'Hola, ¿cómo te llamas?, ¿vienes mucho por aquí?'. '¿Has visto alguna serie últimamente?'. '¿Te apetece quedar un día para correr juntos?'. Frases que, aparentemente, encierran un libidinoso fin, pero que son pronunciadas con extremada inocencia. Porque no es que me intereses en particular, es sólo que soy extrovertido. Soy ese animador natural de las fiestas; ese que no ve grupos mustios, sino un potencial público para sus chistes y bromas. Sé que puedo conseguir caerte bien o que terminarás odiándome ao que terminarás odiándome a, pero me da igual. Por eso, te hablaré en medio de la fiesta sin motivo aparente. Puede que te cuente mi vida y que haga que tú también me cuentes la tuya. Te sonreiré sin más y clavaré mi mirada en tus ojos cuando hables. Porque sí. Porque me apasiona la especie humana y porque, para mí, la vida es un documental de National Geographic con miles de detalles apasionantes.
Y sé también que mi comportamiento puede confundirte. Por eso, te digo de antemano: no quiero ligar contigo. Lo que ocurre es que soy incansablemente sociable.
El problema es que el occidental común está acostumbrado a sudar del prójimo salvo por intereses u objetivos concretos, así que la simpatía a deshora no se entiende o, en muchos casos, hace encender bombillas reproductivas. ¿Cuántas veces las sanas intenciones del 'homo sociabilis' se habrán malinterpretado, provocando la injustificada huida del otro por temor al cortejo? Aquellos y aquellas de amistad fácil -y volátil- sabemos lo habitual que resulta que nuestra forma de actuar levante sospechas.
No sé a otros pero, a mí, me da igual. No concibo el humor sin picardía, así que comprendo que muchos piensen que busco mambo indiscriminadamente. ¿Qué le voy a hacer si estoy hecho de carne, hueso y chistes verdes? Aunque todo tiene su vertiente positiva, porque asumir el papel de 'Doctor Cumplidos' provoca que media fiesta se sienta como Mila Kunis o Brad Pitt, colmados de atenciones y piropos. Y todo va bien hasta que estalla: el hecho de hablar hasta con los geranios hace que alguno de ellos quiera hacer la fotosíntesis contigo. El presunto cazador, cazado. Pero no, que uno cuente chistes y sea simpático no implica que busque algo más que compartir unas cuantas carcajadas.
Tan sólo es que soy excesivamente inclusivo: me gusta que todo el mundo interactúe en los encuentros sociales. Y, aunque algunas miradas cínicas traten de fulminar mi entusiasmo, yo jamás decaigo. Cínicas y en ocasiones hasta asesinas: ojo cuando la décima persona con la que casi hago un pacto de sangre sólo porque nos gusta la misma serie tiene a su pareja celosa rondando por la zona. Y a esta parece no hacerle ninguna gracia mi manera de interactuar. Tranquilidad: lo busque o no, lo más probable es que también termine siendo amigo del celoso cónyuge y que, al final, ambos piensen que quiero hacer un trío. Entonces, tanto él como ella se sentirán súper atractivos y yo podré continuar con mi vida.
Y aquí está el verdadero reto: ¿qué hacer cuando si nos gusta una persona, ésta nos identifica como un sujeto altamente sociable?, ¿cómo lograr que se sienta especial? Sólo queda el tratamiento 'diferencial': saltar al otro polo e ignorarla de forma tan absoluta que ella misma dude de su propia existencia. Tal vez así capte el claro mensaje subliminal de atracción... o tal vez no. Casi siempre no. Nunca. Jamás. Mierda.
Extrovertidos del mundo, no recurramos a la autocompasión; tenemos más probabilidades de ser felices. Qué más dará si todos creen que queremos ligar cuando somos nosotros mismos. Además, y aunque fuese realmente así, es algo bonito y biológicamente irreprochable. Por eso, al resto del planeta, sobre todo a los que quieren dosificarse la intensidad de las sonrisas, por favor: comprensión y un poco de salero. Ya tenemos los lunes para ser amebas.