Cuando leí Metáforas de la vida cotidiana, de Johnson y Lakoff, sentí que mi cerebro daba la vuelta. En este pequeño ensayo, los autores investigan en qué términos hablamos de según qué temas y cómo el lenguaje que escogemos modifica nuestra manera de pensar algunos conceptos como, por ejemplo, el amor.
Lakoff y Johnson explican que tendemos a creer que una metáfora es, simplemente, un recurso literario pero que, por el contrario, las metáforas impregnan nuestra vida cotidiana y, sin que seamos conscientes de ello, configuran nuestra manera de pensar y, por lo tanto, de actuar y de relacionarnos con los demás.
Por ejemplo, en occidente, el amor siempre lo pensamos en términos bélicos, de magia o de enfermedad sobre todo si consideramos la locura un tipo de enfermedad. Por ese motivo, decimos que alguien nos "encanta" magia, que "nos vuelve locos" o "nos tiene tontos" locura o que hemos "conquistado" a alguien porque "bajó sus defensas" y, de ese modo, acabamos "ganándonoslo" guerra.

Todas estas son expresiones que utilizamos en la vida diaria y que no nos suenan raras en absoluto, configuran, por lo tanto, nuestra manera de enfrentarnos al concepto de amor. Pero si las observamos un poco más de cerca, podremos darnos cuenta de un problema muy grave. Cuando entendemos el amor en términos de magia, de enfermedad y de guerra, estamos estableciendo siempre una relación desigual. Siempre hay un vencedor y un vencido, siempre hay un "enfermo" o un "hechizado" y, por lo tanto, siempre habrá una relación donde uno esté en una situación de superioridad. El amor se considera una batalla en la que uno gana y el otro pierde, o una suspensión de nuestra razón donde uno está bajo el efecto del otro. Y subrayo bajo porque las preposiciones, como las metáforas, son muy significativas.
Si nos vamos a oriente, el amor se entiende en términos de "comunión", de "fusión", de "compenetración". Vamos, que la relación que se establece es de igual a igual, recíproca, una especie de ying-yang donde no hay amante y amado, sino dos amantes y dos amados. El amor y el sexo no se ven como una "batalla" que se gana o pierde y tal vez sea este el motivo por el que, antes de la globalización, las violaciones de guerra en países asiáticos eran puntuales mientras que en occidente eran un recurso bélico más. Si se entiende el amor como una "conquista", el sexo consentido o no va a ser una "victoria" para quien lo obtenga.

De esa concepción parten también muchos de los prejuicios de género y de la sexualidad. "Perdemos" la virginidad en lugar de "ganar" experiencia sexual, por ejemplo. El sexo se sigue viendo como una ganancia o una pérdida puedes "caer en las redes" de alguien y las metáforas empleadas están tan arraigadas en nuestra cultura que es casi imposible sustraerse de ellas.
Pero, si habláramos del amor en términos de acuerdo, de lugares de equilibrio, de apoyo mutuo, de complicidad... ¿no lo sentiríamos de otra manera? ¿No dejaríamos de ver las rupturas como un "fracaso"? ¿No dejaríamos de ser "conquistadores" y de acumular "derrotas" amorosas? ¿No dejaríamos de sentir la necesidad de "defendernos" del amor si dejara de ser una batalla? ¿No empezaríamos, en definitiva, a sentir mejor?
Crédito de la imagen: Eylül Aslan