¿Quién no ha visto alguna vez Hermano Mayor, el programa en el que Pedro García Aguado exdeportista y exyonki persigue capítulo tras capítulo a una serie de jóvenes descarriados para que dejen de pegar a sus padres/insultar a sus madres/robar a sus pobres abuelas? Bueno, pues si no lo habéis hecho, visionadlo al menos como documento de estudio sociológico, lo mismo que hacéis con Mujeres Y Hombres y Viceversa.
De paso, podéis aprovechar para hacer terapia de familia, y así concienciáis a vuestros progenitores de que comparados con los perlas que salen en el programa tienen unos hijos fantásticos, aunque lean Código Nuevo y no a Platón, por ejemplo.
El caso es que un profesor de psicología social de la Universidad de Burgos, Fernando Pérez del Río, ha hecho una investigación que parece demostrar que las terapias de Hermano Mayor lejos de ayudar "pueden, incluso, empeorar a los pacientes".
Es decir, que la fórmula mágica de "eres un maltratador, Pedro viene y te arregla la vida y luego tú ya te portas bien" no solo tiene más de ficción que de realidad, sino que además puede ser nociva.
Cuidado: el profesor destaca que los cambios repentinos no existen, que las terapias necesitan su tiempo.
Pero no acaba aquí la cosa.
"El programa estaba medio amañado; el joven hacía que se despertaba por la mañana cuando eran las tres de la tarde; era grabado con tan solo unos minutos de viaje en coche, momento donde suelen hacer una especie de confesión, y tras estos minutos, el ‘hermano mayor’ se cambiaba de vehículo aunque en la serie parece que realizan el viaje juntos», dice el psicólogo autor del estudio. Vaya, que mucho teatro, y del bueno.
Desgranemos el show por partes:
1. El hijo/a maltrador/a
En la primera escena, el joven se muestra como lo que es, un auténtico bastardo que trata definitivamente mal a sus padres, o al menos esa es la simplificación del triste episodio que nos brinda Cuatro, el canal que inventó Callejeros, esos reportajes que tienen más de entretenimiento que de información, muchas drogas y culos semidesnudos, personas que se vuelven personajes a través de la cámara y sobre todo gitanos con estereotipos de gitano cuya representación televisiva pervierte la realidad.
Al fin y al cabo, ya se sabe que la televisión no está para retratar el mundo, sino para deformarlo hasta el punto en el que sea muy sencillo digerirlo y que, de paso, el producto final resulte muy rentable.
En los primeros minutos de Hermano Mayor dices: "¡Oh, no hay perdón divino para tamaña actitud!". Pero sí, existe la redención, y se llama PEDRO GARCÍA AGUADO. Pero habrá que esperar a que salte su sentido arácnido, que le avisa cada vez que un hijo exige 20€ a sus padres sin pedirlo por favor o no se respeta a sí mismo durmiendo hasta muy tarde un domingo, por ejemplo. De momento, dentro vídeo.
Muy duro. El hijo obeso rebozándose en el pozo de su inocente malicia, la madre tomando progresivamente conciencia de la cárcel familiar en la que sobrevive, el productor de televisión regodeándose en la desgracia ajena y fuente de enriquecimiento propio, los cámaras de la cadena sin intervenir ante lo que es una agresión/retención ilegal evidente... Así que una de dos:
- Estamos asistiendo a una actuación del tamaño de la calva de Antonio Resines.
- Los trabajadores de la productora aprendieron ética en la misma escuela nihilista que el cirujano plástico de Belén Esteban.
Pero tranquilos, que Pedro Fucking García Aguado está al caer para solucionarles la papeleta. De momento, al menos.
Por cierto, antes de continuar, cabe destacar una fórmula aritmética que funciona genial en televisión: a más drama, mayor beneficio económico.
En MEDIASET saben muchísimo de este tema. Por ejemplo, si el jovenzuelo este maltrata a su madre, fantástico, haremos money. Pero si además palma repentinamente por un paro cardíaco causado por una dieta alta en hidratos de carbono y grasas saturadas, haremos mucha más $$$$MONEY$$$$$.
