Somos la generación del te quiero, pero no quiero

¿Por qué? ¿Por qué lo somos? ¿Por qué nos cuesta? ¿Porque la nuestra es la generación sin compromisos, la del ‘aquí y ahora’, la del ‘usar y tirar’ ?

¿Por qué? ¿Por qué lo somos? ¿Por qué nos cuesta? ¿Porque la nuestra es la generación sin compromisos, la del ‘aquí y ahora’, la del ‘usar y tirar’ ? ¿Por qué por encima de todo, lo primero que buscamos es la autorrealización personal?

¿Por qué todo esto tiene sus luces y sus sombras? 

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De todo ello habla Michael Nast en su último libro, Michael Nast, en el que se dedica a reflexionar sobre los sentimientos de nuestra generación y sus implicaciones con el resto de la sociedad. Porque no es sólo cosa nuestra. No ha sido una opción tomada unilateralmente por la generación milenial.  Cualquier decisión vital se toma hoy mucho más tarde que en épocas pasadas. Dicen que los treinta son los nuevos veinte, así que está perfectamente justificada la sorpresa cuando sabemos de alguien que ya es padre antes de haber cambiado el 2 por el 3 en su edad. Que es padre o que se ha comprado un piso, se ha sacado unas oposiciones o se ha casado.

Porque todo eso tiene hoy unas implicaciones que no estamos dispuestos a asumir; implicaciones personales, profesionales, emocionales para las que no estamos preparados, porque hemos alterado los patrones de vida vigentes y hemos decidido elaborar unos propios, autónomos, que pasan por pensar, primero, en nosotros mismos y después, en todo lo demás.

Pero, ¿por qué?

Tal vez porque hoy tenemos muchas más opciones entre las que escoger, más oportunidades de encontrar a la pareja que de verdad comparta con nosotros gustos y aficiones; de trabajar en lo que realmente nos llena, que para eso hemos invertido tantas horas y esfuerzos en formarnos para ello; de tener un vida que nos permita, al acostarnos por la noche, sentirnos plenamente realizados. 

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Los cánones han cambiado. Nosotros los hemos hecho cambiar, empujados también por una sociedad que no nos permite hacer demasiados planes a largo plazo. ¿Para qué plantearse cualquier ideal de vida, si tal vez no podamos realizarlo? ¿No será mejor entonces dedicarnos a probar, antes de caer en el desengaño viendo cómo nuestras ideas terminan por no convertirse en realidades?

Hoy en día, es mucho más normal que, aún rozando esos 30 años, la gente siga empalmando contratos basura, continúe estudiando inglés o sueñe todavía con permanecer en la misma empresa más de 24 meses, los que dicta el contrato de formación que más de alguno habrá firmado si ha tenido la suerte de encontrar curro después de salir de la universidad. Pero tampoco importa: hoy preferimos ser felices con lo que hacemos, pensando en lo que vamos a hacer mañana, antes que sacrificarnos en trabajos que no nos gustan teniendo un ideal de vida pensado para dentro de 10 ó 15 años. Porque, ante todo, debemos ser lo que queremos, no lo que querremos ser.

Y lo mismo sucede con la pareja. ¿Para qué cortarnos las alas, para qué coartar nuestra libertad individual compartiendo nuestra agenda con otra persona? Esos arcaicos conceptos de ‘quedarse para vestir santos’ o ‘soltero de oro’ suenan ya a polilla. No tenemos prisa por zambullirnos en la que será el resto de nuestra vida. Ni prisa, ni demasiadas herramientas para hacerlo, además. Ahora estamos tan concentrados en alcanzar nuestras metas individuales, en esa autorrealización, que permitir cualquier injerencia en nuestros planes nos supone un mundo y terminamos viéndolo como una carga de dinamita dispuesta a volar los pilares del proyecto que nos hemos marcado para nosotros mismos. 

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Aunque tal vez el problema sea que todavía no hemos encontrado lo que nos satisface de verdad. En ningún plano. Nadie tiene por qué encontrar a la primera el plan perfecto para el resto de su vida, ni en lo relacionado con el trabajo ni en lo que tiene que ver con el corazón. Y tal vez el auténtico problema lo tenían las generaciones pasadas, que no contaban con margen para dedicarse a probar, a experimentar, a ejercitar aquello de ‘buscar y comparar antes de comprar’. Sí, tal vez se nos tache de caprichosos y egoístas, pero puede que lo que ocurra es que somos conscientes de que tenemos tiempo para tomar la decisión acertada. Y que, cuando se nos presente delante, sabremos sin duda que es la definitiva. Porque habremos dedicado un tiempo a reflexionar sobre ella. Y entonces, sí, seremos plenamente felices.

Crédito de la imagen: Sara Lorusso, Olivia Bee, Morrise Mc Lean