Poderosas e incorrectas: así son las mujeres de la lucha libre femenina en 'Glow'

Glow, la nueva serie de Netflix, es muchas cosas, pero, sobre todo, es una desaforada carta de amor a la farsa de la lucha libre.

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Hemos visto mil veces ese relato en el que un grupo de perdedores natos logra superarse trabajando codo con codo. Lo que ya no hemos visto tanto –por no decir nunca- es que dicho grupo protagonista lo compongan un director machista y cocainómano y doce actrices novatas, todas dejándose la piel para sacar adelante un programa de lucha libre femenina en el Hollywood de los ochenta. Esta es la premisa de Glow, la gran apuesta de Netflix para el inicio del verano. Una fecha de lanzamiento, por cierto, bastante bien escogida: lejos del drama y la profundidad que uno asociaría al recogimiento invernal, Glow supone una explosión de neones, cardados y pop sintético. Un divertimento estrafalario que se pasa como un suspiro.

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Glow: el gran teatro

Hay un momento, durante el clímax del primer episodio, en que uno de los personajes pregunta si lo que está viendo –un duelo que se diría a muerte en el ring- es real o no. La respuesta le llega pronto: “¿a quién le importa?”. Este breve intercambio supone toda una declaración de intenciones, porque Glow es, sobre todo, una desaforada carta de amor a la farsa de la lucha libre.

Las poses exageradas, los enfrentamientos que se suceden con aire de capítulos de telenovela, los brincos imposibles... todos los elementos que hacen de la lucha libre un espectáculo se ven representados en Glow. Donde se ve mejor este espíritu es en sus personajes, de una chica loba a una ricachona ninfómana, de una diva venida a menos a un productor-Peter Pan que guarda droga dentro de un robot mayordomo.

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A semejante elenco no se le pueden pedir unos conflictos personales shakespearianos, ni un desarrollo que vaya más allá de lo básico, pero en este caso la ligereza con la que está tratado todo no es demasiado problema, porque se compensa con carisma: el de una banda sonora compuesta por auténticos hits, el de un vestuario sin miedo a los estilismos exagerados y, sobre todo, el de unos actores que dan auténtica vida a sus personajes.

Flota en la serie un aire constante de isla de Lesbos, de fiesta universitaria. Cada capítulo de Glow es un festín de piernas al aire, de –como señala el director del programa en un capítulo- “porno que puedes ver en familia”. Todo ello, en definitiva, permite que los diez capítulos que –de momento- forman la serie se devoren en un suspiro.

A la mierda el test de Bechdel

El test de Bechdel es un filtro que se inventó -¡sorpresa!- Alison Bechdel, una historietista estadounidense, para identificar el grado de machismo en una obra de ficción. Según este test, para que una película, novela o serie se pueda considerar equitativa ha de incluir, como mínimo, dos personajes femeninos con nombre propio, que hablen entre ellas de algo que no sea un hombre. Evidentemente, test de Bechdel hace saltar por los aires esta premisa desde su primera escena.

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Tener a 12 chicas dando saltos por un gimnasio es natural, dado el equipo que ha creado la serie: detrás de Glow se encuentran las creadoras de Orange is the new black, que no andaba precisamente corta en personajes femeninos. Así, nos encontramos con una serie producida, escrita y protagonizada por mujeres. ¿Alguien dijo feminismo? Toma dos tazas, o tres. Además, es feminismo bien entendido, en clave de natural igualdad: la serie llega a hacer alguna sana burla de los códigos estereotipados de la militancia anti-hombres.

Por último, uno de los aspectos más interesantes de la serie es su relación con los estereotipos y el racismo, un tema eterno de la lucha libre. Encontramos en Glow a “la china”, “la árabe”, “la negra gorda”... y encontramos también cómo los personajes que cargan con cada uno de estos estereotipos los derriban con naturalidad, con su mero vivir. Y en el centro, por cierto, está Ruth, una Alison Brie que es el corazón de la serie: fracasada, divertida, apasionada e inquieta. Como Glow, vaya.

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