
Los más grandes de estos microorganismos llegan a medir medio milímetro y pueden apreciarse a simple vista, pero por lo general hace falta un microscopio para observarlos. Tienen forma cilíndrica y un cuerpo hecho a base de pequeños anillos. De cada de esos aros salen las patitas, que acaban en unas pequeñas garras o ventosas para poder sujetarse a las superficies. En un extremo del cuerpo, tienen la boca con la que succionan agua y células vegetales.
Una de las principales características de los tardígrados es que pueden vivir en absolutamente cualquier entorno. Lo habitual es encontrarlos en jardines o zonas boscosas viviendo en el musgo y los líquenes porque se alimentan succionando el agua de las plantas, pero se han llegado a encontrar en absolutamente todas las regiones del mundo, desde el fondo del océano a lo alto del Himalaya, pasando por el desierto. Son capaces de sobrevivir en cada centímetro cúbico del planeta y eso despertó la curiosidad de los científicos: estaba claro que los tardígrados se adaptaban a su medio, sin importar lo adverso que fuera, pero ¿cuál era el límite? ¿Cuál es su punto flaco?

Con experimentos que, bien pensado pueden resultar bastante crueles, se descubrió que estas criaturas aguantan temperaturas de -200 grados centígrados y de más de 150. Vamos, que podrían sobrevivir a cualquier desastre medioambiental. Soportan también la radiación hasta 100 veces más que cualquier otro ser vivo de la tierra, así que han dejado muy atrás a la capacidad de supervivencia de las cucarachas.

Así que una cosa está clara. Los seres humanos somos los que hemos inventado la filosofía, el arte y la ciencia. Hemos logrado retrasar el momento de nuestra propia muerte gracias a la medicina. Cada día sabemos más cosas de cómo funciona el mundo gracias a la investigación y nuestra propia curiosidad. Llegará un día, seguramente, en que lleguemos a colonizar otros planetas. Pero serán los tardígrados los que, seguro, podrán sobrevivir en ellos.