Vivimos en la sociedad del usar y tirar, de lo temporal, de lo instantáneo. A menudo, sale más rentable pulsar “Supr” y cerrar los ojos que arreglar los pequeños tesoros que aún quedan por el mundo y que no han sido declarados bienes de interés histórico-nacional. Nos sentimos más cómodos entre redes volátiles de amistades, estables en cuanto siga llegando la señal del Wifi, que bajando a la calle para dibujar nuestra propia experiencia. Y es que es en la calle, damas y caballeros, donde desde tiempos inmemoriales reside la vida del hombre y su rastro por el mundo. Un rastro que no se puede borrar a golpe de talonario.
Hace algunas semanas os hablábamos de Alexander Vasmoulakis, un artista griego que tatuaba su imaginación en los muros de las ciudades. Pues bien, en España también hay artistas urbanos de alta categoría y uno de ellos es el cada vez más célebre Gonzalo Borondo. Este segoviano nacido en 1989 viene pisando fuerte, con un mensaje artístico impactante y muy reivindicativo. Paredes de viejos edificios, heno apilado o incluso la parte superior de un barco son algunos de los escenarios por los que sus personajes cobran vida, observan su entorno y se adaptan para formar parte de él.
Con una técnica artística ejemplar, la mayoría de sus dibujos representan a hombres y mujeres en estado latente, oprimido, cansado. Un pesimismo social abrumador que él, sin embargo, no se afana en definir con claridad para dejar vía libre a la impresión que cause en el espectador. Y es que es precisamente el espectador el que hace que la obra cumpla su cometido. Los lienzos y las exposiciones no pueden resumir todo el arte porque este vive con nosotros, a nuestro alrededor, en la calle.
Borondo utiliza su obra para reivindicar la memoria urbana y la desigualdad latente en el mundo. El frenesí en el que nos vemos envueltos obliga al cambio constante y a una reestructuración que aboga más por el capital que por el sentimiento. Las ciudades pierden su identidad, los edificios se derriban y el mundo se va dividiendo cada vez más entre lo rico y lo nuevo, y lo viejo y lo pobre. Y esto es precisamente lo que trata de combatir a base de pinceladas.
Él mismo, en su blog, describe una anécdota interesante que le sucedió en Madrid:
« Durante mis años de vida en Madrid el ayuntamiento me impuso una multa de 3000 euros por realizar un mural en la fachada de una casa ocupada que en menos de un mes fue demolida. Tres años después el Ayuntamiento de Madrid me contacta de nuevo, en este caso ofreciendo la estupenda posibilidad de pagarme una cantidad similar a cambio de realizar un mural dentro del proyecto "paisaje Tetuàn"».
El resultado no se hizo de rogar: Borondo aceptó la oferta y aprovechó la ocasión que se le brindaba para reflejar sus sentimientos ante lo que él considera un abuso de poder por parte del ayuntamiento.

Cuando Castilla y León ofreció al segoviano la oportunidad de participar en una exposición que tratara diversas perspectivas sobre la comunidad autónoma, él pintó sobre un muro de paja una serie de figuras estáticas y ancladas al pasado que representaban su visión sobre la Castilla más profunda e inmovilista.

Y durante su estancia en Roma colocó grabados sobre cartón y periódicos de economía que denunciaban la pobreza en los cajeros automáticos del área financiera de la ciudad. Es el arte como reivindicación, como crítica o como perspectiva, pero sus objetivos no acaban ahí.
“Abrir un diálogo que mitigue la agresividad visual urbana”, esa es la última aspiración de su pintura, decorar las ciudades con poesía y no solo con publicidad, anuncios y normativas. Madrid, Londres, Roma, Las Vegas, París o Atenas son algunos de los escenarios en los que Borondo ha dejado su huella, buscando ese equilibrio que encaje con las ciudades y recuerde a sus viandantes que la poesía sigue ahí, que no ha muerto y que forma parte de su entorno.