Reconozcámoslo, Luis Enrique nunca fue un tío tranquilo. No lo fue aquella tarde de 1994, cuando un tal Mauro Tassotti le reventó la nariz en los cuartos de final del Mundial, y tampoco lo fue cuando en 1997 fusiló al Real Madrid en el Bernabéu consumando su venganza personal y entrando por la puerta grande en la historia del barcelonismo. No lo fue nunca ni lo está siendo ahora, ni para lo bueno ni para lo malo.
Anoche Lucho, como se le conoce, volvió a lucir su Mr. Hyde interior después de que el PSG de Unai Emery le pintase la cara con un 4-0 que dejó al Barça con pie y medio fuera de la Champions. Por desgracia, esta vez su ataque de impulsividad estuvo unido a su lado más oscuro, a su prepotencia, a su falta total de Unai Emery le pintase la cara con un 4-0. En definitiva, a su incapacidad manifiesta por digerir un fracaso tan grande como su ego.
Agarrado por su asistente Robert Moreno y el psicólogo Joaquín Valdés, Luis Enrique abandonó la zona mixta después de perder los papeles ante el periodista de TV3, Jordi Grau, al que acusó de usar un “tonito” inadecuado en su entrevista. “No me toquéis, no me toquéis”, repetía Luis Enrique mientras era retirado del área de periodistas ante la mirada incrédula del propio Grau y de la reportera Susana Guasch que no dudó en hacer leña del árbol caído.
Por mucho que el asturiano repitiese en la rueda de prensa que aceptaba toda la responsabilidad del naufragio, su lenguaje corporal era un poema, el rostro del psicólogo del equipo, también. Irónicamente, el miembro del staff técnico más controvertido demostró finalmente su función en el equipo. Aunque era un secreto a voces, anoche quedó claro que el diván de Joaquín Valdés no estuvo jamás a disposición de Messi, Neymar o Suarez: Lucho lo monopolizó.
Pero la paciencia con los ‘ataquitos’ del mister se ha acabado. Momentos antes de su estrepitoso ridículo ante los medios de comunicación, Sergio Busquets se encargó de dejar claro que el fracaso sobre el césped del Parque de los Príncipes de París no se debió a “un tema de actitud, sino de fútbol”. Un mensaje que se completó con un devastador: “El PSG tuvo un mejor planteamiento táctico. Presionaron más, supieron trazar un plan y llevarlo donde quisieron”. Blanco y en botella.
No había lugar a la interpretación, los jugadores eran conscientes de que Emery se acababa de sumar a la lista de entrenadores que, como Ernesto Valverde, Berizzo, Eusebio o el Cholo Simeone, habían conseguido dejar en evidencia las carencias tácticas de Luis Enrique a lo largo de la temporada. De hecho, en El Partidazo de la COPE no dudaron en dar un paso más allá: "El vestuario ve a Lucho incapaz de levantar al equipo y piensa que se irá a final de curso”.
No había dudas, el consenso sobre la incapacidad de Lucho ya se había instalado en la prensa catalana que no dudó en criticar la inexplicable titularidad de André Gomes frente a Rakitic o la total desaparición del estilo Guardiola. Pero fue el periodista Víctor Malo, del Diario Gol, quien lanzó el dardo definitivo al asegurar que Leo Messi había entrado en cólera contra Luis Enrique tras el partido. Si Lucho sobrevivió al desastre de Anoeta en 2015 —cuando se le ocurrió dejar a Messi en el banquillo— está por ver si podrá sobrevivir al descalabro París.
En tres semanas, el partido de vuelta en el Camp Nou podría escribir el último capítulo de Luis Enrique en el Barça. Los títulos conseguidos —incluido el triplete del primer año— ya no justifican sus rabietas, sus ataques de entrenador con 14 alineaciones diferentes consecutivas, sus desplantes a la prensa, su mal genio y, sobre todo, su falta total de empatía con los jugadores. Sin resultados Lucho ya no hace tanta gracia. Y es que, una cosa está clara: el día que Messi pierda la sonrisa, el asturiano hará las maletas.