Mi experiencia en First Dates III: dame kalimotxo que quiero morir

El ultimo capítulo de la experiencia en First Dates de Leyre que no tiene desperdicio.

Lee los anteriores artículos de la serie:

Mi experiencia en First Dates I: Casting superado

Mi experiencia en First Dates II: cita FAIL con final inesperado


Podría ser un deja vu pero no, es real. 5:00 a.m. Despertador. Taxi. Estación de Barcelona. Ave. Duermo. Despierto. Madrid. Chófer. Estudio de grabación. Lo bueno de que la historia se repitiera es que ya era conocedora del modus operandi y pude adelantar alguno de mis movimientos: esta vez me hinché a croissants.

Eran las once de la mañana y ya estaba lista para que me echaran a los leones. Maquillada, vestida, microfonada y más nerviosa que cuando saqué la chuleta del dobladillo del vestido en el examen de selectividad. Mi redactora me dio las últimas indicaciones antes de entrar al restaurante: “Cuando entres te recibirá Sobera, tú tranquila y disfruta”. Que fácil es dar consejos.

Bienvenida al restaurante de First Dates

Todo lo que tenía pensado decir, todo lo normal que intentaba parecer y todos los consejos que mis allegados me dieron se disiparon. Tras una breve charla con el presentador, Matías me preguntó qué quería tomar: “Ponme un kalimotxo”. No hay nada mejor que un vino peleón adulterado con Coca Cola para relajar los nervios. O eso creía yo.

Y entonces mi cita hizo su entrada triunfal. Temía que mi exceso de expresividad delatará la primera impresión que me había dado pero estaba tan acojonada que poco se pudo deducir de mi cara. ¿La realidad? Pues sin más, ni fu ni fa. Era del montón. De ese montón que dependiendo de su desparpajo podía ser ascendido al montón de los follables o desterrado al huerto de los cardos.

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Comienza la cita

Pasamos a la mesa y lo que más me llamó la atención fue el silencio sepulcral que había. No hablaba ni Dios. Al mismo tiempo se graban tres citas de participantes y el resto son figurantes. Gente que debe dominar muy bien el lenguaje de signos porque aunque en la tele parece que hablan, in situ no se oye una mosca.

Nos trajeron la carta y mi cita ni bebía alcohol ni tenía hambre. Apenas se pidió una triste brocheta. “¡Qué tristeza de chaval!”, pensaba para mis adentros. Empezamos a hablar para conocernos y la cosa no mejoró demasiado. Que si pintaba cuadros, que si se había follado a su jefa cuando tenía 17 años. Solo hablaba él. Obviamente yo le preguntaba cosas pero joder para que la cosa fluyera y él también se interesara un poco. No hubo ni fotomatón, ni terracita, ni leches. La cita fue tan muermazo que hasta la redactora y quienes estaban detrás de las cámaras se dieron cuenta que donde no hay mata no hay patata.

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Tras la cita, tocó grabar totales. Que, para el que no lo sepa, es cuando te graban comentando la cita con el corazón gigante de fondo. Ahí me vine un poco arriba, lo reconozco pero, si hubieras tenido el coñazo de cita que tuve yo, lo entenderíais. Después, con el chico al lado, vino la frase más esperada de la noche: “Leyre, ¿tendrías una segunda cita con Cristian?”. Y aunque nadie crea en mi intento de sutileza, os aseguro que si no hubiera habido cámaras mi respuesta habría sido algo así como “no te aguanto cinco minutos más ni por todo el kalimotxo del mundo” Pero como sabía que el público no está preparado para mi peculiar forma de expresarme, intenté ser fina. Total, que me salió el tiro por la culata.

No voy a mentir diciendo que te olvidas de que estás siendo grabada, porque aunque las cámaras con muy pequeñas, si te fijas, se ven. Y joder, estoy cenando a las 12 de la mañana en un sitio que no sé ni dónde está el baño, el servilletero tiene cables y Sobera anda pululando por ahí. ¿Cómo voy a estar tranquila?

Lo que no se vio en el programa

"Yo me apunté por Yulia la camarera rusa y de hecho pensaba que ibas a ser ella".

Oficialmente quedé como la tía más borde, odiosa y flipada de la historia de Fist Dates y de hecho, viéndome, hasta yo lo pensé. A mi favor he de decir que fue cosa de la postproducción. Sé que suena a topicazo pero juro que es verdad. Según lo que se vio, el chico parecía super majete e interesado en encontrar a alguien. ¿La realidad? Cuando le pregunté por qué había venido al programa me dijo: “¿Quieres que te diga la verdad? Yo me apunté por Yulia la camarera rusa y de hecho pensaba que ibas a ser ella”. Además, mi cita tenía intención de meter uno de sus cuadros al restaurante cosa que no le dejaron y en medio de la cita me dio su tarjeta de visita como si fuera yo una galerista. Vamos, que él fue a dos cosas: a ligarse a la rubia pibón y a promocionarse.

Y claro, viendo eso pues a una se le quitan las ganas de ser simpática. Llegados a ese punto pensé: “Ya que de aquí pareja está claro que no me llevo, al menos vamos a divertirnos”. Aclarar que, pese a lo a parir que me pusieron en redes sociales, no me arrepiento de nada de lo que hice y dije porque en el contexto en que estaba ¡no es para tanto! ¡Abandonemos un poco la susceptibilidad por Dios!

Al terminar de ver la cita, hice un análisis de lo sucedido y saqué varias conclusiones. La primera es que no me gusta nada cómo salgo en televisión. Estaba nerviosa, me vi más maquillada que una puerta y hago algo raro con la boca al hablar fruto de los nervios. La segunda es que la televisión distorsiona la realidad y se aprovecha de la ingenuidad y ganas de carnaza de sus televidentes. Y la tercera conclusión aún no la tengo clara del todo. Después de saber todo esto… ¿volvería a la tele?