'Sin Ti No Soy Nada': Las Mentiras Que La Música Nos Contó Sobre El Amor

Eh, a mí me han timado. Y a ti, y a tu amiga, y a tu primo. Y a Frank Zappa también. A todos nos ha jodido la música romántica.

Eh, a mí me han timado. Y a ti, y a tu amiga, y a tu primo. Y a Frank Zappa también. Bueno, vale, este músico ya no camina entre nosotros, pero cuando aún se aferraba a guitarras sobre escenarios iba soltando lindezas como que “una de las causas de la mala salud mental en EEUU es que la gente haya crecido escuchando música con letras de amor” o que estas letras que son “un entrenamiento inconsciente que te provoca deseo por una situación que nunca existirá”.

Sí, a mí también me parece que Zappa era un tipo sin demasiadas ganas de hacer amigos, pero el caso es que no le falta razón. De lo que habla es del amor romántico, el amor tóxico o el amor idealizado. Llámalo como te dé la gana, pero mírale a los ojos. Mantén los párpados abiertos. Siente su aliento. ¿Lo notas?

Es el peso de siglos en tu nuca, años en los que gente tan dispar como Virgilio, Goethe o Amaia Montero ha estado depositando mensajes en tu psique. Si te suena a chino, espera a que la psicóloga y sexóloga Pilar Sampedro desgrane algunos elementos de estos mensajes tan románticos: “inicio súbito, expectativas mágicas, pruebas de amor, olvido de la propia vida”. El mundo ideal de Aladdín se queda corto.


¿Sabemos amar?

Podríamos estar horas caracterizando el amor romántico, pero no estás aquí por eso. No, tú has leído el título y tienes curiosidad por ver cómo a ti también te han timado. Vamos a ello en un segundo, pero antes hay que consultar a otra experta en el tema. Rosa María Luna Arroyo es psicóloga clínica y —entre otros temas— trata casos de víctimas del amor romántico.

En un artículo bastante contundente, señala que “aprender a amar es una tarea pendiente para muchas personas” porque los valores distorsionados que se nos han inculcado incluyen —continúa Rosa María— un amor romántico caracterizado por grandes dosis de adicción, dependencia, subordinación y obediencia. El problema es que, en demasiadas ocasiones, nos tragamos esto último sin pensar, sin darle vueltas y sin masticar. Asúmelo: el amor romántico es una droga, y la música pop, su jeringuilla.

De acuerdo, es una metáfora pillada al vuelo, pero me remito a los que saben de esto. A expertos como Jaime Glantz, que en su estudio Las mujeres en la música popular, ¿empoderadas o explotadas? señala cómo “los artefactos culturales reflejan, conducen y constriñen la forma en que la sociedad construye significado y valor, e influyen en nuestra percepción de prácticamente todo”. Además, destaca que intelectuales como Kylie Murphy apuntan a que las mujeres hoy han demostrado a la vez “un acercamiento crítico y una voluntad de integrarse en sistemas criticados por ser patriarcales”. Suficiente: ahora sí, vamos al lío.


No puedo seguir: me ha dejado

Selena Gomez está fatal: “no quiero ni saber si la estás mirando a los ojos, si se está aferrando a ti tan fuerte como yo lo hacía antes”. Tía, supéralo ya. Bruno Mars no parece estar mejor, con todo eso de que “nunca, nunca” podrá arreglar el desastre que hizo dejando escapar a una mujer “buena y fuerte”.

La depresión post-ruptura es una constante habitual en la música mainstream, pero andémonos con ojo con las exageraciones. Exagerado es Bryan Adams cuando dice que se vuelve loco lentamente y que “pase lo que pase” o cómo su corazón se rompa, seguirá esperándola. Exagerado es también el personaje de Hombres G que le desea el sufrimiento más absoluto –aunque eso de retorcerse entre polvos pica-pica no suene especialmente trágico- al mamón que le haya “robado” a su chica.

Seamos sensatos: a todos nos jode cuando nos dejan, está claro, pero una cosa es lamerse las heridas y seguir adelante y otra gritar a olas y vientos como un Bécquer cualquiera. O, ya puestos, como una Adele cualquiera, que eso de “nunca voy a encontrar a alguien como tú” tal vez sea tomarse demasiado en serio lo de la media naranja de Platón.


Si la quiero de verdad, me olvidaré de mí mismo

Como decía Aristóteles, “ni tanto ni tan calvo”. Bueno, usaba palabras más largas, pero el mensaje viene a ser el mismo, en línea con lo anterior: cuidado con exagerar, que construir expectativas imposibles no lleva más que a la frustración. Por eso, el ideal de disolución de la identidad propia entre los brazos enamorados tan propio del romanticismo más empalagoso conviene cogerlo con pinzas: si se me permite la opinión, no se trata de ser un egoísta autosuficiente –está claro que el amor requiere un grado de entrega-, pero tampoco de olvidar la propia autoestima por el camino.

Y aquí entra Amaral, que viene con más ganas de podio que Usain Bolt: “sin ti no soy nada” o “te necesito como a la luz del Sol”, entre otras lindezas, ejemplifican este extremo. La negación de uno mismo hasta el extremo choca con las palabras de la psicóloga a la que acudíamos antes, Rosa María: “una relación de pareja necesita mucho más que cariño, debe fundamentarse en el respeto, la sinceridad, la empatía y la sensibilidad”.

¿Dónde queda el respeto por uno mismo en alguien que desearía poder vivir sin aire, sin agua o sin la amada, pero que no puede, como los de Maná? ¿O en una Malú que se entrega toda —“entera y tuya, toda”—, aunque su vida “corra peligro”? Rastro, en definitiva, de una de las mentiras más flagrantes del amor romántico: que una relación es un perpetuo estado de excitación hormonal, una erección emocional constante que, a la larga, solo puede provocar una cosa: impotencia.


Yo soy el macho: tú eres mía

Dejamos para el final el que seguramente sea el elemento tóxico más evidente del amor romántico: la supeditación de la mujer al hombre. Sea sugiriendo que se busque “un hombre que la quiera, que le tenga llenita la nevera” o publicitándose como el que puede llenar el vacío que la chica no puede colmar por su cuenta, como el Enrique Iglesias de “Duele el corazón”.

Para tener una mirada más amplia, conviene echar un vistazo al estudio La imagen de la mujer en las letras de las canciones, promovido por la Confederación de Consumidores y Usuarios, en el que se revela que en las canciones interpretadas por mujeres las relaciones de amor suelen ser percibidas como algo doloroso, mientras que si son hombres los que las cantan, su vocabulario tiene en muchos casos una carga sexual. El estudio apunta, además, que el 42% de las canciones reflejan una imagen de la mujer en actitud pasiva.

Nada nuevo bajo el Sol, pero no por ello deja de ser preocupante. Si la mujer en la música no pasa de objeto sexual a manos del macho, no sorprende que de Carlos Baute asegurando que nadie “quiere y cuida” a su amada como él se pueda saltar al “si sigues en esta actitud voy a violarte” del reggaetonero Jiggy Drama. Y que conste que no hablamos de un don nadie, que este último tema —“Contra la pared”— tiene más de 12 millones de visitas en Youtube.

Como conclusión —además de animarte a que, si descubres más ejemplos de amor tóxico oculto en las letras de tus canciones habituales, los pongas en los comentarios—, volvamos una última vez a la que ha sido nuestra psicóloga de cabecera a lo largo de este texto: “amor y dependencia no deberían estar vinculados, ya que independencia no implica indeferencia o despreocupación, sino una manera sana de relacionarse. Ocurre que la palabra ‘libertad’ nos asusta, y por eso la censuramos”.