Imagina ser declarado culpable sin juicio. Quizá seas inocente, pero hay muchos lugares en el mundo donde lo diferente sigue siendo un delito. Y no hablo de las barbaridades que se hacen en algunos países con los homosexuales, ni de lo que el racismo y el odio han llegado a hacer al ser humano en tiempos pasados. Estoy hablando de lo que se hace aquí, ahora, en los colegios y en los institutos de este primer mundo nuestro al que creemos tan culturalmente civilizado. La tortura física y psicológica atenaza a un 6% de los jóvenes españoles según el Instituto Nacional de Estadística, y el caso empeora si nos vamos al otro lado del Atlántico. El Bullying es ya toda una realidad y, como realidad que es, necesita ser expresada con el arte. Y ser denunciada por el arte.
En Estados Unidos la sociedad se ha movilizado con este problema a través de diferentes mecanismos enfocados a combatir un problema que viene de lejos y que ha logrado movilizar a numerosos artistas para retratar esta lucha milenaria del más fuerte contra el más débil y que decidimos ignorar escondiéndola bajo la alfombra. Porque por mucho que nos disfracemos de civilización, el Darwinismo en estado puro continúa vigente en mitad de esas junglas mitad fuente de conocimiento mitad experimento social en las que conviven nuestros adolescentes.
Estas expresiones artísticas van de la pintura a los videojuegos, pasando por el cine e incluso por la ópera, y es que en Vancouver Canadá se ha estrenado un musical teatral que descubre, retrata y denuncia este problema desde el pasado 23 de octubre, y que además ha lanzado una campaña que intenta mostrar a través de grafitis y pinturas que pretenden hacerse eco de lo que para muchos es diversión, y para otros una lucha diaria.
Esta ópera, que recibe el nombre de Stickboy, se presenta con la máxima de Everyone has met a monster — and been a monster Todo el mundo ha conocido a un monstruo — y ha sido un monstruo. Cualquiera de nosotros tiene la posibilidad de infligir daño físico o emocional al próximo, como más de uno habrá hecho, o de ignorar o intentar no implicarse en lo que pueden ser injusticias continuadas, como todos hemos hecho en algún momento.
Y frente a todo ello, a este acusado sin juicio, a esta víctima de la mediocridad frente a la diferencia, no le queda más la duda: ¿por qué yo? ¿Soy más débil que el resto? ¿Soy más inútil que el resto? ¿Soy más feo que el resto? ¿Por qué yo? ¿Acaso he hecho algo malo? ¿Acaso les he hecho algo? Pregunta para la que en la mayoría de los casos no hay respuesta y que conduce al desasosiego, la inseguridad, la marginación y, en algunos casos, al suicidio. Porque los delincuentes en este caso no son maníacos asesinos, sino niños y adolescentes.
Como decía Sirius Black, en esa saga de Harry Potter que marcó nuestra generación, el mundo no se divide solo en buenos y malos: «Todos tenemos luz y oscuridad en nuestro interior. Lo que importa es qué parte elegimos potenciar. Eso es lo que realmente somos». Y no han sido pocos los medios artísticos que han querido transportarnos este mensaje, mediante un simbolismo potente, que tiene, a menudo más poder de convicción que las palabras.
Todos somos maltratadores en potencia, o lo toleramos sistemáticamente. Quizá sea nuestra responsabilidad el que eso cambie y que lo haga cuanto antes.
Crédito de la música: Kevin MacLeod Locución: Jesús Ranchal
La música empleada en esta locución está registrada bajo una licencia Creative Commons