El Libro, La Ramera De Tu Estantería

Estimado amante del quedarse dormido con un libro boca abajo sobre el pecho, las gafas caídas y la boca abierta de par en par, esto no tiene buena pinta.

Estimado amante del quedarse dormido con un libro boca abajo sobre el pecho, las gafas caídas y la boca abierta de par en par: esto no tiene buena pinta. De forma inevitable, esta dichosa cultura de lo visual y los estímulos de los que somos diana de forma continua no parecen querer dejar de dominar nuestras agendas, decisiones y ratos libres. Amigo lector, nuestros días están contados.

La realidad es que el libro actúa cada vez más como un mero objeto de decoración. Sus lomos no pueden permitirse ya la mediocridad en sus diseños y es que, las cosas como son, los libros cumplen bastante bien con una función decorativa. Dándole a cualquier sala un cierto toque burgués, por todos es sabido que un buen número de productos editoriales vistiendo estanterías regalan al dueño de dicha estancia una etiqueta de culto e intelectual.

Puestos a seguir un cierto orden estético, las publicaciones más pequeñas a menudo se colocan una al lado de otra, quizás ordenadas por colores y, por qué no, acompañadas por diminutas macetas con cactus; por otro lado, los libros más grandes cobran importancia al amontonarse sobre una bonita mesa de café, dejando leer en sus lomos una lista de nombres de artistas, fotógrafos y archiconocidos museos sinónimo de una vida marcada por el espíritu aventurero y la sensibilidad artística. Como si no pretendieras hacer de tu mesa un escaparate, pero es que te han pillado ojeando este ejemplar de las obras más destacas del MoMA.

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Será el ya habitual postureo –qué palabra tan poco amable– literario, será una moda o será uno de esos comportamientos del ser humano de los países desarrollados que, si bien no hacen daño a nadie, sí llevan hacia un paradigma social basado en la apariencia. Y es que la lectura, en tanto que gimnasia neuronal y detectable por un movimiento horizontal de los globos oculares, es lamentablemente una actividad cada vez menos popular. En el transporte público, las miradas se dirigen mucho a diminutas pantallas y poco a páginas; en casa, el índice pasa más tiempo en el ratón, bajando y bajando en lo que ya tiene nombre propio, el scrolling, en vez de acariciar las fibras del papel en un intento de descubrir lo que nos depara la página siguiente.

El mundo editorial pasa hambre. La literatura de calidad pierde valor. Nuestro tiempo libre se ve a menudo más marcado por el consumo de información pasivo y la procrastinación que por la decisión proactiva de pasar un tiempo a solas buceando a través de una creación, más o menos brillantemente producida, que nos invita a reflexionar, a imaginar, a temer, a sospechar o a aprender. La sobreestimulación visual es el fast food de nuestras neuronas y solo el futuro arrojará luz sobre las consecuencias de esta triste realidad.

Así que, amigo lector, adopta una postura cómoda, silencia tus dispositivos y coge ese delicadamente maquetado objeto editorial que te ha guiñado un ojo desde la estantería del salón, ábrelo por la primera página y prepara los movimientos horizontales de tus globos oculares para una sesión de buceo entre tinta y fibra de papel. Arriésgate. Lo disfrutarás.