Imagina una fotografía de finales del siglo XIX o principios del XX. Incluso es probable que alguna ronde aún por casa, en algún álbum de fotos, retratando personas serias y antiguas que miran fijamente a la cámara y cuyos nombres quedaron borrados para siempre de la historia. Algunos son parientes, otros desconocidos que no se sabe muy bien qué hacen ahí, y todos parecen sacudidos por una especie de solemnidad inquietante. Como si aquellos tiempos fueran tristes o aburridos, como si no hubiera razones por las que romper con esa rigidez… Por ello, cualquiera de nosotros podría pensar que el periodo conocido como victoriano fue una época gris y apática. Y cualquiera de nosotros podría equivocarse completamente.
En los archivos de Northumberland, en del Museo Woodhorn de Ashington Ingaleterra, un trabajo de meses de recopilación incansable ha dado a luz una nueva visión de nuestros antepasados que nada tiene que ver con los estereotipos atribuidos a la sociedad de principios del siglo XX. La colección, titulada Retronaut: The Photographic Time Machine, muestra niños, mujeres y ancianos haciendo el payaso delante de la cámara, sonriendo exageradamente o incluso disfrazándose.
Chris Wild, el principal impulsor de esta iniciativa, pretende demostrar así que nuestra visión sobre el pasado se encuentra totalmente limitada por el nivel de los medios técnicos de entonces. Cuando se realizaba una fotografía, el tiempo que la cámara tardaba en capturar la luz y hacerse con la instantánea era infinitamente mayor que el que tardan ahora nuestros smartphones en retratar una panorámica nocturna. Esta lentitud implicaba la posibilidad de que la imagen saliera difuminada al mínimo movimiento del retratado. Era por ello por lo que se les pedía mirar fijamente al objetivo y sin mover un músculo, aunque solo fuera para sonreír, y la razón por la que los retratos nos resultan fríos, ausentes y propios de una época seria y grisácea.
Sin embargo, y por fortuna, los experimentos, los locos y los payasos han existido siempre, y no se encuentra alejado de la curiosidad humana el interés por saber qué aspecto presentamos en una instantánea si deformamos nuestros gestos y sonreímos desmesuradamente. Y si no, no tienes más que ver la galería de tu teléfono móvil. Los victorianos lo hacían, nosotros lo hacemos y las generaciones futuras lo harán, porque la alegría es algo inherente al ser humano, algo que no impone ni la época ni el espacio, sino la propia naturaleza, y porque nadie puede resistirse a romper las normas de vez en cuando.
Alguien del futuro podría pensar, si solo viera nuestras fotos del carné de identidad, que éramos una raza fría, sin sentimientos y, todo hay que decirlo, extremadamente poco fotogénica. La gente de principios de siglo ha recibido apelativos similares y eso que, quizá, tal y como demuestran estas fotografías y esta colección, también estuvieran algo locos y se atrevieran a quebrantar de vez en cuando el canon de belleza.