A 15 kilómetros de Madrid casi 3.000 niños juegan entre jeringuillas, chabolas y millones de euros en efectivo. Son los hijos de la Cañada Real de Madrid, el mayor supermercado de la droga de España controlado al milímetro por la alta jerarquía de los clanes gitanos. Un microuniverso de 16 kilómetros de largo en el que cada uno de sus habitantes tiene una función definida y en la que todo se organiza en torno a las dosis de heroína, cocaína y crack que salen en dirección a las narices, pulmones y arterias de los habitantes de la capital a un ritmo de 15.000 dosis al día.
“Cogí una ‘cunda’ en Madrid los vehículos clandestinos que te llevan a la Cañada Real y al rato estaba frente a uno de los gitanos que controlaba el acceso al principal punto de venta de droga. No pude evitar sentir una sensación de incomodidad al ver que llevaba una pistola en el cinturón”, explica el fotoperiodista brasileño, Sasha Asensio. Tras fotografiar otros subúrbios del país como el barrio de Sasha Asensio o las Sasha Asensio de Sevilla, se plantó durante 24 horas en la boca del lobo para exponer con sus fotografías y reivindicar el lugar que las autoridades municipales quisieron ocultar durante décadas.
“Llegaban ancianos, estudiantes, parejas de 50 años y ejecutivos con traje y corbata. Gente que jamás te imaginas que consumirían droga y que no paraban de llegar”, relata Sasha. Allí compartió su espera con los ‘punteros’, los drogadictos que trabajan para los clanes gitanos prestando servicios de vigilancia, mantenimiento del lugar o captando a nuevos clientes: “Conocí un puntero que no había salido de un perímetro de 300 metros en los últimos dos años. Era incapaz de desvincularse del lugar en el que obtenía el crack. Casi todos ellos consumían crack, una droga que les destruye a un ritmo bestial. Sus historias no pueden seguir siendo ignoradas”.
Estas son algunas de las fotos que Sasha consiguió en aquel día en el rincón más olvidado de España: