse un homenaje tocando versiones. El tipo de cosas que hacen diferente y grande al Sonorama.
Por la noche, mientras El hombre gancho y Depedro entretenían y Amaral cumplía el expediente en el que seguramente fuera el segundo concierto más multitudinario de esta edición y el que más personas vieron hasta el final, León Benavente, todo energía, esperaba su momento en el escenario secundario. Breves y brillantes los musicazos liderados por Abraham Boba, otro de los que haría doblete al día siguiente actuó con Nacho Vegas y que, a pesar de contar tan solo con un disco y un EP, tienen cuerda para ofrecer mucho más de lo que permiten los estrechos márgenes del Sonorama. Los daneses Reptile Youth pusieron la guinda a la penúltima jornada.
Para el sábado, el frío venció a las modernas. Mayoría de pantalones y zapatos cerrados en la última jornada para soportar unas temperaturas que si bien no eran excesivamente bajas, si habían venido obligando a cubrirse un poco a lo largo de toda la semana. Belako y Juventud juché fueron lo más destacado antes de ponerse el sol en un día que venía marcado por las actuaciones de Nacho Vegas, que aburrió, empeñado como estuvo en defender su último trabajo y obviar casi todas sus grandes canciones y Tachenko, que dejó el listón muy alto en Benicássim y no pudo llegar al mismo nivel en esta ocasión.
No escuché a Duncan Dhu, es mejor decirlo de una vez. Desde el respeto a los encargados de la contratación y programación de esta edición, confieso que decidí velar armas y comer algo en espera de la traca final: Cut Copy, que puso a todo el mundo a bailar sin condiciones; Exsonvaldes, que ofreció uno de los mejores conciertos de esta edición y supo llevarse al público a su terreno y El columpio asesino y Adanowsky, broche de lujo a un festival bastante memorable, algo irregular, quizás demasiado arriesgado en su programación pero que sigue asentado en los mismo pilares sólidos que lo han convertido en referencia a lo largo de los años: los mejores grupos del panorama independiente, un gran ambiente y la plaza del Trigo. La bendita plaza del Trigo.
Crédito de la foto: www.wikimedia.org