- Va, vamos tirando al Cruïlla.
- ¿Dónde es el Cruïlla?
- En el Primavera
- ¿En el Primavera?
- Bueno, en el Fórum.
El Fórum es una megaestructura de hormigón que cuando hay festivales como el Cruïlla o el Primavera, de ahí la confusión casi se nos olvida que costó unos 240 millones de euros públicos cuando no tenía que pasar los 215. Al parecer, los directivos encargados de construirlo sí que ganaron dinero, incluso mucho dinero, a pesar de que todo el proyecto fue un fracaso financiero. Pero todo eso no parece importarnos demasiado cuando Die Antwoord sale al escenario con su I fink u freeky, el temazo que retumbará en tu cabeza de oído a oído cuando llegues a la cama y no te puedas dormir.
Lo primero que llama la atención cuando entras al Cruïlla es la cantidad de padres que han salido con sus hijos de fiesta. Hablo de niños que no llegan al metro rodeados por los brazos de sus progenitores, protegiéndoles de los pogos salvajes esos saltos multitudinarios y desenfrenados de adolescentes y no tan adolescentes. No sé si la palabra ‘pogo’ todavía está de moda, y seguro que los chavales que los hacían no la utilizarían nunca, pero eh, tampoco hubiera dado nunca un duro de ver a un menor de veintiuno botando con Jamiroquai y ahí estaban, dándolo todo. Mucho más que el propio Jay Kay, que al parecer estaba cascado de la espalda y tampoco podía hacer mucha virguería.
Lo segundo que llama la atención cuando entras al Cruïlla es la cantidad de peña que hay. Mucha gente. 25.000 personas el viernes. A eso se le llama éxito. Un éxito sudoroso y agobiante, que se hacía especialmente evidente en el momento de ir al lavabo o pedir una cerveza, una de las hazañas más duras a las que este periodista ha tenido que hacer frente en su vida profesional. Siempre pasa lo mismo: vas a la barra, te dicen que no puedes pagar con efectivo ni con tarjeta, que para eso tienes una pulsera cashless, y te miras la mano y te sientes imbécil una vez más, tal y como te pasó en el Primavera y el Sónar de este año y te volverá a pasar en el Primavera, el Sónar y el Cruïlla del año que viene. Así que te resignas a ir de taquilla en taquilla para no morir deshidratado.
El overbooking en los lavabos era tal que había quien optaba por miccionar, que es la palabra culta para decir mear, en una esquina no habilitada para tal fin. Sin miedo, sin vergüenza, sin higiene. Porque es sabido que en los festivales perdemos parte de nuestra civilización para abrazar una cierta animalidad que espera ser despertada con birras de 10 euros el litro, un precio que no se justifica por su calidad, sino por la ley de la oferta y la demanda. Al parecer, había quien prefería entrar a los lavabos de dos en dos e incluso de tres en tres, seguramente para evitar tener que hacer tanta cola. Seguramente.
Había muchas ganas de ver a Kase en el escenario. Es un hombre que ha hecho de todo en el rap, y cuando haces tantas cosas es posible que algunas de ellas no gusten. Sea como sea, lo que está claro es que el público estaba metidísimo en sus canciones. Fue un poco extraño el final, cuando dio un discurso sobre que hay que querer a las madres, querer a los padres y querernos los unos a los otros, una buena chapa que recordaba mucho a esta escena de Padre de Familia:
Crédito de la imagen: Cruïlla instagram