Saca Gael Monfils. Rafa se la devuelve con fuerza agarrando la raqueta con ambas manos, pero la bola va demasiado centrada, y el jugador francés puede golpear al otro extremo de la pista, para que el español corra y, con suerte, no llegue. Pero Rafa llega, y hace mucho más que eso; lanza un golpe paralelo que vuela hacia el fondo de la pista de tierra batida de Montecarlo. Bota en el lugar al que nadie, excepto el mejor Rafa, puede llegar. Game, set y match para Nadal.
Acaba de ganar otro Masters 1000, el escalón más importante de los torneos de tenis después de los cuatro ‘Grand Slam’, que se ha jugado durante toda una semana en Mónaco. Es la novena vez que levanta el trofeo de Montecarlo, y tiene 14 títulos de Grand Slam, pero en su celebración hay algo que nos avisa de que esta no es una victoria más. Cae de rodillas, aprieta los puños con fuerza, cierra los ojos y celebra con rabia, pero también transmite una sensación de liberación.

Si echamos un vistazo a los ganadores de los grandes torneos de tenis de los dos últimos años, descubrimos que el nombre de Rafael Nadal no aparece en ninguno de ellos. Mientras tanto, él ha puesto la frente sobre la tierra de Montecarlo que tantas alegrías le ha dado durante todos estos años y, durante, un segundo, el mundo a su alrededor queda en pausa.

Este Nadal nos tenía muy mal acostumbrados a ganar tanto... y tan bien. 679 días antes se había hecho con el último ‘grande’, Roland Garros, y desde aquel 2014 en París, ningún torneo importante más. Ninguno. Rafa se quita la cinta de la cabeza, se la lanza al público y corre hacia un punto muy concreto de la grada, donde está su familia y su novia, Xisca, a la que le besa con ternura.

“He sufrido una lesión mental, no sabía cómo pegar a la bola”, ha llegado a decir Nadal en una entrevista. Tenía un mal pasajero en la cabeza. No disfrutaba en ningún momento en la pista. El miedo a recaer en viejas lesiones de rodilla y espalda bloqueaban su mente y agarrotaban su cuerpo. En un deporte tan físico como el tenis, a Rafa le ha causado más problemas la cabeza que las piernas. Muchos deportistas no quieren nombrar al gran enemigo que les acecha al otro lado de la puerta y que está ahí para meterse en sus mentes a la mínima oportunidad: la ansiedad. Pero el tenista mallorquín lo reconoció, peleó contra el enemigo y en Montecarlo ha llegado la primera batalla ganada de esta guerra de desgaste.
Cuando Rafa levanta el trofeo de campeón, él no deja de sonreír, y Xisca no puede evitar llorar. Cuando empieza a sonar el himno español, en homenaje al campeón del torneo, es él quien se emociona. Muchos han escrito su nombre en estos dos últimos años. Miles de artículos, millones de opiniones, una cantidad obscena de tuits, y casi todos señalando la debilidad del que durante tanto tiempo había sido el número 1 del tenis mundial. Algo que duele a cualquiera, pero a alguien que día tras día está luchando mentalmente consigo mismo, todavía más. Esta ha sido su venganza más dulce.
https://twitter.com/RafaelNadal/status/721754387111157760
Ha tenido que ser en la misma pista en la que ganó su primer torneo de Masters 1000 cuando tenía 18 años donde Rafa Nadal vuelva a resurgir de las cenizas que muchos ya querían barrer. La tortura ha durado demasiado, pero, de nuevo, este chico de Manacor ha conseguido que todos los amantes del tenis volvamos a gritar: ¡Vamos Rafa!