Por qué necesitamos más secuelas como Blade Runner: 2049

 La secuela Blade Runner: 2049 ha conseguido situarse en la tesitura de reconocer el legado de la original sin hacer concesiones al mismo.

Cuando la existencia de un proyecto de secuela de Blade Runner salió a la luz, los amantes de la cinta original tuvimos dos reacciones, contradictorias pero simultáneas: deseamos con todas nuestras fuerzas el regreso triunfal de un clásico del género cuya huella es omnipresente en la ciencia ficción actual y, a la vez, nos lamentamos con la seguridad casi absoluta de que dicho regreso no iba a estar a la altura y que obedecería más a una estrategia comercial que a un intento sincero de recuperar el espíritu atemporal del film de Ridley Scott.

Ambas respuestas eran lícitas. La vinculación de figuras como Denis Villeneuve, Denis Villeneuve o Ryan Gosling al proyecto nos daba la tranquilidad de saber que el universo de Blade Runner estaba en las mejores manos de Hollywood. Sin embargo, el panorama audiovisual actual no resultaba tan halagüeño: vivimos en la era de la secuela, el reboot y el remake, en la que la nostalgia se ha convertido en una valiosa mercancía, que moviliza a viejas y nuevas generaciones bajo un culto al pasado y a su simulacro.  

No es por desmerecer esta tendencia, que nos ha brindado alegrías como Stranger Things, pero la cualidad hipnótica e irrepetible de la Blade Runner original no podía seguir el mismo camino. Dicho todo esto, con su llegada a las pantallas podemos estar de enhorabuena, pues Blade Runner: 2049 ha conseguido situarse en la difícil tesitura de reconocer el legado de su original sin hacer concesiones al mismo, lo que la incluye en un grupo de obras recientes que abarca desde Stranger Thingsa la tercera temporada de Stranger Things.

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Esta Blade Runner es una película ambiciosa. Con casi tres horas de duración y ambientada 30 años después de la original, nos narra el trayecto que hace el replicante K Ryan Gosling en busca de sus orígenes, trayecto que le situará en el medio de un juego de poderes perpetrado por fuerzas de alcance desconocido. A pesar de esta estructura típica de investigación, esta se aleja del estilo noir cine negro clásico de la original, para asumir una estética fría y aséptica más propia del thriller contemporáneo, un territorio que su director ya ha explorado.

Su objetivo es utilizar los mismos elementos que la original el detective, los replicantes o la barrera entre naturaleza y artificio y sumar algunos de cosecha propia, como la inteligencia artificial, para elaborar un amplio discurso sobre la era digital: desde el estado actual de las imágenes a la alienación urbana, el placer como forma de aislamiento o la melancolía surgida por la pérdida de referentes.

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Por supuesto, el proyecto sucumbe en ocasiones a su propio peso. Sus flaquezas son tan evidentes que resultan irritantes y nos dejan con la sensación de que un desarrollo más concienzudo las habría resuelto fácilmente. Pocas películas de dos horas cuarenta aparentan tan apresuradas en sus giros y desarrollos como esta, menos aún cuando el resto de la cinta goza de un tono pausado, que atrapa al espectador en la abrumadora potencia de sus imágenes y sonidos. Mención aparte merece el villano de la cinta, un lamentable Jared Leto cuyas motivaciones son confusas como pocas.

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El film toma de la original la noción del androide como un cuerpo fácilmente explotable y elabora una radiografía implacable del uso que se da al cuerpo femenino en nuestra sociedad. No es de extrañar que pueda resultarnos una imagen distópica e inquietante, ya que reconocemos nuestro presente en la pantalla.

Sin embargo, hay una sensación que prevalece: con sus luces y sus sombras, y a pesar de que no logre competir con la película de 1982, necesitamos más secuelas como Blade Runner: 2049. Es la demostración de que podemos invocar el pasado sin caer en la repetición banal y complaciente, de que la reversión es una oportunidad de adaptar el texto original a un contexto nuevo, con todas las incorporaciones que el lapso de tiempo entre las obras permite.

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Significa reconocer la influencia de un clásico y recoger el testigo, con todo el potencial que eso permite. Y, aunque el caso que nos ocupa queda lejos del alegato empoderador de Mad Max o del salto al vacío apasionante que supone Twin Peaks, nadie podrá negar que el equipo de esta nueva entrega ha utilizado su oportunidad para hablar de temas que nos conciernen como sociedad y que nos perseguirán tiempo después de haber acabado la película.