Siempre he dicho que el principio de siglo trajo consigo unos años muy jodidos para ser adolescente, no sé si por el efecto 2000 o porque fuimos la primera generación con acceso total a Internet y teníamos la cabeza llena de mierdas varias. El caso es que cometimos muchos errores, como el de las vestimentas que gastábamos o usar un vocabulario de un gusto, como poco, cuestionable.
Llegábamos al instituto con unas expectativas que se salían de toda lógica: ser mayores en dos días, molar y petarlo a todas horas. A nuestra manera, todos lo intentamos, pero creo que no me equivoco si digo que nadie lo consiguió. Con muy pocas excepciones, cada uno de nosotros encajaba en una de estas descripciones.
El malote

Este personaje apuntaba maneras de nini desde primero de la ESO. Ya por la manera de hablar y escribir, notabas que algún cable de su cabeza no acababa de hacer contacto. Casi no aprobaba ni educación física y para que no se metiesen con él por zoquete acabó optando por usar una violencia verbal y física muy gratuita y poco original. Su gran momento de gloria fue cuando sacó de la mochila, a escondidas, como quien enseña un arma para intimidar, un paquete de Marlboro. A nadie le extrañó que repitiese primero.
El repetidor

La evolución natural del malote. Tenía claro que su carrera académica iba a acabar en la ESO y solo quería pasar los cursos divirtiéndose lo máximo posible. Al repetir primero, jugaba con una gran ventaja: conocía cómo funcionaban las cosas y estaba en una clase de novatos, lo que rápidamente le convirtió en el tío más popular, odiado y adorado a partes iguales. Incitó a todos a fumar, beber y liarla al máximo. Su mayor habilidad era que lo expulsasen, pero se lo tomaba con humor porque sus padres ya habían aceptado que tenían en casa un potencial producto de Hermano Mayor.
Los esbirros del malote

Guaperas y deportistas. Querían perseguir el prototipo de adolescente triunfador americano que saca buenas notas y tiene una gran personalidad, con ese punto de rebelde que le hace ser gracioso y llevarse a las chicas de calle. Eran buenos tipos, pero mal aconsejados. Al llegar al instituto, creyeron que lo mejor era juntarse con el repetidor porque él dominaría el cotarro, y le siguieron como a un Dios, pero a medida que las notas se resintieron y sus padres les dieron tres collejas, entendieron que tenían que elegir; casi siempre elegían mal, y ni eran tan malotes como hacían ver ni sacaban tan buenas notas como esperaban. Además, tenían una especie de contrato vinculante de amistad con el líder, que descargaría sus malas artes sobre ellos si lo rompían. Su mayor sueño era tener uno de los coches que salían en la Maxi Tuning.
Las pijas

Eran las chicas guapas -a veces había una 'amiga fea'-. Desde el primer día, se atrajeron mutuamente, y el asco que sentían por todo lo que no era como ellas las mantuvo juntas hasta que se pelearon por un chico -guapo, por supuesto-. Iban siempre a la moda y tenían un lema: "Antes muerta que del montón". Se creían adultas y súper maduras, pero llevaban el interior de la carpeta y las libretas forrado con fotos de Fran Perea y Álex Ubago. Entre ellas destacaba una, esa de la que prácticamente todos los tíos de la clase se enamoraron en algún momento. Ella, siguiendo los principios del grupo, los rechazó a todos, porque las pijas eran superiores y solo se juntaban con triunfadores entiéndase por triunfador un tío 3 o 4 años mayor que ellas.
Y por supuesto, no os olvidéis de los pijos:

La golfilla

Sin hacer nada para merecerlo, se ganó la fama de facilona. Durante su estancia en el instituto, corrieron todo tipo de rumores sobre ella que nadie sabía de dónde salían y que jamás se confirmaron, entre los que se encontraban que era experta en francés y que estaba liada con un profesor. Era una tía simpática a la que le gustaba la fama y jugaba bien su papel, pero a la larga, tal vez por la presión de aguantar ese personaje, se fue echando a perder y acabó siendo la novia de algún malote.
Los raritos/las raritas

Se juntaban por descarte, pero rara vez se mezclaban con el grupo homólogo del otro género, porque su falta de confianza solo era comparable a su falta de carácter social. Fueron los marginados de la clase en el primer curso. Intentaron parecer guais, pero no tenían las cualidades necesarias para ello y cada vez que abrían la boca decían alguna tontería y se ganaban una mirada totalmente justificada de desaprobación/asco. Era un grupo variopinto: frikis, de los que se sabían el alfabeto élfico y jugaban a cartas Magic; los que por prescripción médica no hacían educación física; y los que caminaban por la vida mirando al suelo pensando que si ellos no veían a nadie, nadie les vería a ellos. Al final aceptaron que eran diferentes y dejaron de intentar encajar, lo que les sirvió para ganarse el respeto de todos.
Los empollones

Era realmente el único grupo mixto. Desde el primer momento, supieron que lo de sacar 10's no les otorgaría buena fama, por lo que serían objeto de toda la ira de los malotes, así que se juntaron para apoyarse unos a otros. Creían que era guay hacer concursos para ver quién recitaba más rápido la tabla periódica. A medida que pasaban los cursos, se les veía más seguros de sí mismos, ya que se dieron cuenta de que por más que se metiesen con ellos, acabarían triunfando en lo que se propusiesen. Ese nuevo aire de superioridad solo les sirvió para recibir más.
El/la cambiante

Destacaba por no tener ninguna personalidad, así que cada año se juntaba con un grupo diferente. Encajaba en todos, pero nadie se fiaba al 100% de él/ella por miedo a una nueva deserción y la consiguiente fuga de información secreta. Al final, dependiendo de cómo hubiese jugado sus cartas, podían pasar dos cosas: que se hubiese convertido en el traidor/a oficial del curso y todos le odiasen; o que se llevase bien con todos.
Y esto solo es lo básico. Si nos ponemos a rascar da para escribir un libro, porque somos de una generación que caminó muy perdida por la adolescencia.