Ciento cincuenta y uno, ese es el número de victorias consecutivas que logró el equipo de fútbol americano del instituto De la Salle. Pero más importante que las doce temporadas consecutivas sin perder, es el legado que dejó su entrenador jefe, Bob Ladouceur. No soportaba la obsesión que había en la ciudad Concord, California con la racha, ya que para él, el objetivo principal no era ganar, sino facilitar el paso de sus jugadores de adolescentes a adultos y prepararlos para la vida. Tanto es así, que pese a su éxito jamás se planteó dar el salto al deporte universitario, ni cuando la prestigiosa universidad de Stanford intentó reunirse con él.
Entonces, ¿cómo alguien a quien ganar no es lo que más le importa logra llevar a su equipo a la racha de victorias más larga de la historia del fútbol americano? En tres palabras: fe, compromiso y esfuerzo. Tras su retirada en enero de 2013 con 399 victorias, otro dato que indica que los números le daban igual, dijo no entender cómo la sociedad actual separaba la fe de cualquier otra cosa que sea que haga. "Tú llevas tu fe allí donde vayas, y no es algo que te puedas quitar como una camiseta; es parte de ti". La fe, ya sea en Dios como en este caso o en cualquier otra cosa, es aquello que te puede dar fuerzas cuando parece que ya no las hay.
Una parte importante del éxito del equipo se basaba en las reuniones que mantenían en una capilla, en las que Ladouceur invitaba a los jugadores a compartir sus sentimientos. Lo que quería conseguir con esto el entrenador no era sino que todos los miembros del equipo supiesen que tenían gente con quien contar pasase lo que pasase. Y ese vínculo que se creaba daba confianza a los jugadores y les hacía dar siempre el máximo cuando estaban en el terreno de juego, porque no jugaban por ellos, sino por los que estaban al lado.
Muestra de todo ello es que los Spartans de De la Salle salían al campo por parejas y cogidos de la mano, en lugar de intentando intimidar al rival con una muestra de fuerza. Estaban comprometidos los unos con los otros, y una tradición que aún dura en el equipo consiste precisamente en hacer visible ese compromiso: cada jugador escribe en un papel algo que vaya a hacer, como anotar x touchdowns o hacer x placajes, y leen estas tarjetas durante las reuniones convirtiéndolo en una especie de pacto que les obliga a esforzase en cada partido.
Y aquí llega la gran parte del discurso de Ladouceur. Tal y como se puede ver en la película When The Game Stands Tall bastante fiel a la realidad pero con algunos añadidos, según el propio entrenador, él jamás le exigía a sus jugadores ganar: "sabemos que no os podemos pedir que hagáis el partido perfecto, eso es imposible; sin embargo, sí que os podemos pedir que hagáis el esfuerzo perfecto". Ese "esfuerzo perfecto" fue el mantra del equipo, lo formase quien lo formase, durante aquellos doce años en los que los Spartans de Ladouceur hicieron historia.