El badbunnylipsis. El fin de los tiempos para quienes soñaban con ver al artista puertorriqueño en directo en Barcelona o en Madrid. El día en que todos los grupos de Whatsapp de colegas se llenaron de gente compartiendo pantallazos de error de Ticketmaster con emojis lacrimosos. El día en que tantas personas se llevaron la decepción de sus vidas al ver que era literalmente imposible pillar unas entradas. Primero, porque el sistema parecía funcionar de modo muy random y la paciencia no siempre era recompensada. Segundo, porque una vez dentro veías los precios y te daba un mareo de lo loca que se ha puesto la cosa con los conciertos. Disfrutarlos ya es cosa de quienes pueden permitirse el lujo.
Y esto no está pasando solo con Bad Bunny. Es un fenómeno mucho más amplio y profundo. Una situación del mercado de las entradas que hace que mucha gente tenga que renunciar a este tipo de eventos, los más emocionantes y bonitos que tienen en sus calendarios. Y no, no es simplemente porque la vida se haya vuelto más cara. Que no te engañen. El precio de las entradas ha subido muchísimo más en la última década de lo que lo ha hecho el mundo en general. ¿Estás deseando poder echarle la culpa a alguien? ¿Saber quién es responsable de que te hayas quedado sin conciertos porque no te dan los números? Hay unos cuantos nombres fácilmente identificables. Como Ticketmaster.
Esta plataforma y otras similares han ido introduciendo silenciosamente una herramienta perversa: los conocidos como precios dinámicos, los cuales cambian según la demanda en tiempo real. Es decir, que si salen a la venta unas entradas y media España se pone en la cola de la plataforma para poder entrar y comprarlas el sistema lo registra y sube más y más el precio. No tienen un coste fijo. No puedes decir bueno voy a juntar un poquito de aquí y otro poquito de allá para tener preparado el dinero el día de la venta y hacerme con mi preciada entrada. No porque igual ahorras 80 y cuando te plantas en la taquilla virtual cuesta 150. No es una exageración. Es lo que viene ocurriendo.
A esto le tienes que sumar otro nombre: el de los cargos adicionales. Y es que se ha vuelto costumbre que te pongan el supuesto precio de la entrada en una pantalla y cuando clicas emocionado para hacerte con ella descubras que hay una casilla llamada gastos de gestión que le suma otros 20 o 30 euros. Cero ética. Cero transparencia. Cero lógica. Y así pasa que una entrada de 75 euros puede acabar rozando los 300 euros. Es desquiciante. Por último, tienes una legión de bots comprando entradas para revenderlas luego más caras que, además, y por lo de los precios dinámicos, inflan aún más el precio. El resultado es algo insostenible. Conciertos para gente pija con pasta y poco más.
¿Te toca callar y joderte? No necesariamente. Por un lado, tienes a las organizaciones en defensa de los consumidores tipo la OCU o FACUA reclamando a los gobiernos una regulación que evite estos abusos comerciales. Tienen claro que la cosa no puede ir por aquí. Es una escalada infame. Y además totalmente innecesaria porque surge de la ambición de las empresas comercializadoras y productoras. Por otro lado, tienes tu propio consumo. Sí, te encantaría ir a ver Bad Bunny y Beyoncé a un gran estadio, y si tienes la pasta cuesta resistirse a no ir, pero es un acto de solidaridad: no acudir a este tipo de eventos es la mejor manera de decirles que ya basta. Que se están flipando demasiado.