Los grandes museos y centros de arte que atesoran las obras de los artistas universales son parada obligatoria cada en cualquier ciudad. Y hay que verlos, al menos una vez en la vida. Pero, admitámoslo, el bizarrismo nos llama, y lo sorprendente y lo cutre ejercen un poder de atracción al que no podemos resistirnos. Por eso existen también estos lugares, templos de lo hortera y de lo escatológico, lejos de las obras de arte. Los museos más rarunos del mundo están ahí fuera y que, además de añadir una anécdota a tu repertorio, te dejarán con la boca abierta.
El Museo Falológico de Islandia

También llamado La Faloteca. Y, sí, piensas bien: es un museo dedicado exclusivamente al pene. Más de 280 pitos en botes de formol de todos los tamaños, formas y procedencias. La mayoría son de animales pero también de hombres que, en pos de la ciencia, donaron su miembro a esta galería. La historia de este centro comienza en 1974 cuando un amigo de su fundador, Sigurour Hjartarson, le regaló un látigo artesanal fabricado con el pene de un toro. La curiosidad le hizo ir ampliando su colección y, desde hace unos años, la enseña orgulloso al público.

Es la eterna disputa: lo que para unos es una obra de arte de indiscutible calidad, para otros es un auténtico esperpento. Eso no ocurre en este museo, porque aquí solo encontrarás arte objetivamente malo. Es el MoBA Museum of Bad Art, y busca “celebrar la labor de los artistas cuyo trabajo no sería mostrado y apreciado en ningún foro más que este”. Vamos, el arte que, de puro feo, merece estar expuesto. Y se lo toman en serio: las obras no deben ser haber sido pensadas para estar expuestas en este museo, sino que han de haberse creado con intención de gustar pero haber caído en el pozo de lo horripilante.

Todos hemos terminado una relación y nos hemos enfrentado después a la convivencia con esos objetos que la otra persona deja en casa. Esos regalos comprados con tanto amor, esos recuerdos que ahora detestamos. Y con esa premisa nació este museo en la capital de Croacia. Sus fundadores, Olinka Vištica y Drazen Grubisic, terminaron su relación y decidieron exponer los pedazos de su noviazgo en lugar de prenderles fuego. En las galerías del museo paseamos entre objetos que otras personas de todo el mundo han donado para perderlos de vista, como alianzas, peluches, cartas de amor e, incluso, juguetes sexuales que quedaron sin actividad.

Más allá de su uso lúdico, este museo del condón es un homenaje a la lucha contra el sida. Un centro didáctico que pretende generar conciencia en un país Tailandia en el que el sexo es, muchas veces, moneda de cambio y, en otras, motivo de vergüenza o considerado acto impuro. En este centro artístico, además de miles de tipos de preservativos, podemos asistir a pruebas de resistencia con aire y con agua, controles de calidad y conocer otros utensilios relacionados con el sexo, como alargadores de pene.

Muchos inventos y dispositivos han salvado millones de vidas desde su creación, pero otros engrosan una lista de despropósitos médicos que, afortunadamente, nunca llegaron a funcionar. Aparatos de descargas eléctricas que prometían devolver el vigor sexual, jabones mágicos que cerraban las heridas al instante, un sistema de pedales que aumentaba los pechos… Cientos de utensilios y herramientas de lo más peregrinas que se exhiben en este museo como denuncia a los estafadores que, en su día, quisieron pasar a la historia.

Tal cual: muestras de cabellos de más de 16.000 personas en una sala que parece, encima, una caverna, por lo que todavía resulta más siniestro. Miles y miles de mechones con un cartel en el que se indica su propietario con nombre, apellidos y dirección. Y todo empezó por casualidad. Una amiga de su fundador le regaló a éste un mechón de su melena cuando se marchaba de la ciudad. La anécdota se hizo conocida y cada mujer que pasaba por ahí hacía lo mismo. Todavía hoy, las turistas que así lo deseen, sólo mujeres no se acepta cabello de hombres, pueden continuar engrosando este particular museo.