Hablemos de esos artistas visuales que, con su trabajo, nos convierten en golondrinas que planean por universos urbanos. Aun sintiendo esos momentos voyeuristas cerca por una u otra razón, sabemos que poco o nada tiene que ver con nuestras vidas de clase media. Fotografías tomadas por —y mostrando a— personas como tú y como yo, pero que a menudo han tenido la fortuna de vivir en ciudades con más carisma que las nuestras, viviendo si cabe en pisos con bastante más encanto.
Con el valor añadido, por supuesto, de que se han aventurado a dar un generoso paso más allá y han pasado de disfrutarlo para ellos mismos a compartirlo con el resto de mortales con una determinada herramienta, en este caso, una cámara. Gente que retrata la belleza de su día a día y tiene el detalle de hacernos partícipes de su artístico entorno.

París, Berlín o Nueva York. Aunque el glamour no entiende de megalópolis, sí que entiende de personas con hamacas en sus salones, sobrepoblación de cactus y baldosas hidráulicas. De espacios repletos de libros, vinilos, fruta fresca y mucho arte contemporáneo. Las viviendas y lo que en ellas se cuece ha creado un nuevo tipo de arte. Es el arte de lo consuetudinario.
El arte con que nos nutrimos hoy nos transporta cada vez menos a mundos de ficción y cada vez más a mundos que, aunque paralelos a los nuestros, nos parecen palacetes de un Olimpo que no está extremadamente lejos. Es más, hasta nos hacen soñar con una vida mejor y con algo que, probablemente, nunca veremos al levantarnos por la mañana. Sin embargo, hacernos soñar a través de la pantalla nos parece suficiente.

Momentos familiares íntimos, bonitos y anticuados objetos de decoración, plantas tropicales de interior y otros guiños que hacen del día a día una aventura visual hecha arte. Eso es Barbara Nowak, la fotógrafa polaca que hace de las cosas que pasan desde que sales de las sábanas hasta que vuelves a dejarte caer en ellas una secuencia de momentos llenos de delicadeza y detalles preciosos.

Así que, para qué resistirse a ese charm ineludible, a ese perfecto encuadre de aquellos pequeños eventos que pasan en nuestras cocinas, recibidores, tendederos y aseos, si tenemos a esos artistas visuales que, con su trabajo, nos convierten en golondrinas que planean por universos urbanos que, aunque sintamos cerca por una u otra razón, poco o nada tiene que ver con nuestras vidas de clase media.
