Después de la publicación en España de su novela ‘Sobre mi hija’, la autora coreana Kim Hye-jin (Daegu, 1983) vuelve a mover ficha en el universo literario de nuestro país con la edición al español de su última novela, ‘Soy toda oídos’, de la editorial Las afueras. Un texto en el que, todos los días, desde hace un año, la doctora y terapeuta Haesu Im redacta cartas que nunca logra concluir. Al parecer, y gracias a estas misivas, poco a poco vamos teniendo noticias acerca de un pequeño incidente público ocurrido en su anterior trabajo que la alejó de su carrera profesional y la condenó al ostracismo. Esa cultura de la cancelación que hoy en día conocemos tan bien por las múltiples ausencias que dejan en las redes quienes, como consecuencia de algún tipo de linchamiento, se alejan por un tiempo de la esfera mediática.
Sin embargo, es en el aislamiento y en el vagar de noche por las calles, en esa especie de anonimato total, donde la protagonista de esta novela encontrará cierta reparación a sus problemas. En concreto, lo hace mediante la figura de un gato callejero y una preadolescente; dos personajes también tocados por la culpa, el rechazo, la soledad o el bullying que sobrevuela la novela.
Como ya pasaba en ‘Sobre mi hija’ —novela en la que la narradora es una madre viuda que se ve obligada a vivir con su hija y la novia de esta, sin además aprobar la relación—; en esta nueva obra, las dudas, las contradicciones y los prejuicios dan forma a un texto que, en lugar de perderse en las rumiaciones internas de sus personajes, vibra por la fuerza de los lazos personales que construyen quienes, en medio de su propia debacle, son capaces de atisbar un rayo de luz.
Recibimos en Barcelona a Kim Hye-jin donde, junto a la ayuda de una intérprete, charlamos con ella sobre algunos detalles de su nueva novela, ‘Soy toda oídos’. En sus manos lleva la edición coreana del libro, con un gato estampado en la parte central de la cubierta.
Como ya pasaba en tu anterior novela, la soledad es un tema que se repite en ‘Soy toda oídos’ ¿De dónde viene tu interés por narrar esa ausencia de lazos, ese aislamiento? ¿Por qué escribir desde ahí?
Pues el motivo es porque a todos nosotros nos llega algún momento difícil en la vida. Es un acontecimiento común a todas las personas. Yo quería relatar cómo atravesamos esos problemas, cómo vivimos esa dificultad y cómo llegamos a superarla.
Al inicio de ‘Soy toda oídos’, la protagonista vaga de noche por las calles de la ciudad. Tiene miedo de ser reconocida por un incidente ocurrido en su pasado; aún así, se topa con vecinas, la asaltan en el supermercado, la señalan... Como ya ocurría en ‘Sobre mi hija’, resurgen temas como el rechazo, el juicio externo, el sentimiento de culpabilidad o el señalamiento. De esta manera, tu novela también abre el debate sobre la imposibilidad de pasar desapercibida hoy en día, ¿no?
Sí, quería reflejar esa faceta de nuestra sociedad actual. Hoy en día tenemos demasiada información a nuestro alcance, más que en tiempos anteriores. Sin embargo, no tenemos la certeza de que esa información sea verdadera o falsa. La gente juzga con demasiada rapidez. Hay un juicio de lo que es correcto o no demasiado inmediato, sin conocer la historia ni las razones o los motivos previos. Todo esto tiene mucho que ver con Internet, con las redes sociales y con la cultura de la cancelación, que ahora está tan popularizada.
De hecho, para que observemos mejor a la protagonista, utilizas un narrador en tercera persona, una especie de cámara que sigue los pasos de la mujer allá donde vaya.
Así es. Lo elegí porque quería marcar una cierta distancia entre la protagonista y el narrador. Si hubiera escrito la novela en primera persona, la narración se habría visto involucrada por el personaje protagonista, estaría todo el tiempo excusándola o defendiéndola. No quería hacer eso, quería que hubiera una distancia evidente.
En tus dos últimas novelas, ambas protagonistas están enzarzadas en sus propias dudas y contradicciones. Pero, al final, lo que las saca de ese “aturdimiento”, más que la soledad, es el encuentro con el otro. En el caso de la doctora Haesu Im, ese “otro” es el gato y la joven niña a la que conoce en la calle y que cambia el curso de sus planes. En ese sentido, ¿cómo de importante es para ti la necesaria interdependencia que tenemos unos de otros? ¿Es este un elemento clave en tus novelas?
