Hay veces que tenemos prisa y queremos llegar a nuestro objetivo mucho antes de lo previsto. Para ello, optamos por coger atajos, aunque estos nos supongan una travesía sangrienta de la que quizá, nunca podamos desprendernos. Y si no, que le pregunten a Macbeth.
El personaje histórico y rey de Escocia entre 1040 y 1057 ha sido devuelto a la pantalla de la mano del director Justin Kurzel, basándose en la obra del dramaturgo William Shakespeare, maestro de la tragedia y de los sentimientos contrarios que desembocan en la locura al no estar a gusto con nosotros mismos.

Macbeth puede verse como el ejemplo perfecto de la advertencia acerca de los peligros que entraña la ambición desmedida. La codicia es el rasgo principal del carácter de Macbeth y de Lady Macbeth, y la causa de su ruina.
Influenciado por las supersticiones y por su mujer, Macbeth asesina a su rey porque acaba de darle un título que para él es insuficiente. Su objetivo es claro: quiere ser rey a toda costa; y lo que en un primer momento parece un trámite, le marcará el resto de su vida.
A partir del asesinato y el alcance de la corona, Macbeth y su esposa empiezan a entrar en una espiral de culpabilidad que se transforma en la aparición de varias visiones. Una de las más impactantes es la de Lady Macbeth, donde sonámbula, ve en sus propias manos manchas de sangre que no consigue lavar. Y es que la culpa es impenetrable.

Encadenados en este tormento, las interpretaciones de Michael Fassbender y Marion Cotillard, brillan entre la bruma espesa de Escocia. La grandeza poética es mezclada con acciones febriles y violentas manchadas de sangre. Una amalgama de sentimientos cruzados que gracias a la imponente ambientación fotográfica, poco a poco te va absorbiendo, como la niebla a sus personajes. Macbeth es una película que al igual que la culpa, no te abandonará al salir de la sala del cine.
"La culpa nunca ha sido racional; distorsiona todas las facultades de la mente humana y las corrompe; le quita la libertad de razonar y lo deja confuso". Edmund Burke, político y escritor británico.
Si algún día eres invadido por la culpa, como Macbeth, sentirás que estás a punto de explotar, no podrás dormir, ni mirar a tus seres queridos, sentirás un nerviosismo por dentro que te impedirá estar en paz. Estarás autodestruyéndote. Y aún así, tus labios estarán sellados. Serás incapaz de articular palabra y confesar. La bola ya se habrá hecho tan grande que creerás que al explicarlo, toda tu fachada se derrumbará. Pero no te quedará otra cosa que rendirte y empezar de nuevo. Lo que está claro es que no podrás construir nada sobre unas paredes que se han levantado a base de mentiras y traiciones.
Pero si aún no sabes de lo que es capaz la culpa, solo tienes que darle al play y visionar este cortometraje multipremiado.