Históricamente la Universidad de San Francisco no ha tenido un papel destacado en las competiciones de fútbol americano, especialmente si se compara con sus rivales locales, las universidades de Santa Clara y Saint Mary's. Sin embargo, en 1951 y con el programa de football al borde de la desaparición por la falta de fondos, los Dons de la USF se marcaron una temporada para el recuerdo.
Con la perspectiva que dan los años, que esa campaña acabasen imbatidos no parece algo raro, no en vano en su roster había tres jugadores que acabarían en el Salón de la Fama de la NFL: Gino Marchetti, Bob St. Clair y Ollie Matson. Pero más allá de aquel curso perfecto, deportivamente hablando, los San Francisco Dons del '51 han pasado a la historia por un acto mucho más importante y que seguramente merezca más reconocimiento del que tiene.
El registro de nueve victorias y cero derrotas les abrió las puertas de competiciones a nivel nacional y, a la postre, de optar a premios económicos que salvasen el programa de la USF. Las invitaciones que recibieron para jugar la Sugar Bowl, la Gator Bowl y la Orange Bowl eran un regalo del cielo, pero un regalo con trampa. A mediados del siglo pasado la segregación racial era una realidad, especialmente en el sur de los Estados Unidos donde tenían lugar estas competiciones.
La organización solo puso una condición a la participación de los Dons: que Ollie Matson y Burl Toler, los dos jugadores negros del equipo, se quedasen en San Francisco. La importancia de dichos eventos en términos financieros era capital, pero la exigencia de los organizadores había puesto en juego algo que no se compraba con dinero: la integridad de las personas, la igualdad de derechos y el respeto.
Por ello, los miembros de los Dons se reunieron para tomar una decisión que podía afectar no solo a su futuro, sino también al de la propia Universidad. Decidieron rechazar las invitaciones y no participar en campeonatos nacionales si ello conllevaba discriminar a dos compañeros. Las consecuencias fueron desastrosas. La USF se vio obligada a cerrar el programa de fútbol americano, que no se volvería a poner en marcha hasta los 60 sufriendo un descenso de categoría, hasta que en 1982, ante la imposibilidad de volver a la División I, pusiesen el punto final definitivo.
Pero es que aquella decisión iba mucho más allá de un deporte, mucho más allá de una entidad educativa; de aquella decisión salieron fortalecidas las personas y la idea de que nada, absolutamente nada, está por encima de los valores básicos que cualquier sociedad debería tener.