¿Estás escuchando demasiada música?

¿Es puro amor lo que te mueve a hacerlo o hay un poco de no soportar estar a solas con tu mente?

Yo no suelo escuchar mucha música. Un poquito de Fleet Foxes en otoño para sentirme más hojarasca. Algo de Bon Iver en invierno para que se eleven mis niveles de ensoñación nívea. Una pizca de flamenco en primavera o cuando bajo a mi tierra tarifeña. Y una microdosis de Hnos Munoz en verano para agitarme el alma. Poco más. Y no porque no me motiven los ritmos y me emocionen las melodías. Es simplemente que adoro la tranquilidad del silencio. La paz a mi alrededor. Ir por la calle escuchando los sonidos de la calle. Y, aunque obviamente comprendo la fascinación de la gente con la música, siempre me sorprende ver cuántas horas escuchan a lo largo del año. Porque es un no parar.

”Sara Ramírez tiene 31 años, trabaja gestionando las redes de una aseguradora veterinaria y, según Spotify, durante el último año ha pasado alrededor del 35% del tiempo que está despierta escuchando música”, cuenta un artículo de eldiario.es, donde participan otras personas que también acumulan 50.000, 100.000 o incluso 200.000 minutos de canciones a lo largo del 2024. Y no sería raro que tus números vayan en esa misma línea. Seguro que estás con los auriculares mientras trabajas. Y cuando vas en metro. Y cuando entrenas. Y cuando esperas a que llegue tu cita. Y cuando cocinas. Y cuando te duchas. Hay una banda sonora constante en tu vida. Hay un tema para cada momento del día.

Por supuesto, esto no tiene nada de malo. Nadie dice que escuchar cero canciones o 2.000 canciones deba ser la norma. Ni que esté pasando nada raro. No obstante, y desde mi óptica particular, subjetiva, insignificante, el exceso siempre es conflictivo. Estoy con Paracelso, alquimista del siglo XVI que, escriben en el citado artículo, “llegó a la conclusión de que todo es veneno y nada es veneno: solo la dosis hace el veneno”. Y no se trata de un veneno megapeligroso. No te van a explotar los oídos por llevar siempre baterías y guitarras contigo. Pero está claro que ya no se escucha música con la misma atención que antes. Esa canción es una más entre un millón. Como un rels que viene y se va sin más.

Porque parte de la belleza de los placeres está en su ausencia. Para mí es muy especial el Diamond Mine de King Creosote y Jon Hopkins. Lo es porque lo escucho en muy contadas ocasiones. Porque quiebra el habitual silencio de mi vida con una hermosura que lo llena todo. Y cuando lo escucho, lo escucho. No estoy cortando puerro ni enjabonándome los sobacos. Y ojo: no pienso que la única manera de escuchar música sea desde lo trascendental y solemne. Simplemente que encontrar un equilibrio está guay. Hacer que lo que suena importe y no sea solo otra manera más de llenar el vacío porque nos hemos vuelto adictxs a los estímulos de cualquier tipo. En plan me muero en el silencio.

O, peor aún, me muero a solas con mi alma. Como cuenta Elena Hernández, voluntaria del proyecto Más que silencio, “a veces utilizamos el ruido de fondo para evitar encontrarnos con nosotros mismos. Llegar a casa y, de manera automática, poner música o la televisión hace que te pierdas cosas importantes”. Y no solo de las que hay en tu interior. También de las que hay fuera. Microsocializar es uno de mis placeres más deliciosos. Y no podría hacerlo metido siempre en mi propia burbuja sonora. En fin, que es tu vida, tu Spotify y tu manera de hacer y está bien, pero nunca viene mal darle una vuelta al por qué haces lo que haces. Por si es pura decisión o hay algo de inercia social.