‘Dark’: el ‘Stranger Things’ alemán que te dejará loquísimo

Si algo sabe hacer Dark es plantear preguntas. Y responderlas sembrando más incógnitas.

Apenas han pasado cinco minutos del primer capítulo de Dark y ya hemos visto un muro lleno de fotos conectadas con hilos misteriosos, máscaras de gas y ametralladoras polvorientas, un suicidio con soga de ahorcado y un sobre que lleva escrito un críptico “No abrir antes del cuatro de noviembre a las 22:13h”. Vamos, que uno tendría que ser de piedra para no verse inmerso de inmediato en un enigma que te agarra del cuello y no te suelta hasta los créditos del último episodio de la temporada.

Si no sabes de qué estamos hablando, Dark es la primera serie de Netflix producida por Alemania, y podríamos etiquetarla como una versión perturbada de Stranger Things. Como en la serie de los hermanos Duffer, aquí también tenemos una pandilla de chavales enfrentados a un misterio sobrenatural relacionado con los años ochenta, pero no esperes simpáticas referencias pop o chorros de nostalgia: más bien, prepárate para bucear en personalidades torturadas, espacios claustrofóbicos y violencia reprimida.

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Mundo sin luz, enigmas sin respuesta

Dark está co-creada por el suizo Baran bo Odar y la alemana Jantje Friese, y nos sitúa en el año 2019, en un pueblo –Winden– que resulta un microcosmos por derecho propio. Una lata de sardinas, rodeada de bosque y vigilada por las chimeneas de una central nuclear. Una tumba donde uno sigue viendo las mismas caras década tras década, donde la vida parece estancada y la esperanza hace tiempo que se marchó por la carretera.

La plomiza tranquilidad, no obstante, se rompe cuando comienzan a desaparecer niños y a aparecer cuerpos, con ropa extraña y quemaduras en la cabeza. Los pájaros caen del cielo, las luces van y vienen y, en general, todo el mundo parece saber más de lo que dice. En el episodio tres nos damos cuenta de que todo está relacionado con una cueva que permite viajar en el tiempo y, de ahí en adelante, nuestra cabeza va a estar echando humo hasta el final.

Es más: de hecho, no dejará de hacerlo ni siquiera entonces, porque si algo sabe hacer Dark es plantear preguntas. Y responderlas sembrando más incógnitas, que retumban en la parte de atrás del cráneo y que continúan creciendo hasta volarte la cabeza entre paradojas temporales y personajes que no son lo que parecen. Desde luego, no es casualidad que las imágenes que sirven de opening sean las de un caleidoscopio.

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Una serie para ver con las persianas abiertas

Tampoco es casualidad el propio título: “oscuridad”, una palabra que define tanto el look de la serie –gris y melancólico, frío y nórdico- como su temática. Porque Dark no va solo de viajes en el tiempo y misterios por resolver, sino de conocer a unos personajes a lo largo de las décadas y desentrañar la miseria que esconden bajo la alfombra. No entraremos más a fondo para no spoilear más de lo necesario –esta es una de esas series en las que la trama sí es importante-, pero baste decir que el incesto, el asesinato, la violación o la infidelidad no son desconocidos para Friese y bo Odar.

Todo tiene, sin embargo, cierta poesía: un nosequé lírico en la repetición y las simetrías que se establecen entre los personajes. Un tapiz gigantesco y desolado que se va tejiendo capítulo tras capítulo, creciendo ante los ojos de un espectador que, ahora sí, sabe que no está ante un clon alemán de Stranger Things, sino ante una serie más punzante. Igual de intrigante y cautivadora pero más dura, más incómoda. En definitiva, sí, más oscura.