Steven Spielberg se ha convertido en un patriota. Lejos ha quedado su etapa de Tiburón, Jurassic Park, E.T, el extraterrestre o Indiana Jones, donde la ciencia ficción y la aventura eran su manera de entretener al público. Ahora sus películas explican, a través de la historia de su país, qué significa ser de los Estados Unidos de América. Spielberg se centra en el buen fundamento de las ideas constitucionales y en el mal uso que se hace de ellas. Pero aún hay esperanza. O al menos eso creen él y Tom Hanks, protagonista de su última película: El puente de los espías.
Situados en plena Guerra Fría, James Donovan Tom Hanks, un abogado de Brooklyn, se ve inesperadamente involucrado en la defensa de un espía soviético, Rudolf Abel, afincado en Estados Unidos y recientemente capturado. Su misión no es nada más que un acto simbólico para dar un mensaje ejemplar a la sociedad norteamericana de que en su país todo el mundo es merecedor de una defensa digna. Pero para Donovan, la ley, y por lo tanto la justicia, es lo más importante. Más que cualquier presión que le puedan ejercer desde la CIA, incluso desde la sociedad más reacia y manipulada. Al menos eso es lo que le enseñaron en el colegio al jurar lealtad a la bandera. La separación de poderes es lo que de verdad diferencia a su país de los demás. De hecho, la mayoría de su población viene de otros lugares, como Donovan, de descendencia irlandesa, y lo único que les une es la Constitución creada entre todos.

Donovan no cree en las apariencias, sino en los hechos. Sostiene que lo primordial es defender lo que uno piensa. Solo así se pueden conseguir las metas que uno se propone. Y lo más importante: no hay que perder la calma, hay que saber esperar. La burocracia es cosa del Estado; la negociación, de los que quieren prosperar. Si se pueden conseguir dos avances, no hay que conformarse con uno. La ambición forma parte de los espíritus luchadores; la resignación, de los cobardes.
Así que Donovan no va a dejarse amedrentar y va a llegar hasta el final. Es un hombre firme, al igual que su preso político. Los dos creen en sus Estados, al mismo tiempo que ven en ellos sus defectos. Al principio, Donovan le dice a Abel: “No le veo preocupado”, a lo que el preso responde: “¿Ayudaría?”. Un razonamiento que rápidamente se apodera del abogado en sus siguientes acciones, y que le hace perder el miedo, una cosa esencial en la prosperidad de la causa. Donovan lucha por una condena justa y no política, lucha por sus ciudadanos reclusos al otro lado del Atlántico, lucha para que no sean reales las amenazas nucleares que enseñan a sus hijos en la escuela, pero sobre todo lucha por él, por demostrar que la confianza y la persistencia dan sus frutos, y que solo uno mismo puede lograr lo que parecía imposible.

No hay que olvidar que no es una historia ficticia y propia de ídolos cinematográficos. Estamos ante una historia basada en hechos reales. James B. Donovan, Rudolf Abel Vladimir Genrikovich y el piloto Francis Gary Powers existieron. Tras conseguir, en 1960, el intercambio y liberación de los dos presos políticos, Donovan fue considerado un héroe. Tras aquel hito, negoció con Castro la liberación de prisioneros tras la fallida invasión de Bahía de Cochinos. Y no solo eso: fue nombrado presidente de la Junta de Educación de Nueva York durante la era de los derechos civiles. Y todo, por defender en lo que creía.