2. El héroe entra en escena
Es el momento que esperabas. Pedro aparece con su 4x4 negro rollo militar. Su leyenda le precede. Ha esnifado suficiente cocaína como para recomendarte que no la tomes. Él ha sido medallista olímpico, un puto crack del waterpolo, tú no eres nadie, seguramente ni siquiera has acabado la carrera o tienes un la carrera repartiendo sushi.
Tiene derecho a llamarte payaso mientras coge a tu madre de la mano y con la otra tira tu bandera española preconstitucional por la ventana, porque ha conocido el cielo y el infierno y además de bañarse en la piscina también lo hacía en droga y ahora le toca darte un par de lecciones.
Ahí está. Ha visto más mierda que un veterano del Vietnam, se nota en su mirada láser de psicólogo graduado en la mejor universidad: la de la CALLE.
Podría inflarte a hostias con sus manos de pelotari, pero la violencia va en contra de sus principios. Todo él es voluntad de poder: podría haber acabado con el hambre en el mundo, limpiado de corrupción el PP, haber enseñado valenciano a Rita Barberá o convertido al budismo al líder del Estado Islámico, pero se le metió entre ceja y ceja ayudar a canis a dejar de fumar porros y a encontrar trabajos de panadero o reponedor.
Ojo, que la idea del programa como tal no es mala, todo lo contrario. Pedro condena muy fuerte el racismo, el machismo, el maltrato familiar y la violencia gratuita, y las chavalas y chavales parecen mejorar. Por una vez la televisión se dedica a arreglar conflictos, no a crearlos.
Pero todas las buenas intenciones del mundo se pudren con el exhibicionismo de la intimidad familiar y personal, el uso casi pornográfico que se hace de las humillaciones y vejaciones que pueden verse en el programa, y los supuestos montajes de los que nos habla el autor del estudio.
Aparecen las sospechas: ¿cuánto hay de cierto? ¿Cobran las familias que aparecen por prestarse a desvelar sus casos? ¿Está psicológicamente capacitada una persona que sufre una situación así, más aún siendo menor, para dar su consentimiento para rajar su vida de arriba a abajo con consecuencias irreversibles?
3. La terapia con final feliz
Aquí empieza el proceso del cambio, el paso previo a la catarsis, el camino hacia Ítaca. Entra en escena Sonia Cervantes, psicóloga con pañuelo palestino, directa de la consulta al barrio.
Allá donde Pedro no llega, lo hace Sonia y su sombra de ojos marronera. Dale cuatro botellas vacías, un rotulador y dos cartulinas y te monta una terapia en un descampado que te cura cualquier trauma por arraigado que esté en tu subconsciente. Te dice que escribas en las cartulinas lo que sientes por tus padres, que luego las metas en las botellas y que se las lances a los pies de tu familia desestructurada mientras estallan en mil pedazos, junto con tu odio, prejuicios e inseguridades.
Donde tú solo ves daños materiales y falta de sensibilidad ecológica, ella ve un mensaje en una botella desde lo más profundo de tu corazón.
La cosa se va arreglando. Nuestro protagonista ya no reacciona tan mal en el nuevo curro, y parece que quiere dejar el tema del botellón. Ha sido un cambio muy rápido, incluso sospechosamente rápido. Creías que era imposible, pero no. Todo tiene solución en esta vida, y más si te la arregla Pedro: solo hacían falta un par de confesiones, romper mobiliario urbano y un buen abrazo del ex medallista.
De golpe, el pequeño proyecto de criminal pierde los piercings y la camiseta del Pont Aeri para lucir un polo azul cielo ¿?, porque todo el mundo sabe que alguien que va bien vestido no puede ser mala persona, otra lección que nos enseña la televisión. Mirad las imágenes.
ANTES DE PEDRO:
DESPUÉS DE PEDRO:
Misión cumplida. Papá, mamá e hijo se abrazan entre lágrimas, perdones y promesas de una vida mejor. Flota en el ambiente el miedo a un pasado muy presente, pero se declara la amnistía total para todos los pecados anteriores, algo así como el fin del apartheid a pequeña escala. Aquí no ha pasao ná.
https://www.youtube.com/watch?v=XLQmak5uc3M
Lo que ocurra luego ya no es cosa del Hermano Mayor, como lo de aquel chaval que apuñaló a su abuela después de estar en el programa. Ahora Pedro tiene que volver a su Batcueva desde la que vigila a todos los adolescentes de España.