Sí, pienso que las personas somos un animal social. Una de nuestras funciones básicas es la relación interpersonal. Siempre nos estamos relacionando con otras personas y es a través de estas relaciones que surgen los problemas. Pero lo interesante es que la mejor manera de resolver estos conflictos, nos guste o no, también es a través de esa mismas relaciones con los otros. Un intercambio necesario. En este libro, por ejemplo, aparece un gato. No es una persona, pero es un ser con el que podemos intercambiar sentimientos. Yo doy mucha importancia a las relaciones que tenemos; de ellas recibimos tanto dolor como consuelo.
Una pregunta inevitable, casi predecible, pero importante en la trama. ¿Por qué el gato? En numerosas ocasiones vemos que funciona como un espejismo de la protagonista.
El personaje del gato, al no ser una persona, tiene dificultades para comunicarse con la protagonista, Haesu Im. Sin embargo, es justo lo que ella necesita, ya que está pasando por una época en la que tiene miedo de comunicarse con los demás a través de las palabras. Al final, mediante la comunicación no verbal con este animal, se produce una comunicación diferente. No hay lenguaje, pero se genera una conversación. Muchas veces pensamos que con el lenguaje verbal estamos transmitiendo y comunicando todo correctamente, pero no es así. A través del lenguaje se generan muchos malentendidos, surgen muchos problemas. Por eso, he escogido un animal como un personaje más de la novela.
Me voy ahora a una parte que me interesa mucho, las cartas que la protagonista de ‘Soy toda oídos’ escribe desde el inicio. Cartas que no logra concluir o que no envía. Hay algo ahí que demuestra cómo a veces las palabras no son suficientes, ¿cierto? ¿Narras así la imposibilidad de reparar el pasado con ellas?
Pues sí, definitivamente. Yo pienso que las palabras son imperfectas. Las personas nos equivocamos muchas veces. Se dice que “hablando se entiende la gente”, que a través de las palabras nos podemos comunicar perfectamente, pero no, yo no pienso así. Creo que el lenguaje es imperfecto. El formato de escribir las cartas, de alguna manera, me permite explicarle al lector lo que le pasó a esta protagonista, su pasado.
Las cartas son también algo que inconscientemente he relacionado con el ejercicio de escribir. Me preguntaba mientras lo leía, ¿cómo escribe Kim Hye-jin? ¿También tacha, borra y elimina? ¿Cómo es tu relación con la escritura?
Como escritora, me cuesta concluir una frase. Y sí, corrijo mucho las palabras escogidas, hago cambios continuos. De alguna manera, escribiendo la novela también desvelo mi hábito para elaborar oraciones. Una novela siempre es el reflejo de la forma de escribir que tiene un escritor, de la selección de vocabulario, de la estructura de las oraciones...
Volviendo a la creación de personajes y escenarios, estos son narrados desde el minimalismo, dices poco, pero lo que dices es claro y conciso. Son personajes que no expresan grandes sentimientos, pero que, por cómo actúan o por las cosas que se detienen a mirar, sabemos qué tipo de batalla interna están librando. ¿Cómo haces para conseguir ese equilibro entre lo que dices y lo que muestras? ¿Cómo con tan poco consigues que empaticemos tanto con su realidad?
Me he parado bastante a pensar en la respuesta y creo que, esa sensación que llega al lector —de una información muy completa y abundante a pesar de ser corta y precisa— podría ser como resultado de la novela que está ocurriendo en tiempo real, en tiempo presente, no una narración de tiempo pasado sobre lo que hizo la protagonista. Como ocurre en ‘Soy toda oídos’, al apostar por un tiempo en presente, el lector vive el momento al mismo tiempo que lo lee.
En ’Sobre mi hija’, este proceso de empatía cobra muchísima fuerza a través de la narradora. La madre es un personaje marcado por los prejuicios y las recriminaciones hacia su hija y la novia de esta. Duda, desconfía, evoluciona. No para de hacerse preguntas. ¿Cómo de importante es dudar entre tus personajes? ¿Son estas preguntas las que ayudan a que la historia avance?
Cuando estoy escribiendo no tengo un final ya definido, voy escribiendo. A través de esas preguntas voy buscando el cierre. No es que el final esté abierto, la atención ya está dirigida hacia un cierto desenlace que todavía está por determinar. Con esas preguntas le voy dando forma.
Desde luego, lo que sí sucede con esas preguntas es que abren nuevos horizontes. En este sentido, ¿cómo fue aceptada en tu país la novela ‘Sobre mi hija’ al tener un claro contenido queer? ¿Ha abierto puertas?
Después de la publicación del libro hubo unas cuantas charlas y me sorprendí mucho. En general, el público que más lee mis obras está entre los 20 y los 30 años. Sin embargo, con este libro vino mucho gente de entre 40 y 50 años. Yo creo que vinieron para hablar sobre sí mismas. Y eso me gustó mucho.