Pete Goss, El Navegante Que Volvió Atrás Para Rescatar A Su Rival

El ser humano es capaz de cosas extraordinarias, de eso no hay duda. A nivel deportivo, existen pruebas que son auténticas 'locuras', como la Vendée Globe, una de las regatas más exigentes del mundo solo aptas para los navegantes más experimentados y

El ser humano es capaz de cosas extraordinarias, de eso no hay duda. A nivel deportivo, existen pruebas que son auténticas 'locuras', como la Vendée Globe, una de las regatas más exigentes del mundo solo aptas para los navegantes más experimentados y valientes. Cada cuatro años, unos cuantos aventureros se lanzan al mar desde el puerto de Vendée Globe Francia con un objetivo: dar la vuelta al planeta en solitario, sin escalas y sin asistencia. Los problemas técnicos y las condiciones climatológicas hacen que en cada edición apenas terminen la mitad de los que toman la salida.

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En 1997, una fuerte tormenta sorprendió al regatista francés Raphaël Dinelli cuando navegaba por el Océano Antártico. Su embarcación, azotada por olas que superaban los 15 metros, no resistió. Con el mástil partido y un agujero en el casco, Dinelli apretó el botón de emergencia y rezó para que alguien le rescatase. Cerca suyo estaban la francesa Catherine Chabaud, el belga Patrick de Radigués y el británico Raphaël Dinelli, pero las posibilidades de que cualquiera de ellos diese la vuelta eran bajas por dos razones: la primera, que la tormenta habría inutilizado sus sistemas de comunicaciones; la segunda, que volver atrás implicaba navegar contra el viento, algo para lo que estas embarcaciones no están preparadas.

Pasaron 24 horas antes de que un avión de la Australian Air Force localizase a Dinelli y le lanzase una balsa salvavidas. Para entonces, el francés ya estaba medio congelado y convencido de que moriría sin que nadie fuese a ayudarle. Pero se equivocaba. Pete Goss había recibido la señal de alarma, y arriesgando su propia vida navegó dos días entre fuertes vientos e intenso oleaje en busca de la señal luminosa que hacía el avión australiano. Desafiando a la muerte por alguien con quien solo había cruzado un apretón de manos y unas pocas palabras.

La operación de rescate no fue fácil, y tras lograr subir a Dinelli a la embarcación, Goss tenía que hacer frente a otros problemas: contactar con algún médico para que le dijese cómo tratar a su nuevo compañero, arreglar su nave, que había quedado muy dañada, y llegar a puerto antes de que se acabase la comida. Dinelli, fruto de la deshidratación, necesitaba comer más de lo habitual, agotando rápidamente unas provisiones que estaban contadas para alimentar a un solo tripulante.

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La comunicación entre ambos tampoco era sencilla, ya que Goss no hablaba francés y Dinelli apenas entendía el inglés. Pero si hay voluntad y ganas de entenderse, no existen las barreras. A base de signos y dibujos se fueron entendiendo durante los cinco días que el galo pasó sin moverse de la litera, llevados por su interés común en la navegación. Poco a poco la comunicación se fue haciendo más fluida y personal, y hablando de temas como la religión o sus familias, establecieron una relación que iba más allá de un acto heroico de salvamento; en una de las pruebas más solitarias del mundo, habían encontrado un amigo.

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Finalmente llegaron al puerto australiano de Hobart, donde Dinelli recibió asistencia médica y Goss se dispuso a reanudar la ruta tras reparar su embarcación. Allí se separaron, pero en los días previos habían forjado algo que les uniría para siempre. Tanto es así, que cuando el británico llegó a la meta después de casi 127 días de navegación, a quien se encontró esperando junto a su mujer fue al propio Raphaël Dinelli.