Libros que te harán sentir menos solo

Puede uno estar rodeado de gente y sentirse más solo que la una. En momentos así es cuando debe salir pitando hacia la biblioteca o la librería más cercana y hacerse con un libro.

Puede uno estar rodeado de gente y sentirse más solo que la una. En momentos así es cuando debe salir pitando hacia la biblioteca o la librería más cercana y hacerse con un libro. La literatura está plagada de personajes con los que nos podríamos ir a tomar algo para compartir, además de la caña, nuestras miserias, nuestros miedos y nuestra soledad. Pero como ellos contaron su historia y nosotros todavía no, podemos sentarnos durante unas horas con ellos y leer sus historias para olvidar la nuestra.

1. Caitlin Moran, Cómo se hace una chica

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Johanna Morrigan se masturba en silencio para no despertar a su hermano. Es lo que tiene ser adolescente, formar parte de una familia numerosa y que tus padres no lleguen a fin de mes. Después de hacer el ridículo en televisión y convertirse en el hazmerreír de su barrio, decide cambiarse de nombre a Dolly Wilde. Se inventa a sí misma probando sus propios límites. Con el thatcherismo de fondo, Moran retrata a una adolescente de clase obrera –con la que guarda un parecido más que razonable– intentando hacerse un lugar en el underground londinense mientras se enfrenta a cistitis, penes demasiado grandes y a sí misma. Solo las carcajadas se escuchan por encima del britpop.

2. Junot Díaz, La maravillosa vida breve de Óscar Wao

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No comerse un rosco y comérselos todos es lo que hace Óscar Wao. Por eso está obeso y es virgen. Un delito si a uno le corre sangre dominicana por las venas. Sueña con encontrar el amor de su vida y convertirse en el J.R.R Tolkien dominicano desde su habitación convertida en un templo donde rinde culto a los cómics y a los juegos de rol en la casa que comparte con su hermana y su madre en Nueva Jersey. Pero a este adorable nerd no le será fácil. El fukú es una maldición que ha acechado a su familia durante generaciones. Díaz reconstruye el árbol genealógico con el relato de los miembros caídos en desgracia por culpa del fukú y la historia del país que estuvo más de treinta años sometido a la dictadura de Trujillo.

3. Patti Smith, Éramos unos niños

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Antes de que Robert Mapplethorpe muriera, Patti Smith le prometió que un día escribiría su historia. Se conocieron por casualidad el verano de 1967 en Nueva York, el lugar al que había que ir para que te ocurriesen este tipo de casualidades. Juntos y más pobres que las ratas intentaron hacerse un hueco en la escena artística de la ciudad. Lo encontraron en el hotel Chelsea, donde a cambio de un puñado de obras te dejaban dormir en alguna de las habitaciones. Se codearon con Allen Ginsberg, William Burrough, Andy Warhol y el resto de animales nocturnos que debieron convertirse en algo más que conocidos cuando Patti Smith se refiere a ellos por su nombre de pila. Eran niños jugando a sobrevivir. La mirada pueril y el ritmo trepidante están impresos en las memorias de esta amistad.

4. Lucia Berlin, Manual para mujeres de la limpieza

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Los relatos de Lucia Berlin permanecieron durante tanto tiempo en el olvido que cuando fueron rescatados, la escritora entró directamente a formar parte del olimpo de los grandes cuentistas estadounidenses del siglo XX. Pero esto sucedió hace dos años. En vida, Berlin subsistió trabajando como mujer de la limpieza, ayudante de enfermería, recepcionista y profesora. Además de sus empleos, su agitada vida le dio material de sobras para llenar páginas y páginas. Alcoholismo, relaciones tortuosas y mudanzas continuas aparecen una y otra vez en esta antología. Vivió su vida y observó cómo vivían la suya los demás para plasmarlo en su obra. Pese a su prosa contenida, los sentimientos se desbordan.

5. Joe Brainard, Me acuerdo

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Cada párrafo empieza con las palabras “Me acuerdo” que introducen un recuerdo, e hilando recuerdos construye su obra Joe Brainard. El autor, más conocido por su trabajo como artista plástico que por el de escritor, creó una fórmula que luego muchos copiaron, entre ellos George Perec. Quizás por su faceta artística, Me acuerdo parece un collage de instantáneas: “Me acuerdo de pasar la mano por debajo de las mesas de los bares y notar todos los chicles. / Me acuerdo de la silla detrás de la que solía pegar los mocos”. Brainard vació su memoria sobre el papel y devolvió a sus recuerdos la viveza que tenían cuando ocurrieron. Evocando el pasado reveló su presente. Le retrató aquello que fue capaz de recordar.