La vida tiene algo en común para absolutamente todos: hay algo incontrolable, llámalo destino, llámalo suerte, llámalo Dios, que puede cambiar radicalmente todo lo que habías hecho y tenías planeado hacer. Lo hace sin avisar, sin compasión, y sin decirte lo que tienes que hacer después.
Maria Komissarova creció encima de unos esquís desde que sus padres, con cinco años, la introdujeron en este deporte por primera vez. A partir de ahí todo llegó como por inercia. Se le daba bien, entrenaba, competía, ganaba. Pronto le llegó la oportunidad de su vida: entrar en el equipo ruso de ski cross con la opción de competir en los Juegos de Invierno de Sochi 2014. Era buena, su fama crecía y su sueño estaba a punto de hacerse realidad con solo 23 años.
Pero en un segundo todo puede cambiar. El segundo que transformaría la vida de Maria la estaba esperando el 15 de febrero de 2014, a unos días de empezar los Juegos Olímpicos de Invierno. Un entrenamiento oficial, una mala caída, un sueño que se esfumó cuando lo tocaba con la punta de los dedos. Después de tres operaciones, una en Rusia y dos en Alemania, el diagnóstico era claro: se había quedado parapléjica.
Es curioso cómo después de haber estado peleando durante tanto tiempo, después de tanto esfuerzo, cuando ya lo tienes todo planeado, se va todo a la mierda. Y esto es algo a tener muy en cuenta, porque nadie está a salvo. Este es en el momento en el que se demuestra de verdad la fortaleza de las personas, el instante en el que te ves sin nada y tienes que decidir qué hacer con tu nueva vida.
En Alemania le dijeron que tenía que acostumbrarse a una vida en silla de ruedas, pero eso no era suficiente. Junto a su pareja, Alex Chaadayev ojo, que el chaval dejó su carrera como esquiador para estar con ella, toma ahí prueba de amor, fueron a una clínica de Marbella a conocer la opinión del doctor Eugene Bloom.
Y allí lo que parecía que era imposible se volvió real: había muchas opciones de que volviese a caminar. Pero no sería nada fácil. El tratamiento propuesto por el doctor incluía sesiones de entre 6 y 8 horas todos los días de la semana, sin excepción. Una terapia muy dolorosa y muy cara, por lo que debía recaudar fondos para pagarla, que aportó algo que había desaparecido aquel 15 de febrero: esperanza.
Pese a que solo hacía dos meses del accidente, pese a que todo el mundo le decía que no volvería a caminar y que lo más sensato era acostumbrarse a ir en silla, allí estaba Maria, dispuesta a luchar por algo en lo que ella creía. Y ni el dolor que siente durante el tratamiento ni ver que los resultados llegan con mucha lentitud la apartan de su idea de volver a ponerse de pie. Porque ese es su nuevo sueño.
Y pese a todo el sufrimiento, cada pequeño resultado es una enorme victoria. Es la victoria de quien no se rinde nunca aunque todo esté en su contra, es la victoria de quien no acepta lo que la vida le propone porque sabe que puede aspirar a algo mejor. Esta es la historia de una deportista que lucha pese a las adversidades, pero como el de Maria hay otros tantos casos de gente anónima que, en mayor o menor medida, se han visto obligados a pelear contra las adversidades, y que no merecen otro adjetivo que héroes, porque lo fácil es no hacer nada.
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